Una defensa del debate plural y democrático
Durante años en España nos han hurtado la posibilidad de asistir a la confrontación de programas entre candidatos mediante debates plurales. Ni siquiera un simple debate a dos se lograba asegurar en cada campaña.
Como en un juicio si es democrático, en los debates no cabe el amaño, entra la vida a raudales, los aciertos y los errores, los balbuceos y el ingenio, la suerte y la experiencia, sabes cómo empieza pero jamás cómo termina. No es una tertulia, pues se exponen las grandes líneas de gobierno de los candidatos. No hay lugar para el griterío. Son los propios candidatos quienes defienden sus propuestas y dialogan sobre ellas, quienes critican las del resto. Cuando un debate es bueno permite conocer si hay proyecto detrás o finalmente todo no era más que simple esgrima dialéctica.
Nos asomamos con inquietud al final de esta legislatura preguntándonos si después de tantas energías sociales movilizadas todo cambiará solamente para que todo siga igual. Y hablo del paro, la pobreza, la desigualdad, la corrupción, los modelos laborales y productivos, los recortes de libertades. Las violencias machistas. También las concepciones dominantes de democracia, tan estrechas, tan elitistas y oligárquicas. Los nuevos partidos emergentes tratan de adaptar sus mensajes y propuestas a un centro que en realidad no existe más que en la derecha, pero allá que van, mientras el bipartidismo trata de aguantar el empuje hasta el final confiando en sus viejas inercias.
En este panorama el debate restringido a cuatro no es más que un triste reflejo del habitual debate a dos, un gatopardismo anticipado. Lo que nos ofrece este nuevo bipartidismo es una vez más el rechazo al debate como forma genuina de confrontar proyectos, de deliberar a fondo sobre un programa con respeto a la pluralidad política del país.
La ausencia importa en política. Quizá si en los noventa hubieran dado la oportunidad a Julio Anguita de confrontar su proyecto con González y Aznar no estaríamos donde estamos ahora con Maastricht y el euro, o quizá sí. Pero las grandes audiencias habrían tenido la oportunidad de informarse a fondo de algo que en estos años ha determinado tanto nuestras vidas.
Apartar de los debates electorales la posibilidad de exponer un programa económico y democrático de ruptura, un sólido proyecto de país alternativo, no es inocente. Nunca lo es. No es que haya grandes conspiraciones para excluir a Alberto Garzón, lo que ocurre es que las fuertes corrientes del poder arrastran a que volvamos a la casilla de salida en este asunto de igual manera que se está dando en otros. Tanto hablar de nueva política para que al final quienes reclamamos la nacionalización de los sectores estratégicos para ponerlos al servicio del interés general, como se puede derivar del artículo 128 de la actual Constitución, seamos vetados.
Las razones para un no claro a la OTAN, a la Monarquía y la enseñanza concertada, a la presencia de la religión en las aulas, por nombrar algunos temas candentes estos días, desaparecerán de la conversación. Nadie escuchará delinear un nuevo modelo productivo radicalmente ecológico, basado en el I+D+i, en la creación de empleos dignos y productos de alto valor añadido, con banca pública, que apuesta por un ambicioso plan de emergencia social y una reforma fiscal fuertemente progresiva. No se hablará del banco bueno que rescatará la deuda de las familias y las pequeñas empresas más vulnerables. Tampoco de las causas de la situación de miles de personas que, en la búsqueda de protección internacional, pierden sus vidas ante la irresponsabilidad de nuestros gobiernos.
Se silenciará una opción que se define feminista sin ambages, que propone permisos de paternidad iguales e intransferibles además de una ley de igualdad de salarios o una reducción de jornada sin rebaja salarial destinada a cuidados. Una formación que tiene muy claro el por qué se opone al contrato único y los complementos salariales, que no dudará en acabar con el concordato con la Santa Sede y los CIE. Se acallarán decenas de propuestas trabajadas estos meses en campos como las libertades, la educación y la sanidad públicas, que llevan el sedimento de haber sido precedidas por años de luchas. Se aparcará el Proceso Constituyente.
En los debates de estas elecciones no habrá ninguna formación que se reconozca abierta, sincera y únicamente de izquierdas.
Aceptar un debate plural es aceptar la contingencia. El sueño autoritario reside en lo contrario, en el control y la predicción. Por eso rechazamos el plasma y las entrevistas pactadas. Los debates restringidos entran en esta serie, como las primarias trampeadas o los dedazos.
Durante años la ausencia de debates plurales era uno de los grandes déficits de nuestro régimen. El ágora en que convertimos las plazas desafió directamente esa concepción de la política. Negarlos hoy, con lo que ha caído, boicotearlos calculadora en mano, revela una preocupante desorientación en materia democrática. Se buscará el poder, pero no la transformación.
Buscamos que esta campaña sea la de la reflexión. Aspiramos a desterrar el marketing, el exhibicionismo y la propaganda en nuestro modo de comunicarnos. No se trata de invadir sino de mover a pensar.
Nos declaramos dispuestos a confrontar nuestro programa con el resto de candidaturas. Sin miedos ni censuras. Nosotros jamás los callaríamos, eso también nos distingue. Estemos o no finalmente en los debates inventaremos mil maneras de informar de nuestras propuestas. Estoy convencido de que esta candidatura y este programa son imbatibles en cuanto llegan a la ciudadanía, así que tenemos la oportunidad y la responsabilidad de hacer una campaña histórica
Con la confianza de que haciendo bien las cosas acercamos la democracia real que, de manera innegociable, tanto anhelamos.