Deus vult, ¿a la cruzada?
Cuando sucede algo como los atentados de la pasada semana en Barcelona, se remueven muchas cosas por dentro. Es inevitable, por más que uno quiera hacer un tremendo ejercicio de empatía, sentir más las cosas cuando te pegan más cerca. Esas imágenes de atentados en Bagdad o Kabul, propias de uno de los círculos del infierno de Dante, suelen ser digeridas a ritmo de zapeo cuando se hace un repaso por los telediarios y acaban convirtiéndose en nuestros inconscientes en “uno más”, por más que racionalmente sepamos medir su valor. Supongo que ésta sea la única manera de soportar la expresión de tanto dolor, lo que nos permite seguir adelante con nuestros pequeños propósitos.
Cuando sin embargo pasa algo así en tu casa, o al lado de tu casa, nos sacude como un terremoto. Es entonces cuando individualizamos a cada una de las víctimas, sentimos su tragedia personal en lo más hondo y nos preguntamos qué hubiera pasado si en ese momento hubiéramos estado allí. Es entonces también cuando tenemos la oportunidad de dar una verdadera dimensión a esas terribles fotografías de Mosul o Lagos, que pueblan diariamente la sección de Internacional de los periódicos.
Ya a las pocas horas de que todo sucediera, la primera sensación que se superponía al horror y la pena, era la grandeza de la naturaleza humana, pese a todo; la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad, la de los/as sanitarios, las colas de personas para donar sangre en los hospitales de Barcelona, la prudencia general de los responsables de los partidos e instituciones…ya sucedió aquel 11M de Madrid, la reacción espontánea de la gente fue extraordinaria (como extraordinariamente lamentable fue la de aquel Gobierno del PP entonces).
Lamentablemente, junto con esto, y más a medida que iban pasando las horas y los días, también fue saliendo lo peor de nosotros mismos. Hay algunos políticos y periodistas que resaltaban en sus valoraciones que los terroristas “pretendían acabar con nuestro estilo de vida” (soberana chorrada, demasiadas horas de cine malo norteamericano). Pues bien, si este era el objetivo, cualquiera se puede dar cuenta del tremendo fracaso. Al poco ya las redes sociales ardían con las peores expresiones de racismo e islamofobia (ahora estamos con el “cuñadismo” de los bolardos), el Conseller de Interior de la Generalitat separaba en la relación de víctimas a las de “nacionalidad catalana” y a las de “nacionalidad española”, los editorialistas/columnistas extraían conclusiones para arrimar el ascua a su particular sardina en “el procés”, y los de siempre se quejaban de que en Cataluña se hablara…en catalán. Hemos visto cómo se agrede y amenaza a personas de confesión musulmana en la calle, y cómo prácticamente se les obliga a pedir perdón en nombre de unos miserables que ni conocían (qué ocurriría si hiciésemos esto en todos los casos). La última es cuestionar la actuación de los Mossos o del Ayuntamiento de Barcelona, de la forma más zafia. No se trata de que no se deba hacer balance y recapitular sobre errores o aciertos (y en su caso, depurar responsabilidades), sino que ello se debe hacer después de un estudio sosegado y con un fin más elevado que dar combustible para avivar un fuego que no es el que nos debería ocupar. No importa que se haya producido una tragedia hace apenas una semana, siguen a lo suyo, no han respetado el luto ni unas horas. Que el giro de la Tierra no nos distraiga de nuestras miserias diarias.
Hay un espacio del territorio político español ocupado por la simpleza y la puerilidad (cuando no por la mala fe). De esto no se libra ni izquierda ni derecha, es cierto, pero llama la atención que en lo que se refiere a la derecha, se suele sustanciar en una llamada a tus instintos más bajos. Eso que desde algunos sectores ultras se llama “no tener complejos” es, en la práctica, una apelación al egoísmo, al pánico y al imperio de los prejuicios. Pocas horas después de la primera cadena de asesinatos, una relevante prescriptora de opinión de la derecha delirante, se despachaba con un twit en el que apelaba a la Reconquista (!) y decía que estábamos en una especie de guerra santa (“a ganar”, decía, en argot futbolístico). No es la única barbaridad y ya son varios los ejemplos de compañeros de su profesión y políticos locales del PP que han ido diciendo esas u otras cosas peores. Leía un twit en el que el inefable Percival (un nombre muy adecuado para irse de cruzada, la verdad) Manglano decía que “había que dejarse de tonterías” y dejar de cantar “Imagine”. La solución, por lo visto, es ir a las Cruzadas contra…¿contra quiénes, con qué objetivos? ¿Pretenden reconquistar Jerusalén, hoy en manos israelíes? Dado que todos sus análisis parten de la premisa de que el Islam es culpable y es incompatible “con nuestros valores”, ¿pretenden declarar la guerra a los 1.500 millones de musulmanes que hay en el mundo? Eso es lo sensato, eso es “dejarse de tonterías” por lo visto.
Para quienes quieren volver a las Cruzadas, siento decepcionarles: llegan tarde, ya hemos ido. Cuando George Bush clamó “Deus vult”, parte del “mundo libre” respondió, entre ellos el Gobierno de Aznar. Y los cruzados llegamos primero a Afganistán (acción legalmente controvertida pero no radicalmente ilegal) y después a Irak (saltándonos los mínimos principios del derecho internacional).
No voy a tachar de infantil a la derecha española, para después deslizarme por la misma pendiente; DAESH o Al Qaeda no provienen solo de aquellas acciones, sus raíces son más diversas, pero es evidente que aquello multiplicó exponencialmente la fuerza del terrorismo. Por no hablar del fracaso político y militar de ambas operaciones, y las cientos de miles de víctimas que arrastramos con nuestras acciones.
La solución al terrorismo de DAESH y Al Qaeda no depende de un factor único. Desde luego no vendrá del pánico, de frases extraídas del “Jabato”, o de intervenciones internacionales ilegales. Ni siquiera vendrá únicamente de una redefinición de la relación de Occidente con Arabia Saudí o Qatar (que se debe hacer). No, la práctica totalidad de los terroristas que actúan en suelo europeo no llegaron en patera o en avión, proceden de nuestras ciudades y pueblos. La forma más eficaz de combatir las raíces del terrorismo es trabajar porque nuestras sociedades sean más integradas. El desarraigo, la falta de expectativas, produce carne de cañón para los radicalizadores. Es necesario tomar la profesión de la confesión musulmana como algo propio de nuestras sociedades diversas, en igualdad de condiciones y sin imputarles ajenidad. Hay que trabajar en nuestros barrios contra la falta de oportunidades, en colaboración con la comunidad musulmana española y europea. La seguridad no es solo una cuestión de policía, hay que trabajar lo cultural…y no solo con la ciudadanía musulmana, sino que todos y todas tenemos que aprender a convivir con respeto mutuo. Volviendo a cosas que nos engrandecen, conmovía ese abrazo entre los padres de Xavi (un niño de 3 años asesinado en el atentado) y el imán de Rubí. Más allá de lo emocional, esa fotografía hace más daño a DAESH que cualquier otra cosa que nos podamos imaginar, esa fotografía es una vacuna contra la radicalización. Y sí, mientras, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado a seguir haciendo su excepcional e imprescindible trabajo.
Este mismo sábado se celebrará la manifestación contra el terrorismo en Barcelona, una buena ocasión para que nuestros representantes muestren unidad y responsabilidad, y la ciudadanía, en su plural conjunto, mostremos fortaleza cívica.
Frente al fanatismo, ciudadanía.