Naciones Unidas intentó consensuar una definición de terrorismo en 1972 sin conseguirlo. Desde entonces, todos los intentos de la comunidad internacional para llegar a una definición de conformidad sobre qué significa terrorismo han tenido por denominador común el fracaso. Posiblemente por las múltiples connotaciones que esta palabra aporta y por el temor a las reacciones de aquellos que pueden ser incluidos como sujetos activos de esta categoría lingüística y política. Son muchas las definiciones parciales de terrorismo, pero todas ellas hablan de terror, violencia, fuerza, política, amenazas, alarma social, efectos psicológicos… Tomamos tres definiciones de las muchas posibles. Así, terrorismo, según la RAE, es “la dominación por el terror”; “la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” y la “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.” Oxford Dictionary lo define como “el uso no oficial o no autorizado de la violencia y la intimidación para la consecución de objetivos políticos” y el Duden alemán habla de “las actitudes y comportamientos, que tienen como objetivo [político] cumplir objetivos mediante el terror”.
Partiendo de estas definiciones podemos entender que el terrorismo se estructura a partir de una violencia diseñada para generar dinámicas sociales de terror en determinados grupos de víctimas y que afecta a la integridad psíquica y física de estas personas. Y que el terrorismo se ejerce con el objetivo de imponer unos determinados valores y obtener unos resultados políticos y sociales que se corresponden a una ideología. Así, si las características atribuidas al concepto de terrorismo son, entre otras, violencia directa, generación de terror y alarma social, intención política e imposición ideológica ¿por qué no hablamos de terrorismo machista?
¿No entendemos que el patriarcado es un sistema de dominación? ¿No entendemos que el machismo es la base ideológica de la organización política del patriarcado? ¿No entendemos que el machismo es una sucesión de acciones violentas, persistentes en el tiempo, para infundir terror? ¿No entendemos que este terror es su herramienta de dominación? ¿Una herramienta para imponer su orden y mantener su poder? ¿Para provocar miedo intenso en la mujer? ¿Los hombres machistas no ejercen la máxima intimidación para mantener sus privilegios sociales y políticos? ¿No entendemos que la máxima violencia machista es el asesinato de las mujeres por el hecho de ser mujeres? Si entendemos todo esto también entendemos que el machismo es una ideología por qué se define por un conjunto de ideas que lo caracteriza, todas ellas basadas en la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer y sobre toda persona que se aleja del modelo hombre. De forma que esta ideología, que toma el sexo como categoría social impregnada de política, tal y como la definía Kate Millet, se corresponde con el pensamiento de una colectividad, los hombres machistas, y es un pensamiento que impregna todos los ámbitos de la vida con el objetivo de controlar y someter a sus parámetros políticos las mujeres y todas aquellas personas distintas al modelo de hombre impuesto como hegemónico.
Sin esta violencia, posiblemente, el resto de instrumentos del patriarcado no serían tan eficaces porque la fuerza de la violencia es un instrumento de intimidación constante que impone el miedo y el terror paralizante para mantener su orden y poder. O también, como dijo recientemente Miguel Lorente, el machismo que radica en la cultura y la violencia normalizada por la propia cultura actúa para restablecer “el orden perdido” y para castigar. Por ello podemos decir que los hombres machistas maltratan y matan por un sistema de ideas y representaciones políticas. Y también podemos decir que el terrorismo machista y el político tienen muchos elementos en común. Entonces, ¿por qué nos da tanto miedo hablar de terrorismo machista?
Sabemos que el lenguaje construye la realidad y, a veces, sus consecuencias pueden ser imprevisibles, o tal vez porque son muy previsibles evitamos nombrar las cosas por su nombre. Si consideramos que la intimidación, el maltrato y el asesinato de las mujeres y de todas aquellas personas que no cumplen con las normas de sexualidad y de género impuestas desde el patriarcado es terrorismo machista, estaremos torpedeando la base del patriarcado. Estaremos admitiendo que estos actos tienen un alcance político que ahora mismo se les niega. Porque dar esta categoría es admitir que las vejaciones y agresiones sexuales, las violaciones, los feminicidios, los crímenes por homofobia, lesfobia y transfobia son acciones públicas con dimensión social y política. Es admitir también la dimensión estructural de estas violencias y por tanto requeriría de una intervención social y política, una intervención de Estado, que ahora se niega. Mientras no digamos las cosas por su nombre estaremos negando su existencia y, en consecuencia, su solución. Pero por muchas vueltas de tuerca que demos al lenguaje, la realidad social que sufrimos las mujeres diariamente no es más que la demostración contundente de como la ideología machista busca perpetuarse a través de la violencia física, psíquica y verbal. Es terrorismo machista. Dejémonos de eufemismos y digamos las cosas por su nombre.