A menos ya de siete semanas para que tengan lugar las elecciones americanas, una inquietante pregunta recorre el mundo: ¿puede realmente un tipo como Donald Trump llegar a convertirse en el nuevo inquilino de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años? Y es que la trascendental cita electoral es, en esta ocasión, completamente atípica; lo es por la falta de consenso generalizado entre los dos candidatos pero también por el peligro, nunca suficientemente denunciado, que representa la candidatura del multimillonario.
Cada vez que veo una foto o escucho un reportaje sobre el rubio e inclasificable –también incalificable– populista, reconozco en él algunos de los más peligrosos rasgos de su histórico, ¿adversario?, Vladimir Putin –con el que últimamente parece mantener una excelente relación y quién sabe si también inconfesable colaboración– y un escalofrío recorre mi cuerpo al pensar en el peligro real que representaría una hipotética victoria electoral del lenguaraz plutócrata en las urnas del próximo 8 de Noviembre.
Un revolucionario de nuevo cuño
Se trata de un peligro no solo circunscrito al destino de los Estados Unidos de América, sino al de todo el mundo. Sí, porque Trump no es solo un multimillonario pop y populista que agita a la gente. Sus mensajes son tan extremos que incluso los republicanos más ortodoxos, los más “derechistas”, se sonrojan o incluso se atreven a criticarle abiertamente. Trump es, a día de hoy, el símbolo de una nueva “Revolución de Octubre”… sí, han leído bien. Pero de signo completamente opuesto a la que en 1917 terminó con una Rusia aún casi medieval, con un tejido económico atrasado y empobrecido y deshecha por la desintegración de los grupos políticos hasta entonces tradicionales, castas enredadas en un sinfín de luchas internas y que finalmente acabó alumbrando el liderazgo de un hombre nuevo, Lenin, que dispuso para sí de un poder casi ilimitado.
¿Parece absurdo verdad? Nada más lejos de la realidad. Soy un firme convencido de que, en este momento, existe de verdad el peligro populista. Y, por lo que estamos viendo, ni en Europa ni en los Estados Unidos de América estamos preparados, en primer término para hacerle frente y después, en la medida de lo posible, detenerlo. Algo se ha roto en nuestros sistemas democráticos… esos mismos que creíamos los más evolucionados y perfectos del mundo desarrollado, dentro de las imperfecciones propias de cualquier andamiaje social y político. Una pieza institucional desplazada fuera de su sitio y que lleva a que personas corrientes, nada extremistas y, por supuesto tampoco fanáticos de religión o ideología algunas, puedan llegar a pensar que ha llegado el momento de cambiar las cosas por el tosco y expeditivo procedimiento de dar un puñetazo encima de la mesa. Y mientras tanto nosotros, los ciudadanos occidentales, permanecemos indefensos frente a ese huracán que amenaza con llevarnos por delante.
El pesado sueño que atonta a Europa
Lo único que acertamos a decir es que podremos con este fenómeno, que no corremos peligro alguno, que por mucho que lo intenten, los populistas nunca conseguirán ganarle la partida a la democracia. Y que debemos estar tranquilos, pensar que todo esto no es más que un mal sueño… Bellos e ingenuos planteamientos, como se ve, pero que no funcionan más que como adormidera, como una especie de opio que calma nuestros miedos mientras el peligro sigue acechando ahí afuera. En la vieja Europa, seguimos mirándonos el ombligo y la Unión Europea sigue celebrando inútiles cumbres de las cuales no salen decisiones firmes capaces de transformar el decadente statu quo de un “selecto club” que ya no gusta a nadie.
Estamos pendientes de citas electorales que pueden variar por completo el panorama internacional y los equilibrios que hasta ahora habían mantenido la democracia como piedra angular en la vida de nuestras sociedades. De esta forma, en muy pocos meses, podremos encontrarnos inmersos en un mundo nuevo que hasta hace bien poco jamás hubiéramos pensado que fuera posible. Un fantasmal escenario, repleto de símbolos y sugestiones que tras dos guerras mundiales creíamos enterrados para siempre.
