Ahora que el ruido de las redes ha parado un poco y los chistes de barra de bar sobre papadas y otras lindezas se han relajado, quiero detenerme a reflexionar, con argumentos y con calma, acerca del acierto de Yolanda Díaz sacando a colación el pasado fin de semana el concepto de matria. Lo hago como escritor, interesado en todo lo simbólico, y como activista que en diciembre de 2018 lanzó, junto a compañeras y compañeros, un manifiesto que daba pie a un movimiento llamado, precisamente, Movimiento Matria.
Más allá de las defensas que hemos visto a lo largo de estos días basadas en textos y autoras del pasado, que son necesarias, es interesante fijarse en todo lo que tiene de futuro este concepto. Porque sí, la idea de matria no es solo un capricho lingüístico, ni un baile de letras, ni una forma de hacer amables determinados términos que pueden generar rechazo. La idea de matria con profundas raíces latinoamericanas, es también futuro y novedad, un horizonte.
Como animal simbólico que somos, construimos nuestra realidad y avanzamos a través de ella mediante imágenes que nos sirvan para comprender el mundo y para ponernos metas, individuales y colectivas, que sean motivadoras. Una idea para ir detrás de ella. Así que, aunque a veces obviemos con cierta prepotencia al mamífero que nos habita, necesitamos símbolos poderosos que puedan servir de paraguas de las transformaciones y avances que queramos realizar. Imágenes que conecten a mayorías, que generen empatía y comunidad, que ayuden a comprender y asumir los retos comunes.
No hay más que ver lo que el malogrado concepto de “libertad” ha conseguido en las pasadas elecciones a la Comunidad de Madrid.
La matria es por tanto un símbolo, pero está obligada a ser un símbolo cargado de contenido, tangible más allá de la evocación, con propuestas inspiradoras y espacios para la construcción colectiva de esa imagen. Una idea, insisto, para ir detrás de ella. Solo así generará un horizonte esperanzador y motivante, un horizonte hacia el que apetezca avanzar a una mayoría de personas, un horizonte que movilice.
Y, ¿por qué ahora? ¿Por qué es tan pertinente que precisamente ahora ponga Yolanda Díaz en valor un concepto que ya defendieron en su momento otras políticas como Mónica Oltra? Porque urge.
Estamos en un momento único de la Historia. Somos la primera generación que puede acabar con la pobreza y la última que puede detener el colapso climático. Es profundamente relevante actuar en la que será la década más importante de la humanidad, la cuenta atrás hacia otro mundo posible o hacia el mundo al que nos condenemos.
Aparte de esto, nos encontramos inmersos en lo que el politólogo Robert Dahl describió como la tercera gran transformación sistémica de la Historia. Para Dahl, igual que en su día se pasó de las sociedades tribales a la organización en ciudades-Estado (las polis, primera transformación) y de estas a la organización en naciones-Estado (segunda transformación), llevamos años metidos en un proceso mediante el cual la nación-Estado pierde poder frente a las realidades transnacionales. Una suerte de “mundo-Estado” dirigido hoy por hoy por empresas multinacionales y entidades no democráticas como los G-8, G-20, FMI, Banco Mundial y demás. Para Dahl era urgente que la ciudadanía tomara las riendas de esta tercera gran transformación para democratizarla, una tarea en la que llevamos ya décadas de retraso.
Desde esta triple perspectiva, la del colapso climático, la de la mundialización de la organización sistémica y la de la ficción de poder que suponen hoy las naciones-Estado, cobra especial relevancia el concepto de matria. Matria no solo como idea bella sino como forma de democratizar y tomar las riendas de ese “mundo-Estado” que, de facto, existe. Matria como concepto por encima no de la patria, sino de las patrias.
Y no como una matria única e inmutable (qué miedo eso), sino una matria de matrias. El mundo donde quepan todos los mundos que nos recordaban los zapatistas. Un mundo donde el valor de la igualdad no sea sinónimo de uniformidad.
Personalmente siempre he visto una oportunidad excepcional de poner esto en práctica en esa soñada república ibérica (que pienso que llegará). Una forma ilusionante y con posibilidades no de crear más fronteras sino de tumbarlas para crear algo nuevo. Una Matria Ibérica como propuesta concreta de futuro y construcción colectiva.
Ahora habrá que ver el recorrido que tiene el término. Si se queda en una declaración en un momento dado con su correspondiente polémica de la contra o se avanza en todas las posibilidades que el concepto de matria ofrece. Se dice que las ideologías se construyen sobre dos realidades: una concepción del ser humano y una forma de Estado. Los que creemos, con la evidencia científica en la mano, que lo que más feliz hace al animal ser humano es ayudar a otros, vemos en esa idea de matria una forma de Estado posible. Una ideología, al fin, de la Fraternidad global que actualice el lema revolucionario francés y ponga en valor político el término olvidado de la terna “libertad, igualdad, fraternidad”. Lo que pedía José Luis Sampedro, vaya.
Pero, más allá de todo esto, considero que Yolanda Díaz acertó porque, después de tantos intentos de resignificar la bandera, la patria y todos sus símbolos, muchos estamos ya hartos. Como terminaba el manifiesto que lanzamos en diciembre de 2018, “después de tanta patria ha llegado el tiempo de la matria”. Pues eso.