“La guerra no ennoblece a los hombres, los convierte en bestias”, Soldado Witt.
En el primer aniversario de la guerra de Ucrania, los peores presagios de que puede ser una guerra larga y cruenta se están confirmando. El previsible discurso de Vladimir Putin de huida hacia delante y la también previsible reacción de Stoltenberg, Biden y Borrell en la misma dirección refuerzan la vía militar como único camino de resolución del conflicto. Parece que la única esperanza radica en la intervención de China que, con su abstención en la resolución de la Asamblea de Naciones Unidas sobre la retirada del ejército ruso de territorio ucranio, mantiene viva la opción de una salida negociada.
Aun así, salvo que la intervención China produzca un giro copernicano en la estrategia de unos y otros en esta guerra, en estos momentos el planteamiento dominante es que esta guerra solo se acabará cuando la gane uno de los bandos. Si la guerra sigue, la escalada belicista también lo hará.
Mal que nos pese, en la guerra todo vale. Las normas de la guerra incluidas en el Derecho Internacional Humanitario no se respetan. Los crímenes de guerra como los denunciados en Bucha con toda probabilidad han ocurrido en otros lugares y habrán sido perpetrados por ambos ejércitos y grupos armados afines. Los medios de desinformación de cada bando muestran lo terrible que es el enemigo. La propaganda se convierte en un arma más y con ello se genera el consentimiento de la población hacia una estrategia militar más violenta, en la que el terrible enemigo no deja más alternativa que su aniquilación para no ser aniquilados.
Las bombas de racimo fueron prohibidas en 2008 en un histórico tratado firmado por 123 países, al que no se han sumado ni Rusia, ni Ucrania, ni Estados Unidos. Las bombas de racimo fueron prohibidas porque infringen un daño humanitario inaceptable que las sitúa fuera del Derecho Internacional Humanitario. Son lanzadas de forma indiscriminada y acaban matando y mutilando a la población civil. En esta parte del mundo tenemos información de que el ejército ruso las utiliza, pero todo parece indicar de que el ejército de Ucrania también puede estar haciéndolo. Si no por qué defiende con tanta vehemencia el diputado ucraniano su derecho a utilizarlas y pide su suministro a EEUU.
Las líneas rojas no son estáticas y los gobiernos implicados en la guerra lo saben. Las armas que no se podían enviar al principio pueden ser enviadas hoy. Los tanques que tantos recelos generaban al inicio hoy son imprescindibles. Se empezará enviando unas decenas y si la línea roja se vuelve a mover, serán enviados cientos, tantos como se consideren necesarios y aceptables en el momento en que esto sea lo que se considere imprescindible para ganar la guerra, o para no perderla. Lo mismo ocurrirá con los cazas. Ya nos dicen los expertos militares, que de nada sirven los tanques sin apoyo aéreo, sugiriendo que el envío de un arma implica el de la otra. Pedro Sánchez, recientemente preguntado sobre el envío de aviones de combate en su visita a Ucrania, ha declarado que lo estudiará, cuando en el inicio de la guerra, las demandas de control del espacio aéreo de Ucrania, que implicaban el envío de cazas, fueron descartadas por suponer una escalada inaceptable de la guerra.
Con ello vemos que el paso de suministrar armas defensivas a ofensivas ha sido gradual. Del mismo modo que aceptamos pasar de suministrar armas defensivas a equipamiento militar de carácter netamente ofensivo, podemos pasar a considerar el envío de tropas sobre el terreno. Y así, sin darnos cuenta, pasar de una guerra entre Ucrania y Rusia a una guerra de todos contra todos.
En 2017 se aprobó el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, que entró en vigor en enero de 2021 tras la ratificación de 50 estados. Ni Rusia, ni EEUU, ni sus aliados de la OTAN lo han firmado. A ello cabe añadir el alarmante anuncio de Putin por el que rompe el único vínculo en materia de desarme que permanecía vigente entre EEUU y Rusia, el New Start, por el que se comprometían ambos países a limitar sus capacidades militares nucleares y establecía la posibilidad de ejercer la supervisión externa de sus arsenales. Rusia aumenta así la amenaza del uso del arma nuclear si se da la ocasión. Es probable que la población rusa esté en contra de hacerlo. Pero también es probable que fuera más contraria a su uso al inicio de la guerra que no ahora. La propaganda rusa habrá trabajado en esta dirección y la creación del consentimiento (y de no disentimiento) de una escalada bélica por parte del ejército ruso se está aplicando si cabe con mayor intensidad que en Occidente. Es decir, si el gobierno ruso cree necesario el uso del arma nuclear para conseguir sus objetivos y esto no supone una amenaza a la continuidad del gobierno actual en el poder, cruzar la última línea roja, un ataque nuclear, no sería improbable.
En la guerra vale todo, el uso de armas prohibidas y los crímenes de guerra están a la orden del día. La escalada belicista es la evolución lógica y natural en la guerra. Hay quien dice que un enfrentamiento a gran escala con Rusia que acorrale al gobierno ruso sería una gran victoria de Occidente. Un gobierno y un pueblo acorralado pueden sentirse tentados de apretar el botón rojo y, si bien perdería en última instancia la guerra, generaría la mayor catástrofe humanitaria evitable que la historia pueda imaginar. El punto de no retorno, cruzar la última línea roja, está hoy más cerca que ayer.