Centros educativos bautizados con nombres de batallas, libros de texto cuyos contenidos invisibilizan a buena parte de la población, actividades que priman la competitividad sobre la cooperación, patios en los que no existen apenas lugares para conversar, silencio adulto ante insultos, humillaciones o collejas por cortarse el pelo. Familias que no hablan con docentes que no les soportan, elevados muros que aíslan a la escuela de la vida del barrio, un vídeo de una pelea entre menores circulando por WhatsApp. Estos hechos, enumerados uno tras otro, parecen dibujar un escenario apocalíptico, pero vistos todos en su conjunto representan la cotidianidad de buena parte de nuestros colegios. La violencia está presente y puede permear los diferentes estratos de la realidad escolar. Una violencia que por haber pasado a formar parte del día a día, se ha vuelto invisible confundiéndose con el paisaje y haciendo que sean muy pocos quienes reparan en ella.
Si realizásemos el mismo ejercicio de deconstrucción de la violencia en cualquier ámbito social, el panorama sería igual de decepcionante. Esa violencia normalizada y presente en todo no es específica de los centros educativos. Forma parte de nuestra sociedad y estamos acostumbradas a su presencia. Sin embargo, a muy pocas personas se les ocurriría defender que hay que asumir esa agresividad como la forma normal de relacionarse.
Pero, ¿qué podemos hacer para ver esa violencia invisible? Entrenar la mirada para detectar todas esas formas de violencia que impregnan la vida escolar es uno de los objetivos con los que nació la investigación PARTICIP-ARTE: Desmontando la normalización de la violencia. A través de esta investigación, desde la Liga Española de la Educación hemos acompañado a más de 100 docentes y a más de 1.000 estudiantes de 3º, 4º, 5º y 6º de primaria (de 8 a 12 años) de 12 centros públicos de Cádiz, Las Palmas, Madrid y Murcia. Esta investigación con carácter propositivo y participativo busca sacar a la luz todas las formas en que puede manifestarse la violencia en los centros educativos y que profesorado y alumnado desarrollen las competencias necesarias para prevenir, detectar y actuar frente a ellas.
Haciendo visible lo invisible: La violencia dentro del centro educativo
Durante todo el proceso de acompañamiento con docentes y estudiantes hemos presenciado cómo lograban detectar la violencia que antes les costaba ver. En un primer momento, sus percepciones dibujaron unos centros donde la violencia no está muy presente (el 66% del profesorado así lo creía) y que son valorados como lugares seguros (así son según el 87% del alumnado). Sin embargo, esta opinión contrastaba con el elevado dato de episodios de violencia física y verbal que protagoniza y reconoce el alumnado: el 60% ha visto cómo pegaban a alguien en la escuela y otro 69% cómo se insultaba a un compañero o compañera.
Una vez que fueron conscientes de la presencia de la violencia más evidente, se procuró desmontar ciertos prejuicios (machistas, racistas y homófobos), tabúes e ideas arraigadas en los imaginarios adultos e infantiles. En este sentido se procede a cuestionar y derribar la figura del “chivato”, con gran carga negativa. Surgieron propuestas y medidas para animar al alumnado a romper el silencio, como la instalación de buzones anónimos o celebrar dinámicas en las que conversar sobre la convivencia. Se identifica que la implicación por parte del alumnado es esencial para detectar e intervenir ante este tipo de comportamientos abusivos.
Paralelamente, una estrategia común que se plantea desde los centros participantes fue ceder protagonismo al alumnado, acompañarle dotándole de autonomía, potenciando la participación y la sensibilización en valores democráticos, igualitarios y respetuosos, y fomentando la resolución de conflictos entre iguales a través de la creación de figuras como el “alumnado ayudante” o mediante la habilitación de espacios seguros para conversar, desahogarse y resolver conflictos.
¿Hay alguien ahí fuera? La relación del centro con el exterior
El clima familiar es determinante en la convivencia escolar y hemos podido detectar como aquel alumnado que padece insultos y gritos en el hogar, reproduce en mayor medida conductas agresivas, ya sea a través de la violencia física o verbal. Implicar a las familias y atraerlas a la escuela es clave y se destaca la importancia de mejorar la comunicación entre el colegio y el hogar, así como centrar esfuerzos en promover competencias educativas entre madres y padres.
Mejorar el clima escolar pasa también por conectar los escenarios del centro educativo y del barrio, abrir las puertas para dejar entrar y salir a las calles, y así fomentar el sentimiento de comunidad y pertenencia. Pese a que el contexto epidemiológico ha incidido a la hora de imaginar actividades colectivas que involucrasen al barrio, sí se han recogido algunas ideas nuevas y medidas que ya se llevaban a cabo, como coordinar acciones con el tejido social del barrio, promover la participación en fiestas populares, llevar a cabo campañas que fomenten el consumo de cercanía y visitar residencias o centros de mayores.
Desde la investigación PARTICIP-ARTE también se ha abordado la influencia de los medios de comunicación, los videojuegos y las redes sociales, como “competidores” por la socialización con familias y escuela, y como potentes normalizadores de la violencia (el 18% del alumnado ha visto vídeos o fotos violentos en los que aparecían chicas o chicos que conocían). De este modo, entre parte del profesorado se identifican debilidades a la hora de detectar estas formas de violencia y de fomentar un uso responsable de las redes sociales, para lo que se presenta como necesario des-demonizar estos nuevos canales de comunicación y entretenimiento y animarles a conocer su utilidad y su potencial educativo.
Una invitación a continuar
La violencia es un monstruo de muchos tentáculos que alcanza cada recoveco del día a día escolar. Hay que prestar atención a nuestras palabras, a nuestros silencios, a nuestra escucha, a nuestras actitudes y a nuestras propuestas. Conviene idear estrategias para evitar que esa violencia se adueñe de nuestra cotidianeidad.
Todo lo que esta investigación ha recogido abre el camino para la reflexión en otros centros y supone una invitación a continuar revisándose a quienes han participado de este proceso. Para que creencias y actitudes violentas puedan ser desterradas y sustituidas por valores como el respeto a la diversidad, los cuidados, la igualdad y la justicia.
Este 17 de marzo contamos con detalle los resultados de la investigación y debatimos sobre cómo incorporar medidas en los centros educativos basándonos en experiencias de éxito. Puedes acceder aquí.