El Ayuntamiento de Madrid parece que por fin se ha tomado en serio la contaminación que sufre crónicamente la ciudad y ha comenzado a limitar la circulación por el centro de la ciudad, después de más de 20 años dedicados a todo lo contrario. Las obras faraónicas que nos han endeudado a la ciudadanía han hecho todo lo posible para facilitar el acceso fácil de los vehículos particulares al centro de Madrid, consolidando una cultura de atasco, polución y despilfarro económico y energético.
Lógicamente va a costar revertir esta situación y no solo porque la señora Aguirre tenga más dificultades para dejar el coche en doble fila en la Gran Vía, o “se quede encerrada en su casa”, sino sobre todo porque muchas personas han organizado su movilidad urbana en torno al vehículo privado y les va a costar adaptarse a la nueva situación. Ahí es donde hace falta mucha pedagogía e información por parte del Ayuntamiento y, por supuesto, mejorar de una manera significativa el transporte público.
Aunque los responsables municipales lo hayan obviado hasta el presente, hace tiempo que se conoce que la contaminación producida por los vehículos de motor es un serio problema de salud pública que influye negativamente sobre la morbilidad y mortalidad de la población, y las evidencias científicas no cesan de incrementarse.
Ahora mismo se sabe que los niveles de los contaminantes ambientales influyen en la salud desde el estado embrionario, produciendo bajo peso al nacer, prematuridad, microcefalia, y alteraciones en el epigenoma, etc; posteriormente, durante la infancia, producen aumento de los problemas respiratorios y agravamiento de los mismos, asma, disminución de la función y el desarrollo pulmonar, inicio de arteriosclerosis y alteraciones del neurodesarrollo y el comportamiento, y en la edad adulta se han evidenciado declive de la función pulmonar, aumento del cáncer de pulmón, diabetes tipo 2, arteriosclerosis, eventos coronarios, accidentes cerebrovasculares, y un largo etc de patologías.
Se ha calculado que los efectos de la contaminación sobre la salud producirían un coste de entre 243 y 712 millones de euros anuales en la UE. Por poner solo un modesto ejemplo, en Madrid alrededor del 9% de los ingresos pediátricos podrían evitarse si no se superasen los límites establecidos de los contaminantes ambientales.
Y, además, es importante tener en cuenta que, aunque se han establecido topes de alerta para los distintos contaminantes, su actuación sobre la salud se produce con niveles inferiores y es creciente según se incrementan los valores de los mismos, y que su efecto es mucho mayor en la infancia y en las personas mayores. O sea, que garantizar un medio ambiente saludable es también velar por la salud de nuestros niños y del conjunto de las personas en el medio y largo plazo.
Obviamente cuando se producen epidemias de virus respiratorios –ahora la de gripe–, la contaminación empeora notablemente la situación, favoreciendo más ingresos, más complicaciones y más mortalidad.
Por todo eso ya era hora de que alguien desde nuestras administraciones públicas se tomase en serio este importante problema. Aunque es obvio que ha habido problemas en la aplicación de las medidas que se han tomado, se trata de un primer paso, que habrá que continuar, perfilándolo mejor, y sobre todo pensando en el medio plazo, en la prevención. porque no es razonable la situación de Madrid con unos niveles de contaminantes que siempre andan rozando los valores límites establecidos.
Hay que avanzar planes hacia entornos sin contaminación o con una contaminación mínima, pero también hay que tener en cuenta que para solucionarlo de manera definitiva es crucial que la ciudadanía tome conciencia del problema y colabore activamente.