Después de dos años de pandemia el feminismo tomará las calles el 8 de marzo para exigir derechos para todas. No es que las hubiera abandonado, no hay más que recordar la marea verde de las mujeres argentinas celebrando el reconocimiento del derecho al aborto, la resistencia de las mujeres polacas frente a los ataques de la extrema derecha, las feministas defensoras de la tierra y los derechos humanos en Centroamérica amenazadas de muerte por los intereses de las empresas extractivistas. Y aquí, más cerquita, y solo como botón de muestra, a las empleadas de hogar que siguieron saliendo a la calle para reclamar al gobierno la firma del convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo y el reconocimiento de sus derechos, las redes de apoyo en los barrios a las mujeres víctimas de violencia en situación de confinamiento y, en cuanto se pudo, las movilizaciones para defenderlas; las mujeres de la Cañada Real reclamando la luz en su barrio, y las mujeres plantándose ante los desahucios; las que se concentraron frente al hostigamiento de los grupos anti elección a las mujeres en las clínicas de aborto, o para apoyar a las trabajadoras esenciales. Tampoco hay que olvidar las manifestaciones, entre cuidadosas medidas sanitarias, del 8 de marzo del 2021 (salvo en Madrid, que la prohibió la Delegación de Gobierno).
La resistencia y la organización feminista funcionó entre el dolor y los cuidados, resistiendo también al intento de criminalización que la derecha y la ultraderecha orquestó para debilitar a este potente movimiento tratando de responsabilizarle de la propagación del virus.
Salimos de lo peor de la pandemia viendo la enorme fragilidad del sistema, cómo la precariedad, las desigualdades, la pobreza, la violencia machista y la fragilidad de la salud del planeta siguen marcando las condiciones de vida de la mayoría de las mujeres. Una “normalidad” a la que, desde hace 10 días, se suma los efectos devastadores y el horror de la guerra, que obliga a volver la mirada, el apoyo y solidaridad con las mujeres y el pueblo de Ucrania.
Todo esto convive con las guerras culturales, antifeministas y antimigración, de la extrema derecha, por un lado negacionistas de la violencia machista y de sus causas estructurales, y por otro reclamando políticas punitivistas con la extensión de la prisión permanente y revisable. Agitan el miedo y la inseguridad para crear un imaginario en el que presentan a quien consideran “distinto o distinta” (en su caso las y los inmigrantes) como una amenaza para las otras. Por eso no es de extrañar que, frente a la exigencia de ¡regularización ya! de las mujeres y hombres en situación administrativa irregular ellos aboguen por políticas racistas de control migratorio.
En este contexto y con tantas urgencias, resulta difícil entender que se trate de imponer el abolicionismo de la prostitución como la agenda del feminismo. El feminismo es plural y, como en muchos otros temas, conviven diversas posiciones: de defensa de derechos de las trabajadoras sexuales a distintas visiones sobre lo que es una propuesta abolicionista.
La potencia del feminismo, como se vio en las huelgas feministas de años pasados, es precisamente su inclusividad, su posibilidad de hablar sobre los distintos conflictos que atraviesan nuestras vidas y de subjetividades e identidades individuales que no se pueden fragmentar. Por eso la crítica que hace ya años hicieron las mujeres migrantes, racializadas, lesbianas y trans, al feminismo por hacerse eco solo de la situación y problemas de las mujeres blancas, en situación de privilegio económico y social y heterosexuales, y que por tanto las excluía, ha dado paso a un “nosotras”, el llamado sujeto del feminismo, abierto e inclusivo para el que no caben derechos de unas sobre la exclusión de otras.
Entiendo los derechos para todas en el sentido más radical del término, no en el de la igualdad del llamado feminismo liberal que considera los derechos como algo personal e individual, la llamada meritocracia, y no como una cuestión social de todas, de una justicia social que apunta a las causas estructurales que mantiene el sistema. Lo contrario, es abogar por derechos solo para unas pocas que se situarían en posición de privilegio mientras que la situación no cambiaría para la mayoría de las mujeres.
Derechos para todas. El feminismo en sus reivindicaciones, eslóganes, cánticos y propuestas, expresa dolor, rabia y rebeldía por las situaciones de brutal violencia, discriminación y dominación que a algunas las lleva hasta la muerte, pero también la alegría por la esperanza que supone la propuesta colectiva feminista, que aspira a que todas, y todos, podamos vivir vidas dignas y sostenibles y realizar nuestros sueños.