Fake news
Cada día que pasa los anglicismos nos invaden más. Las nuevas tecnologías mandan y siempre en inglés. Este es el caso de las llamadas fake news. Como suele ser habitual en España, desde el comienzo presumimos de saber qué significa, pero en realidad se trata de algo más complejo que una simple noticia falsa. La expresión alude tanto a una noticia completamente inventada, como aquellos otros supuestos, que constituyen la mayoría, en los que se mezclan datos ciertos con otros que no lo son, o bien se contiene información inexacta. Incluso puede ser real pero presentada de forma tendenciosa o con insinuaciones, con la clara intención de conducir al receptor a sacar conclusiones erradas o a formarse una idea totalmente diferente de la verdad , y de esa forma incorporarlo al acervo de los adeptos de quien generó la falsa noticia.
Lejos de ser una broma de mal gusto, aunque algunas pocas lo son, generalmente estas fake news se difunden en las redes sociales con finalidades bastante concretas, unas veces escandalosamente crematísticas o de extorsión, otras de desprestigio personal, profesional o empresarial; para cumplir complejos planes políticos que defenestren a oponentes de otro signo ideológico, o para captar incautos, crédulos o personas acríticas auténticas esponjas para esas estrategias. Para complicar aún más las cosas, suelen existir también acusaciones cruzadas del uso de las fake news, en especial provenientes de algunos políticos, para descalificar aquellas noticias que no les favorecen o directamente les perjudican, siendo probablemente Donald Trump el máximo exponente de esto último.
Aunque en un principio las fake news no pasaban de ser algo anecdótico, hoy se han convertido en un problema de primera magnitud. En un libro recientemente publicado por Marc Amorós García, con prólogo de Jordi Évole, se advierte que 7 de cada 10 personas recibimos a diario noticias falsas y que apenas el 15% de la población las detecta. Según un estudio publicado en la revista Science, las fake news se difunden en Internet mucho más rápido que las noticias verdaderas, lo que podría obedecer a que son más novedosas y a que habitualmente estos bulos apelan a emociones primarias como la ira, el miedo o la euforia, provocando la necesidad de compartirlas en nuestro entorno a través de las redes sociales.
Meteórica difusión
Aun sabiendo que son falsas, el morbo, la maledicencia o simplemente la maldad llevan a difundirlas. Cuando esto se hace de forma privada el daño producido tiene una relativa importancia, pero cuando los medios de comunicación se hacen eco, sus efectos nocivos aumentan exponencialmente. Lo grave es que todos estamos, de una u otra forma, contribuyendo a que esto sea así.
La emisión de las fake news hoy está al alcance de cualquiera. Basta realizar una búsqueda rápida en Internet para que nos aparezcan cinco o seis sitios webs que ofrecen la posibilidad de crearlas, algunas con un formato simple, pero otras ofrecen herramientas bastante sofisticadas que hacen que su detección sea cada vez más difícil. Siguiendo a Amorós García, ya existen softwares que permiten poner en boca de alguien declaraciones que no ha realizado, de manera que es cada vez más difícil detectar qué es verdadero y qué es falso, por lo que hemos comenzado a creer solo en aquello que confirma nuestra opinión previa y, a partir de ello, construir una realidad inexistente.
A todo lo anterior, se suman mecanismos especializados en su difusión, que incluyen la utilización de perfiles de usuarios falsos (robots o simplemente bots) para amplificarlas, generar tendencias (trending topics) y convertirlas en fenómenos virales que ponen en riesgo aspectos tan importantes como la seguridad de una ciudad, la reputación de una persona o empresa o, incluso, el resultado de unas elecciones. Un estudio recientemente publicado por las Universidades de Indiana y Carolina del Sur, Estados Unidos, demuestra que entre el 9% y el 15% de las cuentas de Twitter son bots.
Han llegado para quedarse
De acuerdo con un informe de Llorente y Cuenca publicado en 2018, las fake news no son un fenómeno transitorio sino que han llegado para quedarse, por lo que debemos tomar medidas al respecto. Facebook, Google y Twitter, ya han anunciado su compromiso de usar indicadores de confianza (trust indicators), para ayudar a los usuarios a revisar la veracidad de las publicaciones y de los responsables de los artículos periodísticos.
Asimismo, tanto los cuerpos de policía como los ejércitos están tomando medidas, inclusive la propia Comisión Europea, que en enero de 2018 creó el Grupo de Expertos de Alto Nivel (HLEG, por sus siglas en inglés) para desarrollar iniciativas políticas a fin de contrarrestar las noticias falsas y su diseminación en línea. El primer informe de este grupo de expertos recomienda abordar este fenómeno como “desinformación” a través de Internet, puesto que va mucho más allá del mero término 'noticias falsas' o fake news.
