La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Por qué debemos conservar la Facultad de Filosofía

La mano invisible de los tiempos que corren no perdona a la Filosofía. Los planes del ministro Wert, que ya han empezado a hacerse realidad, han herido de muerte la enseñanza de la Filosofía en la secundaria y el bachillerato. Las Facultades de Filosofía hemos perdido así, la principal salida profesional de nuestra carrera, dejando a nuestros profesores de secundaria en la tesitura de tener que conformarse con explicar valores éticos (normalmente, además, en inglés) a niños que no desean sacar sobresaliente en religión. Pese a este desastre, la matrícula (de precio disparatado, como todas) en la Facultad de Filosofía de la UCM, se ha mantenido estos años, porque, aunque parezca imposible, sigue habiendo muchos alumnos que estudian por amor al saber, intentando investigar las razones por las que el ser humano, en muchas ocasiones, es capaz de poner por encima de la vida aquello por lo que merece la pena estar vivo, algo que en filosofía se suele llamar dignidad (y se suele contraponer a precio). Este milagro tan improbable y contra natura se produce todos los días en nuestra Facultad, y debería ser reverenciado con respeto y admiración.

Todo lo contrario de lo que ha decidido, por el momento (porque aún hay tiempo para cambiar de opinión) el rectorado de la Universidad Complutense de Madrid, que ha propuesto integrar (o disolver) la Facultad de Filosofía como un departamento de una Macrofacultad más amplia. Se trata de una idea perversa increíblemente inoportuna, con la que un equipo de gobierno pretendidamente progresista da continuidad a la barbarie neoliberal de la LOMCE de Wert, suprimiendo la Facultad de Filosofía en el momento en que esta materia está siendo más maltratada en la enseñanza secundaria. Si esta conjunción de fatalidades ha salido por casualidad, hay que decir que ni la Santa Inquisición lo habría ideado mejor.

Todo esto, se nos ha dicho desde el rectorado, tiene que ver con un plan de reestructuración de centros que no busca otra cosa que volver más “eficiente” la administración de la UCM. Supongamos que es cierto (lo que podría discutirse en otros artículos). Si es así, hay que pedir al rector Carlos Andradas que rectifique de inmediato, porque la Facultad de Filosofía no sólo no es ineficiente sino que, desde mi punto de vista, ha sido la Facultad más eficiente de todas. Otra cosa es que, con ciertos baremos mercantilistas, no se quiera o no se pueda contabilizar esta eficiencia que, en verdad, hay que considerar sorprendente, gigantesca e inesperada.

Porque, en efecto, hace ya mucho tiempo que, en los Proyectos de Investigación y, en general, en las evaluaciones externas de la Universidad, se valora la eficiencia midiendo lo que se llama “transferencia a la sociedad”. Pues bien, no creo que ninguna Facultad o Escuela, por muchas patentes que haya registrado, pueda compararse ni por asomo a lo que ha representado, desde el año 2000 (el año del Informe Bricall), la Facultad de Filosofía en orden a transferencia de productos a la sociedad. Para empezar, el protagonismo de las Facultades de Filosofía (y en especial en la UCM) en la lucha contra Bolonia, fue, durante diez años, absoluto. Allí se encerraron los alumnos y alumnas en año 2000, durante noches y noches en las que tradujeron y estudiaron las ponencias sobre educación de la OMC que inspiraban el Informe Bricall, produciendo innumerables documentos explicativos que luego llegaron a la sociedad y levantaron la voz de alarma. Allí se encerraron los estudiantes, con el apoyo del decano Juan Manuel Navarro Cordón, durante todos los años de lucha contra el Plan Bolonia, para organizar lo que fueron movilizaciones sociales de millares y millares de ciudadanos en todo el país. Allí nació Profesores por el Conocimiento, un colectivo que logró poner de acuerdo a decenas de Juntas de Facultad en la lucha contra la mercantilización de la Universidad. Allí se celebraron gran parte de los debates con el rector Carlos Berzosa, con los entonces aún vicerrectores José Carrillo y Carlos Andradas, y con el que entonces fuera presidente de la Conferencia de Rectores, el que luego sería el ministro Ángel Gabilondo. ¿Es todo esto poca “transferencia a la sociedad”, poca “eficiencia”? ¿La movilización de centenares de miles de ciudadanos en la lucha y la reflexión sobre la Universidad no ha de ser contabilizada en la evaluación de la eficiencia de las Facultades? ¿O es que -tal y como, también, por cierto, la Facultad de Filosofía no paró de denunciar- ya sólo se consideran eficientes las patentes de interés para las empresas privadas que esperan montar sus plantillas de trabajo con becarios a los que, dicho sea de paso, paga el Estado, es decir, la sociedad civil? ¿La ANECA no tendría que pensar un poco sobre este asunto? La Universidad no sólo transfiere a la sociedad patentes jugosas desde un punto de vista mercantil. También transfiere reflexión, crítica y pensamiento.

