Economía solidaria, cuestión de principios

12 de agosto de 2024 21:51 h

0

¿Cómo sería una economía postcapitalista? ¿Tenemos ya a nuestro alcance algo así? 

Nos sumergimos en un breve viaje por la historia de la Economía, para abrir nuestra mirada sobre un campo que nos atraviesa en múltiples niveles. Buscamos así conectar con una economía más humana y con principios y comprender el papel que en ello podemos jugar.   

Oiko-nomía, del griego, gestión del hogar. Nace así, en la antigua Grecia, el término “economía”, para nombrar la gestión cotidiana de los recursos existentes con los que satisfacer las necesidades básicas. El concepto evoluciona y la dimensión humana y relacional se va perdiendo en pro de los procesos de acumulación y especulación que definen la economía moderna.

De aquellas aguas estos lodos. La revolución industrial y las primeras fases del capitalismo generan enormes cotas de precariedad y pobreza en una población desatendida por el Mercado y el Estado. Ante esto, surgen bajo el término “social” nuevas formas de organización (como cooperativas, asociaciones obreras y mutualidades de seguros, ahorro y crédito) creadas por las personas trabajadoras.

El término “solidario” aparece en América Latina en los años 80, como rechazo al fordismo [sistema de producción en cadena implementado por Henry Ford a partir del año 1908] y sus lógicas de competitividad y eficiencia económica. Se conforma así una nueva corriente que busca recuperar el sentido primigenio del término y su dimensión política. Los procesos económicos no se consideran un fin en sí mismo sino un medio para el buen vivir; una forma de dar respuesta a los retos sociales: la exclusión y la desigualdad global y de género o, más recientemente, la emergencia climática y la destrucción de los ecosistemas. 

Es por tanto una cuestión de principios lo que define a la Economía Solidaria, que desde un concepto integrador podemos denominar Economía Social y Solidaria (ESS). Este movimiento económico y social está presente ya en todo el mundo, representado a nivel mundial por Ripess y en el Estado español por REAS Red de Redes (red confederal formada por 15 redes territoriales y cinco sectoriales). Se engloba así un conjunto de experiencias de diversa índole que, más allá de fórmulas jurídicas, se reconocen e identifican por su voluntad transformadora.

Trabajo digno, equidad,  sostenibilidad ecológica, cooperación, justa distribución de la riqueza y compromiso con el entorno son la espina dorsal de estos valores, recogidos en el Estado español en la Carta de Principios de la Economía Solidaria. A partir de estos valores, la herramienta de Auditoría/Balance social evalúa a las empresas de la ESS anualmente, en un ejercicio de coherencia y transparencia del que son referentes a nivel internacional. 

Gracias a ello, sabemos que estas empresas promueven un trabajo de calidad, así como la participación y toma de decisiones de las personas trabajadoras. Así mismo, fomentan la igualdad entre hombres y mujeres, reduciendo la brecha salarial (situada en 0,55% frente al 18,36% que marca el INE), introduciendo, por ejemplo, medidas que mejoran los permisos legales en temas de conciliación. Los resultados de 2023 revelan también una importante preocupación ambiental; como se deduce de las medidas para reducir y compensar su huella ecológica (aplicadas en el 74% de las entidades) o de la aplicación de criterios de consumo responsable en sus compras (presente en el 94% de las empresas). 

Bajando a tierra

La Economía Solidaria lo que busca, en definitiva, es la mera satisfacción de las necesidades de las personas bajo criterios de justicia social y ambiental. Para ello, promueve y desarrolla alternativas en todas las esferas del ciclo económico (financiación, producción, comercialización y consumo), desde lógicas comunitarias, democráticas, equitativas, inclusivas y sostenibles.

En el sector de la alimentación, por ejemplo, encontramos iniciativas de producción y distribución ecológica que, basándose en la soberanía alimentaria, defienden el derecho a una alimentación saludable protegiendo así mismo los ecosistemas. Como ejemplo de articulación en este ámbito encontramos, siguiendo experiencias de EEUU y Europa, la red de supermercados cooperativos. Desde 2022, esta red ha congregado, en el Estado español, 10 cooperativas y asociaciones de consumo. En ellas, cerca de 10.000 consumidoras gestionan colectivamente estos establecimientos, determinando precios justos, procesos y gestión democrática.

Estos procesos de empoderamiento y autogestión están también presentes en el sector de la energía, azotado como la alimentación por procesos monopolísticos, que ponen en cuestión los derechos básicos de la población. A su calor han proliferado multitud de cooperativas de consumo que producen y comercializan energía renovable, bajo las premisas del consumo responsable, la economía local y la generación distribuida y descentralizada. En Union Renovables, por ejemplo, se congregan 24 de estas cooperativas que abastecen a unas 120.000 personas socias.

Otro de los sectores donde más está contribuyendo a un cambio de paradigma es el de la vivienda. Desmarcándose de las lógicas especulativas habituales, el modelo de las viviendas cooperativas en cesión de uso promueve la propiedad colectiva y la vivienda como bien de uso. Estas experiencias, también articuladas en un grupo en el marco de REAS Red de Redes, reducen costes económicos y ambientales y fomentan las relaciones comunitarias y con el entorno.

También encontramos alternativas al sistema financiero convencional, cada día más denostado por su falta de transparencia o su implicación en conflictos bélicos o desahucios. Las finanzas éticas, en cambio, hacen compatible la rentabilidad financiera con la consecución de objetivos sociales y ambientales. La banca ética, los seguros responsables y las inversiones sociales impulsan proyectos medioambientales, culturales, educativos y comunitarios, dando valor añadido al ahorro y garantizando el derecho al crédito.

De igual modo, también se están generando iniciativas éticas y sostenibles en otros sectores como la telefonía, la movilidad, el textil… Estas alternativas se articulan desde 2008 en una red de producción y consumo llamada “Mercado social”, cuyo fin es satisfacer bajo estos valores las necesidades básicas de la población y permitirles desconectarse de los circuitos capitalistas.

Y no se agota aquí todo el impacto social y económico de la Economía Solidaria. Es notable su trabajo para que se introduzcan cláusulas sociales y medioambientales en los procesos de contratación pública. Así, el gasto público (que ronda el 20% del gasto total de las Administraciones) amplificaría su impacto, al favorecer a empresas que velan por el bienestar de las personas y el cuidado del entorno. Además hay un amplio recorrido de incidencia política en materia legislativa, como también de articulación y generación de alianzas con agentes económicos y sociales y con movimientos sociales como el ecologista y el feminista. 

Ni los procesos económicos siempre han buscado la acumulación y el lucro, ni hoy en día todos los agentes económicos están bajo lógicas capitalistas, y esta revista es una buena muestra de ello. 

En nuestras manos está contribuir a fortalecer y proyectar este embrión de economía poscapitalista. Con nuestro consumo, por ejemplo, tenemos un amplio potencial transformador que va más allá de la de una papeleta en una urna electoral cada cuatro años. Tomemos conciencia de nuestro poder como agentes económicos que somos, para construir, también desde ahí, el mundo que nos marcan nuestros principios.