El informe destaca el riesgo que estas campañas de desinformación supone para la democracia y contiene recomendaciones para hacerles frente, dirigidas tanto a la Comisión Europea, como a los Estados, la sociedad civil, las plataformas informáticas y las organizaciones de medios de comunicación y noticias.
Y es que el daño que se ha provocado es enorme. Ya lo hemos visto. La llegada de la ultraderecha a las instituciones en España obedece a ello, con la entrada de Vox en el Parlamento Andaluz, pero también la elección de Trump en Estados Unidos, el Brexit en el Reino Unido, y el auge del neofascismo en Europa, en países como Francia, Holanda, Suecia, Noruega, Hungría, Polonia o Italia.
La ultraderecha no solo miente y desinforma, sino que efectúa propuestas irrealizables, como que todos vayamos armados, extender la legítima defensa sin requisitos ni condiciones facultando a cualquier “español de bien” a matar a un delincuente; cerrar las fronteras o elevar muros para que no entren los “perversos” inmigrantes y expulsar a los que estén dentro, vinculando falsamente delincuencia e inmigración o asimilándolos a terroristas. Todo ello además de negar la brecha salarial entre ambos sexos, minimizar la realidad de la violencia machista y despreciar la reivindicación de los derechos de la mujer.
Contra los derechos humanos
Se trata de propuestas que atentan a los derechos humanos en su propia esencia y a las normas constitucionales, como baluartes de la democracia y del Estado de derecho. Con estas propuestas y noticias falsas, que apelan a nuestras emociones, la extrema derecha logra indignarnos, que critiquemos a los partidos que la representan, que hablemos de ellos y así conseguir su objetivo principal que es obtener a toda costa una gran visibilidad.
Después, en forma perfectamente calculada, pasan a la siguiente barbaridad, si puede ser de mayor calibre, para que los oponentes políticos, con la colaboración de los medios de comunicación “serios”, contesten desde las tripas y no desde la racionalidad. Es así como los gurús de la extrema derecha como Steve Bannon consiguen banalizar el discurso y que las y los electores se queden en la mera epidermis sin profundizar en los temas esenciales. O como dice Jason Stanley en su obra Facha, “con el tiempo y el uso de estas técnicas, el fascismo crea un estado de irrealidad en el que las teorías conspiratorias y las noticias falsas acaban reemplazando el debate bien argumentado”.
Tras conseguir esta visibilidad y ocupar progresivamente las instituciones, una vez más instalan su discurso negacionista respecto de las violaciones de los derechos humanos del pasado, contra la memoria, así como el negacionismo de lo que ocurre en el presente, como por ejemplo respecto de los serios perjuicios que se están causando al medio ambiente, provocando una falta de voluntad de la mayoría de los Estados para asumir compromisos efectivos que hagan sostenible la vida en el planeta.
La defensa
Pero ¿cómo se defiende una víctima de las fake news de estos ataques estratégicamente planificados con base en meras insinuaciones, falsedades o campañas de acoso y derribo, de los embates continuos de “comunicadores” interesados y de los que hacen negocio con tales ataques y descréditos?. Por supuesto que siempre es posible interponer querellas por injurias y calumnias, exigir el derecho de rectificación, o salir públicamente a desmentir y a ofrecer las pruebas del engaño.
Sin embargo, en la mayoría de los casos el daño ya está hecho, la duda ya ha sido sembrada, la reputación y el prestigio ya ha sido puesto en cuestionamiento. La justicia siempre va más lenta, el desmentido no se difunde con la misma rapidez ni llega con el mismo alcance a todos. La mentira sí, porque siempre es más fácil arrojarla irresponsablemente que descubrirla. En derecho, probar un hecho negativo constituye una prueba diabólica, es decir, una prueba prácticamente imposible. Realmente, la partida está perdida si no le damos vuelta a la situación desde la raíz.
Por ello ha sido necesario crear en los ejércitos, en la policía, en empresas y también en partidos políticos, departamentos encargados de detectar las noticias falsas y efectuar en tiempo real los desmentidos, en lo que se ha convertido en una verdadera guerra digital entre quienes siembran la mentira y la esparcen a los cuatro vientos y quienes intentan defenderse de ella como mejor pueden. Se trata de una batalla que se intensifica en el terreno político, sobre todo en período electoral y preelectoral. Algunos partidos progresistas están creando sus propios “fake check”, para que los ciudadanos puedan corroborar con datos las falsedades que periódicamente lanza la derecha y la ultraderecha.