Por otra parte, me parece difícil negar que desde la Facultad de Filosofía (y de Políticas, por supuesto) se ha hecho a la sociedad una transferencia que va a cambiar (que ya ha cambiado) la sociedad española más que todas las patentes que se puedan apilar en el resto del campus universitario. Podemos es un partido que puede llegar a gobernar este país, o al menos, quedar como primera fuerza de la oposición. Si cuento cuántos exalumnos míos de Filosofía hay en estos momentos ocupando cargos políticos o cargos internos en Podemos, me salen una docena de diputados y medio centenar de cargos, increíblemente jóvenes, muchos de los cuales se inciaron políticamente en la lucha contra Bolonia y en Juventud sin Futuro (sin ir más lejos, Luis Alegre, profesor de la Facultad de Filosofía de la UCM, es el Secretario General de Podemos en la CAM). ¿Todo esto no debe ser considerado “eficiente”? ¿Debe ser considerado o no “transferencia a la sociedad”? ¿Podríamos patentar la manera en la que se ha dado una patada en el tablero político de este país y se ha cambiado por completo la manera de hacer política? ¿Hay una patente que pueda explicar por qué ahora Pedro Sánchez va en mangas de camisa y por qué hasta en el PP se adoptan modales de perroflauta? Escuché una vez que existía una patente de gran interés empresarial, en el campo de la cirugía estética, para teñir de rosa los anos oscuros (a imitación de lo que se lleva últimamente en las películas porno). ¿Esto debe ser considerado eficaz en la transferencia de conocimientos a la sociedad en comparación con cambiar el mapa político de este país? ¿O es que es al revés, que la UCM castiga a su Facultad de Filosofía por lo excesivamente eficiente que ha sido en estas dos últimas décadas? ¿Es una venganza o un escarmiento?

La Facultad de Filosofía tiene un cometido imprescindible en la ciudad universitaria: recordar en todo momento a los “estudios superiores” lo que significa que un estudio sea un estudio superior. Es decir, explicar, en suma, lo que significa la palabra teoría, la palabra 'verdad', la palabra 'justicia' o la palabra 'belleza'. Recordar en todo momento que, como decía Humboldt, en los estudios secundarios, los profesores se deben a los alumnos (y así debe ser). Pero que, en los estudios superiores, profesores y alumnos se deben, ambos dos, a la ciencia, y en definitiva, a la verdad. Y eso por encima de cualquier consideración mercantil. Si perdemos esa referencia a la verdad, la justicia o la belleza, destruimos, sencillamente, la brújula de lo que debe ser una Universidad. Y es una locura emprender un proceso de reformas sin brújula. Porque todos sabemos demasiado bien (desde el año 2000) hacia donde nos lleva la corriente.

Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía en la UCM. Es autor del libro El Plan Bolonia. Su último libro publicado es En defensa del populismo.