Freud afirmó que el origen de la Primera Guerra había que buscarlo en ese oscuro instinto de matar que la naturaleza humana lleva inscrito en su psique, el Thanatos. Barbara Ehrenreich descarta esa motivación y afirma que el miedo a los otros –proveniente del hombre cazador en relación a otros depredadores más fuertes que él – es lo que nos ha impulsado a permanecer armados, en guardia y dispuestos siempre a solucionar los conflictos mediante la guerra. En todo caso, serían las peleas individuales o grupales las que responden a una básica agresividad humana, pero no las guerras. Las guerras están minuciosamente preparadas, desde la intendencia al entrenamiento de los ejércitos física y anímicamente. Sin embargo, añade algo interesante Ehrenreich, y es que las guerras se apartan de la normalidad cotidiana, pero también invierten los términos de lo normal y de lo justo. Literalmente: “En la guerra se debe matar, se debe robar, se deben quemar ciudades o granjas e incluso se debe violar a las mujeres y a las niñas”.
Propongo una visión que podría aunar las dos teorías sobre la guerra en un sistema que las contiene. El sistema es el patriarcal, cuyo modelo político hegemónico es el de un estado fuertemente armado en aras de la defensa, que aprovecha las guerras para dar curso a aquellos otros instintos, incluido el de matar, que no están permitidos en la normalidad de un estado civilizado. Es decir, que bajo el modelo hegemónico al que responde socialmente, anida un imaginario atávico que le lleva a cometer todo tipo de atrocidades sin tener que asumir cualquier modo de culpa, sanción o desprestigio por sus actos. Para ello se ha inventado un retorcimiento o torsión al que yo denomino espacios de excepción, uno de los cuales puede ser la guerra.
Continuando en esta línea podríamos descubrir variopintos “espacios de excepción” en el sistema patriarcal, en los que su reino de barbarie impera en el anonimato más absoluto. Uno de esos espacios, tal vez el más común, sería la prostitución. Que, previo pago, jóvenes educados en universidades de élite, probos funcionarios, recatados políticos, ejemplares profesores, tu hermano, tu padre, tu marido, tu hijo, tu médico, el juez que te ha condenado, los futbolistas de fama, el portero de tu finca, el que te vende la fruta y tutti quanti pueda hacer con otra mujer lo que no se atrevería a realizar con su novia, esposa o pareja, supone que la prostitución es uno de esos “espacios de excepción”. Son espacios creados conscientemente y no como fruto de las exigencias de la naturaleza humana. La prueba es que en la mayoría de las guerras los contendientes han tenido que ser drogados para vencer sus resistencias. Los hoplitas griegos se embriagaban con vino, los aztecas, con pulque, los yanomami, con alucinógenos, y los escitas con el humo de la marihuana. Los más modernos narcóticos y películas porno fueron utilizados para excitar a los pilotos norteamericanos que bombardearon Bagdad, en la primera guerra del Golfo, sin sentir empatía alguna por sus habitantes.
Sin embargo, los “espacios de excepción” no conllevan en su esencia la práctica de la barbarie. Las grandes fiestas siempre fueron espacios de excepción, y la principal de ellas, las Saturnalias, que se celebraban justo antes del solsticio de invierno, eran los carnavales paganos en rememoración de la Edad de Saturno o Edad de Oro. Fue Saturno, el Cronos griego, quien enseñó a los habitantes del Lacio el cultivo de la tierra y promulgó tan sabias leyes que permitieron vivir en estado de gracia y felicidad a sus habitantes por un largo tiempo. En aquellas fiestas toda inversión estaba permitida y se convertía en una orgía catártica que destruía el orden imperante para volver al Caos primordial y alumbrar un tiempo en plenitud, el original tiempo de Saturno. El poder, la identidad sexual, el día y la noche se invierten y destruyen el orden establecido. Las ciudades, en especial la de Roma, se convertían en repúblicas burlescas en las que los humildes desempeñaban los cargos públicos, derrocaban las leyes y eran servidos por sus amos sin que pudieran ser castigados por ello. Los varones se vestían de mujeres y las mujeres retozaban en un libertinaje sin límites a salvo de perder su buena reputación.
Lo que sucede es que estos espacios de excepción que son las fiestas han sido utilizados en muchos casos por la barbarie patriarcal para realizar su imaginario depredador. Y convierten un ritual de regeneración en un abuso y atropello a la libertad ajena. Si se practicara la seducción, todos podríamos vivir la orgía propia de la fiesta en compañía y complicidad, pero cuando lo que se busca es aprovechar el jolgorio para humillar, someter y violar, el espíritu de la fiesta desaparece y se manifiesta la barbarie depredadora.
Se inicia la estación en la que todos nuestros pueblos estallan en fiestas. El desgraciado suceso de los sanfermines de 2016 se encuentra grabado en el frontispicio de este verano. Una violación colectiva por una manada de depredadores, que hoy se encuentran en la calle y reciben homenajes de amigos y familiares, pueden servir de ejemplo, tal vez, a otras manadas de descerebrados alentados por lo barato que resulta una violación. De hecho, ya han sido detenidos dos chicos de 14 y 15 años como presuntos violadores durante la noche de San Juan. Y si a partir de ahora las televisiones comienzan a airear, con el abogado o con los protagonistas, la machada de esos muchachos, muchos otros se sentirán impulsados por la tentación de la ‘fama’ que tanto atrae a algunos jóvenes. Salir en la tele a cualquier precio se ha convertido en el minuto de gloria que justifica toda una vida. Y si eres reclamado en los platós y perseguido por los periodistas puedes llegar a tocar el cielo con las manos. Y, quién sabe, si hacerte rico con el dinero de los patrocinadores de ciertos programas, a quienes las feministas animan a boicotear.
Si nos ponemos a investigar en los “espacios de excepción” del sistema patriarcal, podremos ir desmontando todas las trampas que se han ido generando para conseguir la naturalización de la barbarie a sotavento de esos espacios en los que todo está permitido. Uno de ellos puede encontrarse entre la judicatura que emite sus sentencias como si tuvieran que estar per se libres de toda sospecha.