Feijóo o el hooliganismo en política

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A Sánchez el partido se le estaba yendo de las manos por la agresividad del equipo contrario, cuando decidió pedir tiempo muerto. Algunos llegaron a pensar que tiraba la toalla y se acababa el partido, pero no. Se trataba de detenerlo y poner en evidencia el juego sucio del rival. Era una manera de dar la vuelta a la situación y tener el balón. Pero ganar tiempo no sirve de nada sin agrupar las propias fuerzas, tensionar a la hinchada para que anime y recuperar la iniciativa.

El dilema era seguir aguantando la brutal ofensiva del contrario o plantarle cara con una nueva estrategia.  Tenía claro que las únicas batallas que se pierden son las que no se dan. El objetivo era rechazar el peligroso juego e intentar garantizar que los árbitros no sean parciales. La afición al baloncesto del presidente del Gobierno le ha debido inspirar este movimiento de parar para recuperar el balón, maniobra que puede ser discutible para algunos pero que ha puesto a la derecha a la defensiva. Ya lo hizo tras el 28 de mayo y le funcionó, pero ahora o hay un cambio de estrategia o no servirá de mucho. 

Pero el problema sigue estando ahí. Unas derechas muy ultras a las que se les llena la boca de con la palabra “democracia” cuando no tienen el poder, porque consideran que la democracia son ellos. Intentan derribar al Gobierno de España con una campaña de deslegitimación continua, plagada de bulos y bárbaros ataques. Son incapaces de reconocer ningún logro ni siquiera en la marcha de la economía: no les importa que crezca el empleo y su estabilidad o que España adelante a la eurozona en la recuperación del PIB tras la pandemia. Siguen con su matraca de que este es el peor Gobierno de la historia de España, aunque se sitúen a la derecha de la realidad y del sentido común. Con ellos, no estamos en democracia, estamos en demagogia y urgencia. 

Este ataque se resume en la imagen de un Núñez Feijóo acusando a Pedro Sánchez de ser como Franco y a su gobierno legítimo una dictadura. Menos mal que llegaba para modernizar al PP. No basta decir que le marcan el paso Aznar, Ayuso y Abascal, que se precipitaron a opinar antes que él sobre la decisión de Sánchez de continuar. Feijóo se encuentra cómodo en la hipérbole y parece que MAR le asesora. Practica un hooliganismo político que es muy peligroso cuando mucha gente, colocada en condiciones de supervivencia por el sistema, está entre el miedo y la ira. 

Hay que preguntarse por qué es tan difícil que haya en España una derecha moderna y europea. Para ello hay que bucear en las raíces franquistas y en el modelo de transición. Es muy interesante para encontrar las claves, estudiar el análisis comparativo de la construcción de la democracia en España y Portugal que hace Robert Fishman en su obra “Práctica democrática e inclusión” (Ediciones Catarata, 2021).

Lo cierto es que parece que vivimos el coleteo del “atado y bien atado”: a medida que pasa el tiempo, en vez de disolverse el franquismo bajo el desarrollo de la modernidad social, ocurre lo contrario, aparece cada vez más como elemento que constituye el núcleo de una derecha que se reproduce a sí misma. Hasta la ONU se acaba de pronunciar sobre la agenda negacionista de PP Vox atacando la memoria democrática en las CCAA.  Lo dijo gráficamente Rafael Chirbes antes de morir: “es como si hubiesen tenido el cadáver del dictador en el fondo de la charca y se hubieran decidido a cortar la cuerda para que saliera a flote, trayéndonos toda su pestilencia” 

Mantener el Gobierno por mantenerlo no tiene demasiado sentido. El único, evitar que tome el poder la derecha y haga un destrozo con los logros sociales, pero eso no es suficiente. A pesar de la complejidad de los apoyos parlamentarios, se trata de desarrollar un programa avanzado de regeneración democrática y de reformas sociales para la modernización del país. La tarea principal que tiene el actual Gobierno de coalición y sus socios de la investidura es ir en serio. 

Ello pasa por la derogación de la ley Mordaza para fortalecer los derechos y libertades de la ciudadanía, la renovación sin más demoras del Consejo General del Poder Judicial para garantizar la Constitución y la independencia judicial, y medidas para combatir la intoxicación con bulos y mentiras. Por una estrategia decidida de reconquista de lo público y de mejora de la sanidad y la educación, políticas medioambientales y de lucha por la descarbonización, un nuevo modelo económico que fortalezca la industria y sea sostenible, una política fiscal con mucha mayor progresividad fiscal que grave a la banca y grandes capitales, avances en la laicidad del estado y supresión de todo tipo de privilegios. 

Un tema clave es dotar a la ciudadanía de espíritu crítico, como vacuna frente a la manipulación mediática y política. Eso pasa por una educación pública universal, plural, laica y democrática y cuestionar la doble red privada sostenida con fondos públicos que juega un papel segregador y adoctrinador.  

Además de la desestabilización del Gobierno, el segundo objetivo que las derechas ultras persiguen, es provocar desafección política y alejamiento ciudadano con una tensión y un ruido insoportable. Esto es muy viejo. Ya nos advertía hace un siglo de estas estrategias, Antonio Machado, que decía: “Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”.

Hay que explicar de nuevo la relación entre la política y las cosas de comer, es decir, sobre lo que realmente importa. Por ejemplo, si una persona es operada de corazón o de cadera, vive o anda no gracias a la ciencia sino a la política; porque, aunque la técnica quirúrgica esté muy desarrollada, si no tiene dinero quizá no se la apliquen, a no ser que la política decida que hay sanidad universal para todos. Esta es la grandeza práctica de la política que no se puede perder.     

La desconfianza hacia la política es una característica de los momentos de derrota y la peor derrota es la pérdida de la esperanza. Es peligroso pasar de política. Hannah Arendt se preguntaba si la política tiene aún sentido y concluía que el totalitarismo era la desaparición de la política. Fin de la política, fin de la historia. Por ello, no se puede dejar ni la política ni la calle en manos de la derecha. 

Es preocupante lo que está pasando y convendría que todos hiciéramos un esfuerzo por reconducir la situación. En mi breve paso de dos años por la política institucional, cuando me despedí en la Asamblea de Madrid hacía la siguiente recomendación a sus señorías: “Guarden siempre un tono de respeto y de escucha. No olvidemos que la democracia no es otra cosa que la capacidad de diálogo civilizado. Los modos y la ética deben ser parte fundamental de la democracia y de la política, porque la política sin ética es simple politiqueo y un club de cínicos. Y porque las instituciones sin respeto se convierten en una cesta de cangrejos que aleja a la ciudadanía de la política y erosiona la democracia”.