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España 1936 – Ucrania 2022: comparación imposible

Varios soldados ucranianos transportan material militar en Kiev el pasado 28 de febrero.
3 de marzo de 2022 22:32 h

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El 1º de marzo uno de los colaboradores del New York Times, Roger Cohen, escribió sobre la oleada de solidaridad que, en la Europa occidental e incluso entre los países neutrales, se ha desatado en favor del Gobierno y del pueblo de Ucrania. Hizo una caracterización pormenorizada, con multitud de ejemplos, de tal oleada y, de paso, mencionó un caso que le pareció similar: la guerra civil española, cuando millares de voluntarios europeos y no europeos proclamaron su apoyo a un gobierno de izquierdas sorprendido por una sublevación militar. En ambos momentos “la conciencia de Europa se ha despertado”, añadió. 

La realidad no puede ser más diferente. El supuesto antecedente de aquel supuesto despertar ha sido examinado minuciosamente en una amplísima literatura en numerosos idiomas. No en vano han transcurrido ya más de 80 años de aquel corte en la evolución española que tuvo, de ello no cabe la menor duda, proyección universal. Como en el caso de la guerra civil norteamericana se han examinado sus orígenes, su evolución, el sistema internacional en que se produjo, sus repercusiones internas y externas, sus víctimas y sus victimarios. Hay evaluaciones muy divergentes en cuanto al volumen de análisis históricos generados en uno y otro caso, pero me atrevería a señalar que en el español una estimación de más de 25.000 volúmenes, e innumerables artículos de historiadores profesionales, probablemente se quedaría corta. 

En Ucrania el conflicto ha generado ya innumerables artículos periodísticos, todavía pocas obras en profundidad sobre sus antecedentes (esto, sin duda, cambiará con el paso del tiempo) y los historiadores profesionales que se han dedicado a él ni de lejos se acercan a los que han escrito -y con frecuencia pontificado- sobre el conflicto español. Es lo normal. En un caso hablamos de historia. En otro de la actualidad o, si se quiere, de la historia que se está haciendo ante nuestros atónitos ojos. Como la que a los corresponsales de guerra extranjeros (un tema muy estudiado en la historiografía) parecía que se hacía en los años 30. Hoy valen, de una u otra manera, sus testimonios. Con harta frecuencia, no sus análisis. En ambos casos son materiales para la historia. No son historia. 

Para escribir historia se necesita algo más que artículos periodísticos (o vehiculados por los modernos medios de comunicación). Se necesita también documentación que permita perfilar, en la medida de lo posible, los procesos de toma de decisiones y, en definitiva, esclarecer lo que hubo detrás de los hechos. Por su propia naturaleza, esos documentos, de haberlos en el caso presente, no se harán públicos durante años. En el caso español hubo que esperar entre 30 y 70 antes de que lo fueran. No revelo por lo demás ningún secreto al afirmar que no solo en España sino también en otros países existen todavía áreas de decisión en el que el secreto de Estado continúa dominando. 

Pero es que, además, el entorno internacional que envuelve ambos conflictos no tiene punto de comparación. 

El caso español es un ejemplo de libro de texto en el que el entorno de la época facilitó el triunfo de los sublevados contra el gobierno legítimo de un país que no había despertado hasta entonces demasiada atención internacional. Está por ver si el entorno actual permitirá el triunfo más o menos claro de uno de los dos contendientes. Ciertamente el gobierno ucraniano lleva todas las de ganar en el plano de la simpatía, pero ¿será suficiente?

Ante todo hay que destacar que la República nunca contó con grandes apoyos exteriores. Los que obtuvo (la URSS, el movimiento comunista internacional, las brigadas de voluntarios, la simpatía de las izquierdas foráneas) fueron absolutamente insuficientes contra lo que se le oponía: la animadversión de potencias claves en aquel momento (en particular el Reino Unido), la banca internacional y sobre todo el dogal de la política de no intervención. Los sublevados tuvieron a su favor las grandes potencias fascistas (sin olvidar al Portugal de Salazar), que se rieron a carcajadas de la no intervención, y la buena voluntad de círculos industriales y financieros exteriores. 

Muchos de los amables lectores probablemente ignorarán que en septiembre de 1936 (es decir, dos meses después de estallada la sublevación) el propio presidente de la República, Manuel Azaña, y uno de los líderes socialistas más respetados, Julián Besteiro, coincidieron en el mismo análisis: si las circunstancias internacionales no cambiaban radicalmente, los republicanos habían perdido la guerra. El mismo resultado lo anticiparon observadores militares extranjeros sobre el terreno y de él se hablaba como muy probable en los círculos gubernamentales de Londres y París. Solo la intervención soviética, muy mitificada y muy discutida, pero hoy ya conocida suficientemente, salvó a la República. También tuvo un costo externo: asustó aún más a las democracias. 

El caso ucraniano no puede ser más diferente. Apoyo total al gobierno, suministro de armamento a pecho descubierto y con parabienes sociales e institucionales crecientes, durísimo embargo económico a Rusia, algo sin precedentes. En comparación con la impotencia de la Sociedad de Naciones, masiva solidaridad en Naciones Unidas.

Pero, ¿qué influye sin embargo en tales movimientos de solidaridad internacional? La obviedad más absoluta. El caso español, enmarcado por la no intervención, no representó un peligro para la paz europea en la opinión de los no intervinientes (y también de los intervinientes). El ucraniano tiene la potencialidad de deslizarse hacia un conflicto de nivel más elevado. En él va a ponerse a prueba la disuasión entre países dotados de inmensos arsenales nucleares. 

En 1939 el movimiento pacifista, totalmente desorientado, se planteó la cuestión de si valía la pena morir por Danzig. En 2022, ¿bastarán la disuasión y la respuesta flexible a la sombra de tales paraguas? 

El mundo de nuestros días no se parece en nada al mundo en el que nació y se desarrolló la guerra española. Es completamente diferente a cualquier nivel de (imposible) comparación. La OTAN, ciertamente, está muy próxima a las fronteras de Ucrania. Rusia lo está también a partes de su componente europeo. Hay un aspecto no menos evidente: nos encontramos en presencia de una ruptura de época. En Europa volvemos a vivir en un mundo incierto de nuevo. Las comparaciones, con gaseosa.

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