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El domingo, votemos con el alma que nos gustaría tener

Concentración en la Puerta del Sol de Madrid por el décimo aniversario del 15M, en 2021
23 de mayo de 2023 22:38 h

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El objetivo no disimulado del Partido Popular es degradar nuestras instituciones hasta que no quede más que un mercado libre para comisionistas y fondos buitre. Pero desmantelar la sanidad y la educación, estrangular a las universidades públicas, dejar morir ancianos en las residencias, transferir renta hacia los más ricos, reducir los ingresos públicos y privatizar bienes comunes no es algo que pueda hacerse si no se logra, al mismo tiempo, envilecer poco a poco el alma de cada unx. Para que asistamos impasibles al juego de la piñata que han organizado con nuestras instituciones y nuestras vidas (y asistimos impasibles aunque no nos haya tocado el papel de jugadores sino el de piñata) hace falta no habernos dejado viva más que la capacidad de comprar y vender (de venderse unx mismx y comprar a cambio lo que se pueda). Una vez logrado, ya no es solo que no les penalice la grosería, la corrupción y el descaro, es que les sirve como parte integral de su estrategia electoral. Parafraseando a Ferrajoli a propósito de Berlusconi, podemos decir que en cada una de sus intervenciones late de fondo un mensaje: “soy tan cínicx y granuja como vosotrxs. Soy unx de vosotrxs. Soy vosotrxs”.

No hay otro modo de entender nuestra parálisis ante el sufrimiento. Nadie defenderá como la mejor versión de sí mismx la indiferencia ante la angustia de quien está en una lista de espera con el tiempo corriendo en contra de su salud, o la falta de empatía ante generaciones a las que hemos dejado los despojos de un planeta, un mercado laboral destruido y un acceso a la vivienda imposible. Tampoco me imagino a nadie orgullosx de mirar hacia otro lado ante la emergencia de la Cañada Real. Ocurre así con el alma que tenemos, pero no con la que a ningunx nos gustaría tener. 

Se nota mejor aún en el modo como reaccionamos no ya ante el sufrimiento ajeno sino ante el propio. Apenas se nos ocurre siquiera la posibilidad de buscar en común soluciones a problemas que son compartidos. Esa opción parece haber desaparecido del horizonte. Podemos saber que compartimos con la mayoría la dificultad de acceder a una vivienda. Podemos saber también que hay grandes inversores especulando y elevando artificialmente los precios como quien juega con bitcoins. Podemos saber de hecho que hay miles de viviendas vacías que no son siquiera grabadas con impuestos especiales. Podemos incluso saber que todxs lo sabemos y lo condenamos. Sin embargo, eso no nos hace sentir menos solxs cuando navegamos entre ofertas que no podemos pagar. Simplemente nos desesperamos y deprimimos. Podemos también saber que las condiciones laborales se han deteriorado como si hubiese habido una gran catástrofe, y que en realidad no ha sido más que una transformación radical en la distribución de una riqueza que no ha parado de aumentar. Podemos desde luego saber que no estamos solxs en la precariedad y la incertidumbre. Pero nos sentimos igualmente tan aislados que no somos capaces más que de reprochárnoslo a nosotrxs mismxs y transformar toda nuestra energía vital en frustración, angustia y ansiedad.

Podemos incluso saber que nos haría más felices transformar esa energía en rebeldía y tratar de conseguir al menos que la ansiedad cambiase de bando. Pero nos sentimos incapaces siquiera de imaginarlo. No se trata en todo caso de una fatalidad. Los ciclos de movilización se interrumpen, pero vuelven. Y vuelven, como siempre, con la capacidad de hacernos mejores. Quien tenga edad para haber vivido el 15M recordará cómo volvimos a estar vivos, a vernos, a sentir la alegría ajena como un beneficio propio, a recuperar la dignidad de la vida ciudadana: se cuestionó la ley electoral y el sentido de cada institución, su necesidad, sus límites, la integración de cada una con todas las demás y con cada unx de nosotrxs. Se produjo, en definitiva, una regeneración de la vida pública que representaba por sí misma una amenaza. Pero no solo se recuperó la dignidad ciudadana en un sentido político.

También se recuperó en un sentido urbano: hicimos un uso público del espacio, descubrimos a nuestrxs vecinxs, vivimos con pasión la tarea de convencer a desconocidxs y también saboreamos la humildad de dejarnos convencer por ellxs, celebramos juntxs la música hecha por y para nosotrxs, y comprendimos así que una ciudad no es una colmena, ni un cuartel muy grande, ni una macrogranja de humanxs. Entramos en contacto con cosas estrambóticas y, lo que es más importante, comprendimos lo estrámboticxs que podemos llegar a ser nosortrxs mismxs miradxs desde otro sitio. Y descubrimos que hay casi tantas maneras de mirar como vecinxs. Compartimos comida con preocupaciones muy distantes, pero que podrían haber sido propias y que, en todo caso, estaban cerca. Nos sorprendió saber que nuestrxs vecinxs son algo más que sombras con las que chocamos en el metro o compartimos un atasco. Supimos, en fin, que una ciudad es un organismo vivo al que le cambia el pulso con cada grupo de música que ensaya, cada árbol o cada banco que se pone o que se quita, cada espacio de discusión que se abre o que se cierra, cada actividad deportiva, cada asociación que nace o muere.  El cuerpo mismo nota a la perfección la diferencia entre una plaza y la tapa de un parking. Vivir en un atasco permanente vuelve irrespirable la atmósfera de una ciudad no sólo por la contaminación.

Al impulso del alma surgida de allí, ganó Manuela el gobierno que hoy recordamos como un oasis en la historia reciente de Madrid. Pero, con lo que nos queda de alma a día de hoy, puede que el cuerpo nos pida votar a alguien tan frívolx, insensible e incompetente como Ayuso o Almeida. Puede incluso que lo que nos pida el cuerpo sea no votar en absoluto, retirarnos de toda implicación en los asuntos comunes, incluso de ese reducto mínimo que representa la participación electoral. No es este en todo caso de un artículo pesimista. En absoluto. Claro que es posible detener este deterioro de la vida ciudadana y recuperar el respeto por nosotrxs mismxs, por cada unx de lxs demás y por el conjunto que componemos entre todxs. Un conjunto del que, además de ser actores, somos resultado. Pero, para conseguirlo, es mejor que no cedamos sin más el voto al alma que tenemos y que animemos mejor a votar a la que nos gustaría tener. Puede incluso que, a cambio, la Ciudad nos devuelva el favor y nos ayude a tenerla de verdad.

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