El feminismo y los cuidados oxigenan la economía

Volver a hablar de la vida que queremos, de la sociedad que queremos, es hablar del tiempo humano como referencia básica de la vida y cimiento de un nuevo Contrato Social.

El momento actual reclama una profunda reordenación de las jerarquías entre los espacios que identificamos con la producción de bienes y servicios -la única lógica reconocida por la economía- y la reproducción social, es decir, las actividades conectadas con la sostenibilidad y reproducción de la sociedad: tener y criar niños, formar a los jóvenes, cuidar a los abuelos, atender a los enfermos y mantener la organización de hogares y comunidades.

Esa mirada nos obliga a afrontar una batería de soluciones a la denominada “crisis de los cuidados” un conjunto muy diverso de conflictos y demandas que van desde el reparto de las tareas del hogar a los permisos de paternidad, desde la disminución de la brecha salarial a las rentas básicas, de los desahucios en la vivienda a la seguridad alimentaria… Todas ellas cuestiones situadas en los espacios de la reproducción social, tan centrales para la actual coyuntura como las luchas de clases en el ámbito de la producción en el capitalismo tradicional.

Esta situación tiene sus raíces en la dinámica estructural del capitalismo financiero que obtiene su rentabilidad de cualquier espacio. No solo extrayendo plusvalía de las clases populares tradicionales (del viejo proletariado, del autónomo, de las clases medias profesionales, de la pyme nacional) sino también de cualquier empresa, administración o familia endeudada, de cualquier recurso público estatal, regional o local (pensiones, desempleo, dependencia) y de cualquier estructura social debilitada.

La reordenación del tiempo humano como referencia vital

La economía de los cuidados abre todas las puertas que la ortodoxia económica quería mantener cerradas: desde “qué es producir riqueza” hasta qué sentido tiene “la gestión del tiempo” a lo largo de la vida. Poner en el centro esos debates es la mayor contribución que el feminismo está haciendo a la economía.

Obliga a recuperar el foco sobre la disminución, racionalización y flexibilización de los tiempos productivos (reducción de jornada laboral, trabajos de tiempo parcial voluntario y jornadas flexibles, permisos de paternidad y bolsas de conciliación familiar, reordenación horaria, teletrabajo y derecho a la desconexión). No es concebible que las potencialidades de productividad que aportan los cambios tecnológicos no redunden, cómo ocurrió siempre en la historía, en una disminución y racionalización del tiempo de trabajo.

Obliga a reconsiderar y tangibilizar el valor de los tiempos considerados “no productivos”: los dedicados a atender necesidades familiares básicas (crianza y vejez, enfermedad, incapacidad) y a las otras actividades domesticas de apoyo (higiene, limpieza, orden, compañía). Implica denunciar la máxima expresión de la contradicción entre valor y precio: las cosas más importantes se ignoran e invisibilizan porque se realizan “en el hogar” y no tienen repercusiones mercantiles; y lo que tiene precio, aunque sea ilegal y oculto cómo la prostitución o el tráfico de drogas, actividades que fueron incluidas de golpe en el PIB en 2010, se reconoce como valor.

Obliga a poner el foco en cómo reconstruir el espacio vital colectivo, sea urbano o rural, que disminuya los tiempos muertos (desplazamientos, abastecimientos, mantenimiento, limpieza) y maximice los tiempos vivos compartidos (formación, familia, descanso, ocio). De forma muy especial, nos confronta al coste creciente de la vivienda símbolo de la contradicción geográfica fundamental que provoca la centralización del capital inmobiliario en el corazón de las megaurbes y los mayores desplazamientos diarios con costes crecientes -en tiempo y dinero- de los trabajadores hacia localizaciones marginales o periféricas.

Sobre el mercado y los recursos públicos

El último capitalismo tiende a exprimir, cada vez más, un conjunto de capacidades sociales claves para la vida. Y lo hace de dos maneras: como norma, socializando la carga y trasladando a las mujeres de las familias un sobreesfuerzo creciente e invisible. Pero también, cuando de esas actividades sociales surgen perspectivas de beneficio, privatizando su gestión, externalizando servicios sociales y contratando a filiales de grandes corporaciones.

Sirva de paradigma, CLECE, una empresa multiservicios filial del Grupo ACS, que gestiona la Residencia de la Fundación Reina Sofía Alzheimer, de titularidad pública, un lugar denunciado porque faltan pañales o sábanas para cambiar a los ancianos hasta hacerles pasar días sobre su propia orina, con cuidadoras cobrando 600 euros al mes, mientras declara millones en beneficios.

Hay espacios en el que la lógica del mercado debería estar vetada. Tiene sentido en mejorar la oferta de servicios de abastecimiento, mantenimiento y limpieza del hogar, allí donde la economía digital está destacando por sus mayores ventajas. Pero nunca en lo que se refiere a los elementos centrales de la convivencia como son los cuidados.

Cuando el estado se inhibe, la mujer lo sufre

Un repaso a los datos comparados de diferentes países confirman que las carencias y desequilibrios de los servicios públicos desembocan en desequilibrios de género.

Las horas diarias que las familias dedican a las tareas del hogar, aquellas que no son cubiertas por servicios profesionales remunerados, son menores y más compartidas en los países nórdicos europeos, con buenos servicios públicos, (Suecia, Noruega) y mayores y más feminizadas en los países más dependientes del mercado (Italia) o con culturas más patriarcales (Japón, México, Turquía, India)

Obviamente, las medias no reflejan las diferencias de clase dentro de un mismo estado. En capas profesionales medias, la disminución del tiempo ocupado por las mujeres en tareas del hogar, no significa siempre que los hombres hagan más sino que se han externalizado las tareas domésticas, contratando a otras mujeres normalmente migrantes. Es en ese entorno donde la noción de “feminismo liberal” cobra sentido, pues significa sustituir la desigualdad de género entre hombres y mujeres por una desigualdad de clase.

¿Qué es crear riqueza? El PIB no se limita a cuantificar la producción registrada por el mercado. La contabilidad nacional incluye también en el PIB los bienes y servicios de no-mercado que son aquellos que, como la sanidad o los cuidados, se proporcionan a los hogares individuales, de forma gratuita por el estado o a precios económicamente no significativos, por instituciones sin ánimo de lucro.

Cuando esos bienes los soportan las familias son invisibles y no reconocidos. Sólo cuando las luchas sociales obligan a asumirlos como nuevos bienes públicos aflora de golpe esa riqueza oculta, expresión del concepto de valor social que la sociedad exige en cada momento.

Vayamos a por ello.