Tras casi un mes de guerra, ciudades arrasadas y más de diez millones de desplazados por la invasión rusa de Ucrania, todavía no se vislumbra un alto el fuego en el corto plazo, y mucho menos un acuerdo entre las partes. Durante la última semana la noticia que mantuvo la esperanza fue la de una potencial negociación con visos de éxito y que filtraba el Financial Times. Esto, en realidad, fue un espejismo. Ninguna negociación llega a término hasta que, al menos, una de las partes quiere efectivamente que pare la guerra. Y este no es el caso, al menos por parte rusa.
Si bien nadie sabe cuál es el objetivo de Putin, se puede especular con que, dado que ya no parece que se vaya a tratar de una guerra rápida, quizás podría “conformarse” con un escenario de partición del país. Rusia controlaría el Donbás, Crimea y toda la franja que comunica ambos territorios y que le permitiría controlar el mar de Azov, pero para ello necesita a Mariúpol y es exactamente ahí donde ha centrado su ofensiva durante los últimos días. Al menos hasta que estos territorios no estén controlados en su totalidad no parece que ninguna mesa de negociación vaya a dar resultados positivos en pos de un acuerdo de paz.
Por su parte, el gobierno ucraniano, con Zelenski como su punta de lanza y líder del país, está jugando la baza de la comunicación política de manera absolutamente magistral. Se ha ganado a pulso el respeto de los países occidentales. Pocos pensaron que Zelenski aguantaría el envite ruso de la manera en la que lo ha hecho. Seguro que el primer sorprendido es el propio Putin, que confiaba en una huida del Ejecutivo ucraniano que provocara un vacío de poder que rellenar con un aliado del Kremlin. Sin embargo, este escenario hace tiempo que está descartado.
Por el contrario, mientras los combates se recrudecen en la línea del frente, Volodímir Zelenski intensifica su labor comunicativa con una constante presencia a través de vídeos diarios, entrevistas en medios internacionales y comparecencias en los parlamentos de los aliados occidentales. En todas sus declaraciones destaca un leitmotiv y este es el de la solicitud de un mayor involucramiento de la OTAN en la guerra, o lo que es lo mismo, la internacionalización y, por ende, la escalada de la guerra hacia una Tercera Guerra Mundial. Los argumentos que pone frente a sus interlocutores descansan sobre la apelación a la defensa de los valores compartidos. Sin embargo, a medida que pasaban los días, se ha ido dando cuenta de que la OTAN no se iba a involucrar más allá del envío de equipamiento y armas y que, en ese frente, Ucrania estaba sola. Ningún país de la OTAN está dispuesto en estas horas a enviar a soldados a una guerra que, más allá de retóricas recargadas de solidaridad con el pueblo ucraniano, de facto no consideran que sea la suya.
La tercera semana de la guerra ha estado marcada por un hecho significativo que ha encadenado una secuencia en los acontecimientos del lado ucraniano. Durante la noche del 16 al 17 de marzo viajaban en tren a Kiev/Kyiv tres primeros ministros europeos, el polaco Morawieski, el checo Fiala, y el esloveno Jansa. Su objetivo era ir más allá del mero apoyo ya explicitado por parte del Consejo Europeo en la reunión informal que tuvo lugar en Versalles el 10 y 11 de marzo. Y así ha sido. Con su presencia en Kiev/Kyiv los halcones europeos tomaban la iniciativa en relación con el gobierno ucraniano y en su relación con la UE. De este modo, mostraban de manera fehaciente su compromiso no solo con la perspectiva europea de Ucrania, sino también apostaban por reforzar unos lazos regionales en el ámbito de la seguridad y defensa que no serían explicitados por ellos, sino por uno de los asesores del presidente ucraniano, Mijailo Podoliak. Así, dos días más tarde de que Zelenski admitiera la imposibilidad de que su país entrara en las estructuras atlánticas, su asesor ponía sobre la mesa la posibilidad de crear una nueva coalición internacional que evitara la “soledad de Ucrania en el campo de batalla”, apuntando, además, que Polonia se convierte en su principal interlocutor con Europa, especialmente en aquello que tenga que ver con cuestiones de seguridad.
Tres días más tarde, en el marco de la ley marcial, el Ejecutivo ucraniano suspendía la actividad de varios partidos políticos elegidos democráticamente apelando a la razón de estado y a la seguridad nacional, a lo que se ha ido sumando al cierre de medios de comunicación que considera quintacolumnistas. Y en paralelo, de nuevo, Zelenski advertía de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial si las negociaciones con Rusia fracasaban. Si bien parece que hay una renuncia a la adhesión a la OTAN, su posición es firme en lo que hace al reconocimiento de la soberanía rusa de Crimea o, eventualmente, del Donbás.
Estas señales, tanto las del frente como las de la negociación política del gobierno ucraniano, permiten adivinar que poco o nada se conseguirá avanzar en la mesa de negociación, al menos por el momento. Más bien, al contrario, las posiciones siguen firmes y sin visos de cambio, ni rendición ni victoria están claras a estas horas.
Esto, junto a la deriva totalitaria que se observa estos días en Rusia no permite, en ningún caso, ser optimistas sobre la resolución final de esta guerra y sus consecuencias, no sólo en términos de reconstrucción económica o sobre las poblaciones, sino también sobre la evolución de sus sistemas políticos.