Nos controlan
“El algoritmo mata la democracia”, titulaba un reciente artículo de Elisa Beni. Tiene razón, pero hay más. Afirma Byung-Chul Han, filósofo surcoreano que enseña en la Universidad de las Artes de Berlín que las redes se han transformado en verdaderos panópticos digitales que vigilan y explotan lo social de forma despiadada y extremadamente eficiente, siendo nosotros mismos los que desnudamos nuestra propia voluntad y preferencias, lo que a menudo produce verdaderos “linchamientos digitales”.
El Big Data y los algoritmos permiten predecir con mucha precisión y eficiencia el comportamiento humano, de modo tal que nuestras acciones futuras se convierten en previsibles, y peor aún, en controlables. De seguir por este camino, Byung-Chul Han, pronostica “el fin de la persona y de la voluntad libre”. En la misma línea, el filósofo y teórico político francés y camerunés, Achille Mbembe, nos dice que “la era del Humanismo está terminando”.
Esto ya está pasando en España. En diciembre pasado se incorporó, con alevosía y nocturnidad, como en otras ocasiones, una Disposición final tercera para modificar la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG), añadiendo el artículo 58 bis 1 que faculta a los partidos para recopilar datos personales sobre las opiniones políticas de las personas, y hacer un tratamiento de estos datos.
Aunque se han dado justificaciones varias, el resultado es que ya tienen acceso a nuestra huella digital, para saber quiénes somos, cómo pensamos y ofrecernos los mensajes adecuados, fake news mediante, con lo que pueden manipular y condicionar nuestro voto. Pues bien, a solicitud de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, el Defensor del Pueblo ha interpuesto un Recurso de Inconstitucionalidad. Mientras tanto no sea resuelto, estamos día a día perdiendo el control sobre nuestros datos y expuestos a la manipulación.
Esta es una muestra de que debemos estar vigilantes y actuar contra las bajezas de muchos políticos, de las grandes corporaciones y de algunos pseudomedios de comunicación, a veces creados al efecto, que usan y abusan de las redes sociales, que sin escrúpulos entregan nuestros datos personales para luego bombardearnos con sus sartas de mentiras, provocando un daño irreparable en muchas personas y en el funcionamiento democrático mismo. El voto siempre debe ser libre e informado, y por informado quiero decir información verdadera, para que todas y todos podamos elegir la opción política que creamos más conveniente.
La lucha
Al igual que en los años 50, vivimos en Tiempo de Canallas, como titulaba Lillian Hellman su libro, que destacaba la cobardía colectiva y las mentiras del poder que representó la época MacCarthy en EEUU. Si no hacemos nada y dejamos que todo siga su curso tal vez nos espera el futuro lúgubre que auguran los filósofos contemporáneos que se están ocupando de este tema. Pero somos muchedumbre los que día a día luchamos para que aquello no ocurra. Las redes sociales también sirven para encontrarnos con quienes están distantes, para mandarnos mensajes de aliento y esperanza, incluso para difundir mensajes clarificadores como el de este artículo que probablemente estés leyendo en tu teléfono móvil.
Tal vez seamos menos visibles o ruidosos, pero estamos aquí. Aunque los desmentidos, los hechos, los datos reales y las querellas avancen más lento y se difundan menos, están ahí para el que quiera verlas y encontrar la verdad.
El daño que este nuevo fascismo hace a la democracia es enorme. Y para conseguir sus objetivos, no dudarán en destruir al adversario, humillarlo y aniquilarlo con falsedades, fake news o lo que se tercie. Todo ello a cambio del éxito inmediato, de la aparición del titular en los medios amigos, del dudoso beneficio personal y la segura destrucción de los valores democráticos que momento a momento hemos ido construyendo. Sabemos que detrás subyace la misma ausencia de ética de siempre, que siglos atrás llevó a quemar gente en la hoguera; luego a fusilamientos y ahora a estos linchamientos digitales.
La política, la sana política, es un instrumento para cambiar las cosas, para mejorar la vida de las personas. Estos esfuerzos en favor de la igualdad social afectan a sus privilegios, prebendas y granjerías, que defienden sin escatimar recursos, incluyendo ahora los recursos digitales, desarrollando una verdadera guerra de desinformación. Es posible que defender el humanismo y las conquistas sociales se torne cada vez más difícil, pero que no les quepa duda a estos pirómanos de la democracia, que más temprano que tarde, conseguiremos, de nuevo, que no pasen por encima de esos logros y derechos que son patrimonio indeleble del pueblo.