Currículum en B
El “caso Cifuentes” apunta hacia el peligro que representan para la ética pública las universidades cuando aceptan convertirse en simples estancos expendedores de títulos, algo que pervierte la esencia misma de la Academia y que debería movernos a adoptar medidas para su reversión. Apuntado esto, indico también que no entraré ahora a analizar la conducta de doña Cristina Cifuentes ni haré conjeturas sobre su mayor o menor grado de implicación directa en las extrañas actuaciones administrativas que la llevaron a estar en posesión de un máster otorgado por la Universidad Rey Juan Carlos sin haber realizado aparentemente grandes esfuerzos intelectuales para merecerlo; tampoco quiero valorar el comportamiento de aquellos profesores y funcionarios que al parecer la ayudaron en su sorprendente logro. Lo que me preocupa especialmente es analizar el resabio antidemocrático que desprenden los hechos que hemos ido conociendo gracias a las indagaciones periodísticas.
¿Un político debe estar en posesión de títulos universitarios? Entiendo que no es imprescindible, porque el representante (que no dueño) de la ciudadanía debe ante todo cumplir unas condiciones elementales: conocer lo que pasa en su circunscripción y estar bien enraizado en ella, no robar el dinero público, ser accesible, y gozar de una buena dosis de sentido común que, como decía Descartes, es el sentido mejor repartido entre la humanidad. Nuestro problema es que, como rémora del franquismo y de su rechazo frontal a las ideas de democracia e igualdad, los segmentos sociológicos que han apoyado al Partido Popular han seguido encantados con la visión tecnocrática del mundo, según la cual los cargos públicos vienen reservados a quienes por su formación elevada deben ser considerados como “mejores” que el resto, entendiendo equivocadamente que acceder a la presidencia de una Comunidad Autónoma o a un escaño en el Congreso es tarea equivalente a la de aprobar una oposición con el número uno de la promoción. En el universo reaccionario del franquismo se fomentaba el entendimiento de la política como equivalente a “politiquería”, actividad despreciable que solamente podía dignificarse si quien llegaba a ella venía avalado no por el voto de la masa amorfa sino por la fuerza de su currículum que encandilaba al dictador.
Esta visión era compartida por el fundador de Alianza Popular, Manuel Fraga, quien formó un partido de notables trufado con caciques y tecnócratas. Pero aquel proyecto no podía ganar unas elecciones con su tufo netamente clasista, y por ello José María Aznar lo reconvirtió en Partido Popular y lo estructuró como una organización compacta, jerárquica y disciplinada, con una cadena de mando y unas posibilidades de ascenso que estaban en proporción directa a la obediencia mostrada. Esta opción abrió la puerta a mujeres y hombres ambiciosos que podían hacer una carrera profesional larga en la política, si se mostraban fieles a los tics sociológicos heredados, entre los que se encuentra la exhibición de méritos que agraden a los votantes de la derecha tradicional, encantados de poner la gestión de los asuntos públicos en las manos de quien se supone que tiene un derecho adquirido a estar en política como premio a su supuesta valía académica y/o profesional previas.
Evidentemente, hecha la ley, hecha la trampa. No sólo resulta que numerosos cargos del PP han falseado sus currículum; es que además parece que existía una auténtica trama montada con catedráticos amigos que servía para dotar de títulos a todos quienes apuntaban buenas maneras en la organización. Contabilidad en B, estudios en B; la hipocresía, el afán de aprovecharse de toda oportunidad que pasa por delante, aparentar lo que no se es. Cifuentes nos confirma que existe en el PP una doble moral, no sólo para el manejo del dinero sino para la construcción de una imagen pública de solvencia profesional que no se corresponde con la realidad. El PP no aglutina a los mejores, a los más ricos, a los más listos. El PP simplemente ha funcionado como una gigantesca Empresa de Trabajo Indefinido en la que la apariencia lo era todo. ¿Cuántos no recuerdo, no figura, no aparece vamos a conocer en el próximo futuro?