Con este hashtag inician las feministas su propia campaña, no como elegibles, pero sí como electoras. En el mismo día, y horas antes del pistoletazo de salida de la campaña electoral de los partidos, 156 agrupaciones feministas del Estado español suscriben un documento con propuestas claras y firmes a los partidos políticos. Es un hecho simbólico que apunta hacia varias novedades políticas: que los electores elaboran sus programas propios, que las mujeres reclaman cuestiones que les atañen de modo específico, y que la soberanía popular también se representa a sí misma y no sólo a través de los partidos políticos. Está claro que el movimiento feminista va marcando ciertas pautas por las que, tarde o temprano, habrá de transitar la política. Primero fue lo personal es político, que marcó la agenda política con reclamaciones que no habían accedido a ella; luego vino aquello de los derechos de las mujeres son derechos humanos, universalizándolos y dando relevancia a injusticias propias olvidadas por los gobiernos; y ahora, en la “cuarta ola”, podríamos decir que el feminismo es la política de lo esencial. Y es política de lo esencial porque es la política de la vida.
Leyendo el Manifiesto en forma de decálogo, se percibe que todas las propuestas atraviesan el centro de la vida, y de modo muy especial de la vida de las mujeres, de sus criaturas y del planeta. Es como decir “se acabaron las tonterías, los egoísmos y los abusos masculinos contra la mitad de la población”. No es posible que una civilización prospere, que una civilización adquiera la categoría de humana si sus bases se asientan sobre la desigualdad, la opresión, la violencia, la jerarquía dominante y la discriminación generalizada del diferente. El feminismo está poniendo un espejo frente al sistema patriarcal para que se vea como lo que es: una barbarie. Por mucho que presuma de avanzada tecnología, de sorprendentes hallazgos científicos, de creativas obras artísticas, de autopistas fabulosas o sublimes puentes tendidos sobre el vacío, eso es nada si nuestros sistemas de convivencia son violentos, insolidarios, egoístas, egocéntricos, narcisistas, extractivistas, especuladores, crueles, ignorantes, bélicos y definitivamente estúpidos. Por eso hay que volver a la pregunta esencial ¿y todo esto para qué? ¿Para qué si no está en el centro la vida, las personas? Por eso “el feminismo es la política de lo esencial”.
Este Manifiesto feminista es como decirle a los señores de los partidos políticos: Miren, absténganse de prometernos más y más ciudades para los coches o bajadas generalizadas de impuestos para una mayor insolidaridad, para una mayor soledad en el individualismo atroz de un neoliberalismo suicida. Absténganse de medir nuestro bienestar con su PIB, de privatizar los servicios básicos de la gente, de externalizar el horror de las migraciones, de comerciar con nuestros cuerpos por su insignificante placer y sus fabulosos beneficios, de traficar con niños para siempre sin madres, de negociar con los cuerpos del dolor en una sanidad sin alma. ¡Absténganse de tantas cosas que nos prometen! No nos interesa nada si la vida no está en el centro, si la vida está en otra parte.
Las propuestas feministas pueden parecer necesidades puntuales, aisladas, muy femeninas, pero, si tiras del hilo de cada una de ellas, te encuentras con que habría que cambiar el sistema productivo y de consumo, el sistema judicial, las leyes sobre violencia machista, las de emigración y el código de familia, todos los parches medioambientales, el sistema educativo -fundamento de todo lo demás- el sanitario y todo lo referente a la habitabilidad, devolviendo a la vivienda su función social y no especulativa. Habría que caminar hacia la abolición definitiva de la prostitución, como una relación aberrante entre seres humanos, y prohibir el tráfico de niñas y niños bajo el eufemismo de solidaridad reproductiva. Y también se exige algo que muchos países disfrutan desde hace bastante tiempo: un Estado laico. No quieren más injerencias de una institución que ha causado muchos más dolores a las mujeres que beneficios. Lo del Estado aconfesional proviene de una pacata decisión que persigue no desvincularse del Vaticano y quedar bien con el resto de las confesiones.
Mientras ellos pegan carteles y algunos gritan ¡viva España! ellas, las feministas, se ocupan de cosas más esenciales porque, hoy en día, son la conciencia viva de lo esencial, de la vida y la muerte dignas, de nuestra pervivencia en el planeta en una convivencia pacífica entre los diferentes seres humanos y con la naturaleza. No obstante, esta Plataforma, que se ha constituido para hacer sus propuestas como electoras, no ignora el momento político difícil y lleno de amenazas que se cierne sobre nuestro país, pero, al mismo tiempo, son conscientes de la fuerza del feminismo que, movilizado, tiene capacidad, ahora sí, para revertir cualquier fuerza regresiva que suponga un paso atrás. Pero también son conscientes de que pueden cambiar el sentido de las votaciones. Su manifiesto es una llamada de atención para los partidos regulacionistas respecto a la prostitución o a los vientres de alquiler. Ya no bastan las siglas. Son muchas electoras y ahora votan contenidos. Eso es lo que advierte su hashtag: ojo, que votamos, las feministas votamos.