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El feminismo (no) solo está de moda

Un momento de la manifestación del 8M de 2017 en Madrid.

Ione Belarra

Portavoz Adjunta del Grupo Parlamentario Unidos Podemos-En comú Podem-En marea —

El feminismo se ha puesto de moda. Tan de moda que encontramos escritoras como Edurne Uriarte, que en 2007 escribía Contra el feminismo, y ahora acaba de publicar un nuevo libro titulado Feminista y de derechas. Al margen del debate sobre si es posible ser feminista y de derechas –cosa que dudo–, cada vez más personas, mujeres, y también hombres, se definen como feministas y tratan, con aciertos y errores, de dar pasos adelante en la construcción de una sociedad igualitaria. Una muy buena noticia para los movimientos feministas que, tras décadas de lucha, han visto cómo sus exigencias se han generalizado y más gente que nunca defiende que 'Solo sí es sí', que las mujeres tenemos que cobrar igual que los hombres o que el asesinato Laura Luelmo, asesinada cuando salió a correr, es violencia machista y hay que abordarlo como tal.

Corremos el riesgo, no obstante, de que los árboles no nos dejen ver el bosque. Adriana Guzmán pertenece al Movimiento Feminista Antipatriarcal de Bolivia y nos recuerda una premisa importante: el machismo y el patriarcado son cosas relacionadas, pero diferentes. Por eso, nuestra lucha no consiste solo en que nuestros compañeros aprendan a cambiar pañales, a lavar la ropa o que cuiden al 50%. Está bien y es imprescindible que erradiquemos los comportamientos machistas, pero nuestro objetivo es mucho más ambicioso. Recordemos, quién se beneficia de que las mujeres asuman las tareas de casa no es solo su compañero sino, ante todo, el empleador que puede hacer que trabaje doce horas al día.

Nuestro objetivo es comprender, explicar y cambiar una realidad brutal, el hecho de que vivimos en un sistema económico y social creado y mantenido sobre la explotación de las mujeres, sobre la asunción de que los trabajos, los saberes y las formas de relacionarse femeninos no tienen valor y no merecen consideración. Por eso, a las médicas de la Edad Media las llamaban brujas, sorgiñes, meigas… y las quemaban. Por eso ser “amo de casa”, en el caso de los hombres que lo hacen, sigue siendo a los ojos de alguna gente poco más que una humillación. Este sistema es capitalista en lo económico y prioriza que la banca, las eléctricas y el resto de empresas del IBEX35 ganen miles de millones anteponiendo sus intereses a la sostenibilidad de la vida de las personas.

La vida de las personas desahuciadas no vale nada, los beneficios del banco, sí. Que la gente pase frío no es importante si pueden seguir haciendo caja con beneficios caídos del cielo. No importa si estamos contaminando ríos, océanos y hasta el aire que respiramos, o dando de comer basura a la gente mientras las empresas puedan seguir haciéndose de oro. Eso es el patriarcado. Mientas la élite mundial de hombres blancos como Isidre Fainé o Amancio Ortega tengan los bolsillos llenos, lo demás no importa.

Pero además este sistema es racista porque se sostiene, como un enorme iceberg bajo el océano del que solo se ve la punta, sobre la explotación de los cuerpos de millones de mujeres negras, latinas o moras que están desposeídas de su tierra (las mujeres poseen un porcentaje mínimo de la propiedad de la tierra del mundo). Estas mujeres cuando migran son atravesadas por las violencias del tránsito migratorio y, a menudo, son sometidas a trabajos en régimen de semiesclavitud cuando logran llegar “al norte”. De hecho, el régimen de “interna” existente en España, ya desaparecido en muchos países de Europa, no es otra cosa que la esclavitud del siglo XXI. Mujeres de todo el mundo sufren en su vida cotidiana el machismo, pero el lugar del sistema en el que les ha colocado su color de piel, su lugar de nacimiento, su poder económico o su orientación sexual puede hacer que las violencias que sufren se multipliquen por mil. ¿Cuántas mujeres hace falta explotar, echar de sus tierras o asesinar para que Coca-Cola siga siendo una empresa millonaria? ¿Los cuerpos de cuántas mujeres camareras de piso, en su mayoría migrantes, hay que destrozar a dos euros la hora para que España pueda seguir siendo líder en turismo?.

Ese es el sistema que debemos cambiar, por eso el feminismo debe ser antirracista, y es tan importante el lugar visible y protagónico que muchas mujeres racializadas y migrantes están ocupando ya, liderando luchas sociales e impulsando en primera línea movimientos sociales emancipatorios. Porque la explotación que sufren es la base de todo el sistema económico, histórico y social que habitamos cada día. Porque sin ellas, sí que sí, se para el mundo.

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