Un dominó infernal
De repente, las fichas de un infernal dominó, de efectos aún impredecibles, podrían caernos encima como bombas nucleares. El dedo que ha empujado la primera ficha ha sido el Brexit. Hasta muy pocos días antes de la gran conmoción, toda Europa parecía empeñada en creer unos sondeos que se demostraron completamente equivocados. Nos fuimos a dormir tranquilos y nos despertamos sobresaltados e incrédulos por lo que había ocurrido, como si hubieran sido unos extraterrestres quienes fueron a las urnas en vez los británicos, que habían gritado una y otra vez, alto y claro, que la UE, tal como estaba concebida, no les interesaba nada.
Se trata de las mismas fichas de un dominó diabólico que podría pasar por encima de Austria y de Hungría, dos caras durante muchos años de un mismo imperio multiétnico y hoy sin embargo contagiadas por el odio hacía la multietnia y los refugiados, a los que –en especial el Gobierno de Viktor Orban– han tratado como auténticos animales en sus fronteras. También en este caso no dejamos de repetir, una y otra vez, que no ocurrirá nada, que la extrema derecha, populista y fascista, no podrá dominar estos dos países. Loable esperanza. Sigamos dormidos.
El clímax tras la caída de todos estos “dominós malditos” podría llegar tras el próximo 8 de noviembre; ese famoso “primer martes después del primer lunes de noviembre”, si finalmente Trump se adueñara de la Casa Blanca. Solo en este caso –nada improbable– estaríamos metidos de lleno en un tsunami perfecto que podría desplazarse hacia la Francia de Marine Le Pen e incluso hacia la Alemania de Merkel, cuyos electores llevan ya tiempo advirtiendo a la Canciller que ya no la quieren.
El centroderecha de la führer que dominaba Europa desde hace años, está de capa caída y no es en absoluto improbable que la extrema derecha siga creciendo de forma vertiginosa en paralelo a su ideario xenófobo y antisistema. Alemania ha permanecido durante años inmune a los peores sentimientos fascistas porque ha devenido en más rica y estable que el resto de Estados de la UE. Pero la vacuna parece haber caducado y, la hasta ahora locomotora de Europa corre un enorme riesgo tras haber tenido que aceptar el desafío que ha supuesto acoger a millones de refugiados.
Italia y España: también en peligro
No van mejor las cosas en Italia donde, tras una moderación de su discurso político, Beppe Grillo y el Movimiento 5 Stelle nos ofrecen diarias señales de una deriva peligrosamente populista. A ello hay que unirle una mafia, que sigue mandando en buena parte del país y unas injusticias que junto a la falta de meritocracia y una corrupción rampante dejan a Matteo Renzi un Estado en grave dificultad y los Bancos a punto de quebrar.
En España, una crisis total de liderazgo unida a la inconsciencia y el egoísmo personal de los líderes políticos podría llevar la ciudadanía a un hartazgo difícilmente controlable por el Sistema.
En realidad, a día de hoy, la UE se miente a sí misma. Quienes gobiernan los rancios pasillos de Bruselas tienen sus panzas demasiado llenas para ser conscientes de lo que está pasando. Carecen del valor, del sentido de Estado, de la responsabilidad y de la generosidad que permita acercar las instituciones a los ciudadanos. Rehenes de problemas secundarios y de su propia necesidad de mantener sus poltronas a costa de cualquier cosa, “pasan” de preocuparse de cambiar las políticas sociales y de eliminar de una vez por todas esa política austericida que ha fomentado el populismo en muchos países de la Unión.
Pero ya no queda tiempo para cumbres repletas de inútiles palabras. Es el momento de tomar medidas, serias y meditadas pero rápidas, para frenar una deriva populista, xenófoba y fascista que puede llevar a este dominó maldito a destrozar todo lo construido durante años de lucha por la democracia.
Trump y Putin no son más que caras de una misma moneda, aliados de un mundo imperfecto en el que siguen dominando los excesos, las guerras, los odios y la falta de ética. Aún estamos a tiempo para ponerle freno a una revolución que nos puede llevar a perder la partida. Antes de que sea demasiado tarde.