¿Europa nos mira? ¡Miremos a Europa!

3 de diciembre de 2020 06:01 h

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Es necesario un cambio de chip en nuestro país. Todo el mundo lo ve, de una forma o de otra. La crisis sanitaria y socioeconómica derivada de la pandemia lo acentúa. Pero no será el coronavirus ni su control, que un momento u otro llegará, quien nos vacunará contra la crisis democrática y los males políticos y sociales que vive nuestra sociedad, tanto a nivel local como global. Y desde mucho antes de que llegara la pandemia. El coronavirus ha puesto de relieve la debilidad de nuestra economía y de la capacidad de protección social, que sigue siendo uno de los atributos básicos que justifican la acción política. Superarlo requerirá de la acción colectiva planificada, solidaria y con cooperación con el resto del mundo.

Ensimismados como hemos estado desde hace una década en la disputa Cataluña-España, no nos damos cuenta de que es levantando la mirada hacia Europa cómo podemos hacer este cambio de perspectiva. No sólo para que nos vean, como hasta ahora hemos hecho bajo la premisa de que el mundo nos mira y de que Europa vería con simpatía la causa catalana. Ahora se trata de levantar la cabeza para mirar nosotros a Europa y, sin buscar mimetismos ni espejos mágicos, darnos cuenta de cuál es el panorama de crisis global y cuáles son las posibles salidas a todo lo que vivimos.

Debemos mirar a Europa para encarar juntas -todas las sociedades, los países, las ciudades, la ciudadanía en general- la crisis económica que tenemos encima. Es una crisis que no tiene nada que ver con la que ya sufrimos desde 2008 y que, más allá de las cifras macroeconómicas de aparente recuperación, aún no había sido superada por mucha gente trabajadora. En todo caso, había debilitado proyectos sociales y personales, economías familiares, estructuras productivas y todo tipo de servicios públicos y esenciales. Como dramáticamente constatamos ahora con la sanidad, la educación, la innovación y la investigación o la protección social, los recortes y las políticas de austeridad que quisieron combatir aquella crisis desde la ortodoxia neoliberal no fueron útiles entonces y aún menos lo son ahora. Incluso se dan cuenta organismos y cabeceras de aquella ortodoxia que, como el FMI, la OCDE, el Banco Mundial o el Financial Times, hoy hablan de subir impuestos a los más ricos y a las grandes empresas, de aumentar la inversión pública y de la necesidad de dotarnos de un nuevo contrato social como el que fue posible en Europa en 1945.

La ingenuidad no nos debe llevar a creer en proclamas globales del estilo de aquella “refundación del capitalismo” que prometió Nicolas Sarkozy. Pero tampoco nos valen afirmaciones locales como las que hemos oído en plena pandemia en la línea que “si nos dejaran, los catalanes lo haríamos todo mejor”. Ya hemos visto que la gestión de la crisis es manifiestamente mejorable en todos los sitios, empezando por nuestro país. Es en la cooperación, y en las fórmulas políticas y sociales que la saben declinar y la favorecen, donde radica el equilibrio de este edificio lleno de grietas que ahora tenemos que reconstruir si no queremos que colapse o se derrumbe en cualquier momento, total o parcialmente, encima de la Europa democrática y de sus sociedades, la española y la catalana incluidas. De ahí la importancia de los acuerdos adoptados por la Unión Europea en julio para hacer frente a la crisis derivada del coronavirus y, sobre todo, de los fondos de reconstrucción europeos que el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Parlamento Europeo han etiquetado bajo la divisa Next Generation EU. Con una dotación de 750.000 millones de euros, constituye un plan de inversión pública que será financiado con la emisión de deuda europea conjunto como nunca se había visto antes. Se trata de una decisión de gran envergadura, que abre una perspectiva esperanzadora, porque conlleva no sólo un gran esfuerzo mancomunado para paliar y superar el impacto de la epidemia, sino la inclinación de la UE en una dirección clara de defensa del Estado del bienestar y de desarrollo de la transición ecológica y social. Cuesta entender que mientras otros países hace semanas o incluso meses que trabajan para definir los proyectos e inversiones para estos fondos de reconstrucción, en España y en Cataluña todavía no hemos entrado a fondo en este debate, distraídos como estamos con rencillas de todo tipo. Ya llegamos tarde pero aún estamos a tiempo para poner nuestro sello a una salida keynesiana y social a la crisis.

Tenemos que mirar a Europa también en clave federalista. Ya sabemos que en todos los lugares hay mucho nacionalismo soberanista, de derecha y de izquierda, al igual que persiste sólidamente instalado en estados como el francés un jacobinismo de raíces antiguas. Pero, con luces y sombras, una gestión federal de la pandemia ha sido posible en un país como Alemania o incluso en una sociedad más similar a la nuestra como la italiana. El reto es saber si, en nuestra casa, sabremos aprovechar o no esta oportunidad federalista que, de facto, nos da la gestión de la crisis tras haberla encarado inicialmente con eso de la unidad de combate bajo bandera y uniforme argumentando que el virus no entendía de fronteras o replicando, en Cataluña, que si fuéramos independientes tendríamos menos muertos.

Finalmente, tenemos que mirar a Europa también en clave de futuro democrático y sostenible. La democracia peligra si no cerramos el paso a la extrema derecha: hace años que crece en Europa (donde incluso gobierna en países como Hungría), ya es tercera fuerza en el Congreso español y probablemente entrará también en el Parlamento de Cataluña. La sostenibilidad, más allá de opciones partidistas, pide que el ecologismo avance como opción estratégica ante un reto gigantesco y del que la COVID-19 sólo parece un test: la crisis del cambio climático y la sostenibilidad ambiental, que hay afrontar con una transición valiente, tanto ecológica como social.

De todo este panorama es difícil hacerse una idea desde el ensimismamiento. ¿Europa nos mira? Quizás sí, y ojalá fuera más ágil en aportar luz y balanzas a los recursos judiciales interpuestos o que llegarán a los tribunales europeos, fruto de la judicialización política del proceso catalán. Pero, por favor, si queremos realmente reconstruir nuestro país, desde todos los sentidos y en beneficio de todas y todos, hagamos el esfuerzo de ser nosotros quienes miremos a Europa.