Energías de paz
Desde hace muchos años, sabemos que el consumo energético —cantidad y calidad— es referencia esencial para evitar el deterioro progresivo del medioambiente y, en consecuencia, de la habitabilidad de la Tierra. Ya al final de la década de los 60 del siglo pasado, Aurelio Peccei, fundador del Club de Roma, alertó a la humanidad con sus libros The limits to growth (“Los límites del crecimiento”) y The chasm ahead (“El abismo enfrente”). La UNESCO, por su parte, creó un gran programa internacional, “Man and the Biosphere” y advirtió especialmente (Comisión Oceanográfica) sobre la calidad de las aguas marinas que, no hay que olvidarlo nunca, constituyen los 2/3 de la superficie terrestre.
En Estocolmo tuvo lugar, en el mes de junio de 1972, la “I Cumbre de la Tierra”, denominada también “Cumbre del clima”, que puso de manifiesto, de un lado, la capacidad de los Gobiernos para convocar reuniones sobre problemas globales y, de otro, su incapacidad para adoptar decisiones. En1979, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos de Norteamérica hizo patente que al incremento del anhídrido carbónico, se sumaba la progresiva disminución del fitoplancton para su recaptura por los océanos.
Los correspondientes llamamientos de la comunidad científica siempre marginados, se decidió que fuera de nuevo la Tierra la que hablara. Y con gran voluntad movilizadora se organizó la segunda Cumbre de Río de Janeiro en junio de 1992.
Maurice Strong coordinó los trabajos para la redacción de un documento que, hoy todavía, vale la pena conocer para propiciar directrices de gran rigor: la Agenda siglo XXI. Participaron 172 representantes de Gobiernos y múltiples representantes de varios países.
Como siempre, la Agenda fue desatendida por una gobernanza plutocrática y supremacista, con el veto de los cinco vencedores de la segunda gran guerra mundial. Hubo un momento de firmes posiciones cuando se anunció la irreversibilidad potencial de la fusión del océano glacial Ártico. La comunidad internacional científica manifestó su preocupación y se logró, a pesar del pesimismo reinante, reunir a múltiples representantes de gobiernos en la tercera Cumbre mundial de Johannesburgo en el año 2002. Era impostergable aplazar las decisiones sobre el medio ambiente. Y era preciso iniciar el tercer milenio con unas pautas de comportamiento a escala mundial, que no debían demorarse una vez más. De nuevo, la omisión de multilateralismo democrático impidió que triunfaran las nuevas medidas.
En efecto, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) indicaban, con pautas de comportamiento cotidiano bien precisas, las medidas que ya eran de gran urgencia. De nuevo, la ausencia de procedimientos de decisión democráticos, impidió que el apremio ambiental triunfara. En 2015, una pausa de esperanza: el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama, firma en París en el mes de septiembre, los acuerdos sobre cambio climático. Y, dos meses más tarde, suscribía en la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, la excelente “Resolución para transformar el mundo” sobre la Agenda 2030. ¡Por fin podía la ciudadanía consciente respirar tranquila…! Pero sólo fue posible durante muy poco tiempo: el presidente Obama fue sustituido a los pocos meses por el insólito presidente Donald Trump que, el mismo día de su elección, anunció que no pondría en práctica los acuerdos aprobados por su predecesor…
Y, desde entonces, los horizontes climáticos serán todavía más sombríos. Desde entonces, al veto de las Naciones Unidas se ha unido el veto de la Unión Europea, por el requerimiento de la “unanimidad”… y porque los acuerdos alcanzados en las reuniones COP… ¡resulta que no son “vinculantes ”!
El mundo en su conjunto se halla en una situación que exige éticamente que las instituciones académicas, científicas y artísticas se coordinen en una gran red global para conseguir, tomando, como referente esencial a las “generaciones venideras”, de acuerdo con la primera frase de la Carta de las Naciones Unidas —“para evitar el horror de la guerra”— el horror de alteraciones irreversibles en la habitabilidad del planeta, y puedan esclarecerse horizontes hoy tan sombríos. Las medidas de carácter prioritario son las que se refieren al consumo energético, que sigue creciendo desaforadamente, superando los esfuerzos que se han llevado a cabo con las energías renovables. En efecto, el inmenso negocio mundial de los combustibles fósiles ha sido siempre imparable, sin que, en particular los Estados Unidos, que siguen obteniendo petróleo por el procedimiento del “fracking”, sistema altamente contaminante, hayan adoptado las medidas apropiadas. Sólo nos queda una luz de esperanza: la fusión nuclear que, por primera vez, acaba de conseguirse. Durante década -con moderado interés, hay que reconocerlo- se ha intentado conseguir el cambio de fisión a fusión nuclear. Esta era la importantísima misión del proyecto ITER que, como acabo de indicar, se ha convertido recientemente en realidad.
El 30 de abril próximo pasado la prensa publicaba en primera página que el 46% de los fondos “sostenibles” se estaban invirtiendo en energías sucias, a través de empresas que consiguen beneficios muy notorios a partir del carbón, el petróleo y el gas. Los fondos de financiación para energías “limpias” han dedicado 6.700 millones de euros a empresas que se sirven de combustibles fósiles.
Es ahora cuando debe establecerse imperativamente un programa mundial, con frases muy concretas, para la puesta en práctica de un gran plan global vinculante, que permita mirar a los ojos de quienes llegan a un paso de nosotros y decirles: “se han eliminado los retos para realizar progresivamente los cambios que requiere la Tierra de forma apremiante. Hemos evitado el horror del cambio climático y las condiciones de vida humana volverán a ser favorables… Las energías serán para la paz y no para la guerra, para la vida saludable y no para la muerte”.
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