28 A: La destrucción de los mitos

Nicolás Sartorius

Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas —

No hay nada mejor que una pasada por la realidad de las urnas para aventar unos cuantos mitos arraigados en nuestro debate público. El primero de ellos era que nuestra democracia estaba poco menos que en bancarrota porque la ciudadanía había dejado de creer en ella, sobre todo entre los más jóvenes. Una participación masiva del electorado, viejo y joven, masculino y femenino, del 76% de media -en no pocos sitios rozando el 80% como en Madrid o Barcelona-, ha hecho trizas la pertinaz cantinela sobre el agotamiento del ‘Régimen del 78’. La conmovedora visión del líder de Unidas Podemos blandiendo artículos de la Constitución cual puntos programáticos, en debate televisivo, puede servir de imagen icónica de lo que decimos. Siento comunicarles a los agoreros de turno que el sistema político español goza, por lo menos de momento, de bastante buena salud.

La segunda fábula, que ha quedado maltrecha, es aquella que contaba que éramos un país donde no se castigaba la corrupción en las urnas. El calamitoso resultado del PP en el conjunto de España y en particular en Valencia y Madrid, lugares donde se han concentrado buena parte de las expoliaciones, con pérdida de la mitad de los votos, indicaría que el sufrido personal no es tan panoli o sandio como se pensaba. Si incluimos en el análisis el retroceso de Junts per Catalunya, cuyos ancestros participaron en parecidas corruptelas, veremos confirmada nuestra tesis. Incluso el partido ganador, aun recuperando mucho apoyo en la Comunidad andaluza, donde también se dieron episodios venales, no ha crecido tanto como en otras circunscripciones electorales y fue duramente castigado en las recientes autonómicas. Es una buena noticia que las corrupciones se paguen ante los tribunales y las urnas, demostración de que, a pesar de todo, la moralidad pública no está tan postrada.

La tercera fantasía era que en España no había extrema derecha, pues muerto el dictador y conquistada la democracia, aquí todo el mundo se había convertido en demócrata y liberal de toda la vida, y ya se había encargado el genio político de los Fraga y Aznar de concentrar en el PP a todo el universo conservador. Algunos, quizá ingenuamente, intuíamos que era extraño que en toda Europa hubiera partidos de extrema derecha y que precisamente aquí no apareciese tan perturbador fenómeno. La única duda que albergábamos era sobre la proporción o alcance de tal trastorno, pues era bastante evidente que en las entrañas de la formación de la derecha tenía que anidar su versión más extrema que, en algún momento, aparecería y levantaría el vuelo. Así ha sido. ¿Cómo no iba a existir en España una extrema derecha cuando hemos sufrido, durante 40 años, una dictadura fascistoide que contó con copiosos apoyos sociales en sectores influyentes del país? El primer aviso a navegantes sonó en las recientes autonómicas andaluzas en las que Vox sacó el 10,97% de los votos y el 11% de los escaños. En las elecciones generales ha obtenido el 10,26% de los votos y el 6,8% de los escaños. En términos de voto, la proporción es similar y menor que los resultados de los partidos homólogos de Europa, lo que no es un consuelo ni es óbice para que pueda mejorar posiciones en el futuro, dependiendo de las políticas que se practiquen en España y en la Unión Europea. Si se siguen imponiendo programas neo-liberales aumentarán, sin duda, las opciones de derecha extrema.

Una cuarta quimera o leyenda aparece cuando voceros del nacionalismo catalán afirman, sin inmutarse, que una vez más el independentismo ha ganado las elecciones generales en Cataluña. Es cierto que ERC ha sido el partido más votado, pero que las opciones por la independencia hayan vencido es completamente falso. Los partidos separatistas han obtenido 1.626.001 votos, esto es el 39,38% del total, mientras los no independentistas alcanzaron 1.748.129 votos, el 43,20%, sin contar los apoyos de En Comú Podem -que según dicen no están por la ruptura-, pues de contarlos la diferencia sería mucho mayor. Sin embargo, lo relevante es que con una participación récord la opción separatista queda lejos de los 2 millones de apoyos que decían tener y, además, no son necesarios para formar una mayoría de Gobierno en España. En otras comunidades como Baleares, Galicia, Valencia o Navarra los partidos de tendencia nacionalista han obtenido magros o nulos resultados. Solamente en Euskadi el PNV y Bildu han avanzado en votos y escaños ante el completo descalabro de las derechas. No obstante, el conjunto del resultado electoral no reduce en un ápice la urgencia de resolver el problema territorial y dependerá de lo que haga el futuro Gobierno, y el conjunto de las fuerzas parlamentarias, el que retroceda o avance el impulso a la ruptura.

Por último, también la mitología al uso sostenía que las izquierdas siempre se dividían mientras las derechas se unían, quizá por aquello de que es más fácil acoplar intereses que ideas. Parece que en esta ocasión ha sucedido lo contrario. Las segundas se han escindido y ninguna ha conseguido lo que pretendía. El PP ha perdido casi la mitad de los votos y prácticamente ha desaparecido de Cataluña y Euskadi, con lo que eso significa para poder gobernar España. ¿A quién se le ocurre pregonar que la primera medida de Gobierno, si gana las elecciones, es aplicar el art.155 de la Constitución, es decir, cepillarse la autonomía? Es para darles el premio nobel de la estulticia política. Ciudadanos, por su parte, ha crecido con fuerza, pero no ha logrado ni “echar a Sánchez”, ni alcanzar el famoso “sorpasso”, que suele terminar en “sorpresa”. Y Vox se ha quedado en ese 10%, bastante por debajo de sus oníricas expectativas.

En la izquierda, Podemos y sus confluencias han sufrido una severa derrota, lo que debería conducir a una profunda reflexión sobre las causas de la misma. Pasar del “asalto a los cielos” a la dura administración de la realidad terrenal no siempre es sencillo. Pero lo peor es echar la culpa al empedrado. Sería acertada una colaboración entre las izquierdas para lograr avances fiscales y sociales, pero me resulta extravagante esa insistencia en entrar en el Gobierno cuando se está en posición de debilidad y hay otras formas para controlar los acuerdos a los que se llegue, sin necesidad de poltronas y de comerse los ‘marrones’ que toda acción de Gobierno comporta. Creo que la fórmula de colaboración de la izquierda portuguesa es la más realista.

Es evidente que el PSOE ha sido el claro vencedor de estas elecciones y lo lógico es que pueda formar un Ejecutivo de su elección. Ha ganado prácticamente en todas las circunscripciones y posee una amplia mayoría en el Senado. De su acierto y capacidad de acuerdo depende el futuro del país. Los retos son considerables. Voltear la insoportable desigualdad y la pobreza infantil; abordar la revolución digital; mejorar la educación y la ciencia; hacer la reforma fiscal; transformar el sistema productivo; encarar la crisis ecológica; negociar el problema territorial, con sus diferencias horizontales y verticales; atender a la España vaciada; propiciar un impulso europeo de mayor integración. Cuestiones que sólo con grandes acuerdos se podrán emprender con éxito. Veremos qué sucede el 26 de mayo, pues hasta entonces todo serán tanteos y amagos.