El ecologismo político vive en buena parte del mundo unos momentos de valoración y reconocimiento como nunca habíamos visto. El discurso verde está calando incluso, con mayor o menor sinceridad, en formaciones que jamás tuvieron en cuenta los postulados que reivindican que la crisis social y la crisis ambiental son imposibles de separar.
Hoy, en la calle, entre las generaciones más jóvenes, crece una hegemonía cultural de los valores ecologistas que, en lo político, van mucho más allá de reclamaciones concretas de tal o cual protección hasta ocupar el centro de una transformación del modelo económico, social y de vida que conocemos.
Lo acabamos de ver en las recientes elecciones europeas. Los partidos verdes se hacen fuertes en muchos países europeos, en algunos casos hasta superar a las formaciones hegemónicas del eje socialdemócratas-liberales, dueños del mapa político continental desde hace 70 años. Es más, observamos como la irrupción de una ultraderecha antieuropea, antisocial, antifeminista y antiecológica encuentra su dique de contención en los partidos verdes.
El cambio climático, la conciencia cada vez más generalizada de estar ante un reto de magnitudes planetarias, está operando como potente catalizador entre la opinión pública de que se nos agota el tiempo y de que, frente al actual modelo de capitalismo neoliberal depredador que nos acerca al colapso, el único discurso realista y alternativo es el del ecologismo político.
En España, por el contrario, en estas últimas convocatorias electorales (europeas, generales, autonómicas y municipales) hemos visto como EQUO, el referente español del Partido Verde Europeo, perdía presencia institucional después de unos años con un nivel de representación como nunca se había conseguido.
Muchos factores puede ayudar a explicar lo sucedido y, ampliando el foco, explicar también las dificultades que en nuestro país el ecologismo político encuentra para consolidarse como fuerza de referencia.
Para nosotras, para obtener una respuesta satisfactoria y que sirva para no repetir errores, es básico reparar en el proceso de fragmentación sufrido por EQUO en los últimos años. Una organización nacida con una clara y decidida voluntad federal para superar las viejas recetas que siempre habían atomizado e inutilizado el movimiento verde no puede caer en los errores que venía a superar: una miríada de organizaciones sin cohesión, personalismos antiguos e incapacitantes y comportamientos prepolíticos. El mundo cambia pero entre nosotras ha habido quienes han querido perpetuar las escaramuzas internas teñidas de oportunismo, más centradas en debates estatutarios estériles que en apoyar los espacios políticos de confluencia. Esta ha sido la razón fundamental que nos ha alejado de un discurso claro, coherente, verdaderamente horizontal e ilusionante y, también, de las acciones útiles para la gente desde las posiciones institucionales que hemos ocupado.
Estamos a tiempo de superar nuestro estado de bloqueo. Debemos elegir entre pasado y futuro, entre ser algo pequeño, disperso, débil, con estrategias localistas y autocalificado de confederal para esconder que no hay ni objetivos, ni estrategia compartida o ser el proyecto federal que gestó EQUO que queremos defender con este artículo. Un proyecto capaz de canalizar la ola social verde que existe en nuestras calles. Debemos concretar nuestro ecologismo político en un discurso que contenga un modelo para Europa y para el conjunto de España, comunidades autónomas y ayuntamientos, incluidos; no servirán posicionamientos tácticos según interese en cada territorio y en cada momento. Eso será más debilidad, más invisibilidad y, por tanto, mayor marginación como fuerza política y menos utilidad social.
Es el momento de recuperar el rumbo perdido. Y obviamente hay que hacerlo con muchos y muchas que hoy aún no están en EQUO. Nuestra responsabilidad es conseguir un proyecto operativo y eficaz que nos haga atractivos para unir a todas esas personas que sienten que las múltiples y superpuestas crisis que vivimos tienen una respuesta verde. Que la transición ecológica no es una opción sino una necesidad, que las declaraciones de “emergencia climática” son estériles si no van acompañadas de “emergencia en las acciones políticas”. Y no tenemos demasiado tiempo. La próxima década es la clave para actuar. Es urgente que acertemos porque, si no, nuestro discurso acabará instrumentalizado de forma torticera por quienes, desde las instituciones, nunca van a pasar de las palabras a los hechos, por quienes con palabras verdes seguirán con decisiones de un evidente marrón oscuro. Y habremos perdido un tiempo precioso, quizás irrecuperable.