Más allá de la electricidad y el gas
La agenda ambiental, energética y de nueva política industrial, por muy obvia que parezca, no es tan evidente. En el actual escenario cultural y político aún aparecen voces partidarias de volver a modelos del siglo XX, aunque sea solo de forma temporal. Pero debemos tener claro que la transición energética en España no es una cuestión que venga determinada solo por el reto climático y ambiental; debemos ser conscientes de que, sobre todo, está marcada por la fuerte dependencia energética exterior.
La dependencia energética española, actualmente y contando con un buen año hidrológico, se sitúa en torno al 70%, muy por encima de la media europea de aproximadamente el 57%, según datos de Eurostat. Este valor sitúa a España en el séptimo lugar en mayor dependencia energética exterior de los 27 países miembros actuales de la Unión Europea. Es por ello por lo que las normativas europea y española establecen metas enfocadas a disminuir la emisión de gases de efecto invernadero y la excesiva dependencia, así como a fomentar el uso de energía procedente de fuentes renovables.
España presenta un modelo productivo insostenible y una crítica dependencia energética que, a diferencia de lo que podamos pensar, suponen una oportunidad irrepetible para que, mediante un uso eficiente de los fondos de recuperación, transformación y resiliencia, aceleremos los procesos de transición energética y ecológica con el fin de avanzar hacia un modelo productivo más sostenible y un desarrollo económico territorialmente más equilibrado y socialmente inclusivo.
Nadie puede poner en duda que la dependencia exterior es fiel reflejo del peso de las energías renovables en nuestra estructura energética, y muestra la supeditación energética de España a otras fuentes externas, principalmente combustibles fósiles. Pero, además, la transición energética no es solo la producción renovable; ha de ir de la mano del desarrollo de la economía circular o, lo que es lo mismo, de un nuevo enfoque sobre el ahorro, la eficiencia y el uso de los recursos, incluyendo la energía. La fuerte dependencia energética española es una oportunidad, va más allá de las energías renovables, y también ha de incluir nuevas estrategias en la obtención de minerales, especialmente en lo que se refiere a un mejor aprovechamiento de los que quedan en los componentes electrónicos desechados, así como estrategias de menor consumo en determinados sectores.
La transición energética que España ha iniciado es el vector principal de cambio, ya que no solo transforma los modelos de generación y uso de la energía eléctrica, sino que es decisiva para la transformación en el resto de sectores como la edificación, la movilidad y el transporte, la industria y el sistema agroalimentario. Pero, cuando hablamos de reducir la dependencia energética, debemos incluir en la ecuación, al menos, el desarrollo de la movilidad sostenible y la rehabilitación masiva de viviendas.
Quizás, a día de hoy el gran reto de la dependencia energética es la movilidad, dado que es el principal consumidor de energía de nuestra economía. No hay transición energética sin un cambio en la movilidad, tanto en la movilidad individual como en el tráfico de mercancías. Pero, como hemos apuntado antes, no solo se trata de generar un mix eléctrico en 2030 mayoritariamente renovable, que ayude a electrificar la movilidad de forma más intensiva, sino de utilizar la energía de manera eficiente y, por tanto, junto con el cambio de motorización habrá de desarrollarse una nueva cultura de la movilidad, incentivando la movilidad eléctrica compartida. No necesitamos un coche en titularidad, sino el acceso a un coche, al servicio de un vehículo, cuando sea menester. Esta es una propuesta particularmente útil para la España urbana, donde además el uso excesivo de vehículos de combustión no solo supone un problema con el clima, sino con la calidad del aire y con la ocupación del espacio público por parte del vehículo.
Otro de los elementos fundamentales para reducir la dependencia energética es el potencial del sector de la construcción, vinculado ahora a la rehabilitación energética. Prácticamente la mitad de las viviendas españolas, según datos del Instituto para la Diversificación y el Ahorro Energético (IDAE), necesitan intervenciones para cumplir las exigencias europeas de eficiencia energética. Pero, además, la rehabilitación de la edificación no solo contribuye a reducir el consumo energético y, con él, la emisión de gases de efecto invernadero, sino que es una oportunidad para mejorar la accesibilidad de los edificios, instalando ascensores, y el confort y la habitabilidad interior de las viviendas.
En definitiva, la transición energética no es una cuestión de la guerra, ni del cambio climático; se trata de vivir mejor haciendo un uso eficiente de los recursos. El cambio tecnológico es sencillo, pero no se trata de hacer más con más, sino de hacer más con menos y, para ello, debemos cambiar nuestros hábitos haciendo un uso muchísimo menos intenso en el consumo de combustibles fósiles. Estamos ante un cambio cultural que precisa de mucha más profundidad, y un alcance mucho mayor que el tecnológico que algunos nos quieren dibujar; pero no nos engañemos, también mucha más dificultad de la que podría parecer en un primer momento.
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