En el contexto internacional genera indignación el silencio sobre la violencia machista en las universidades españolas. Preocupa no sólo el acoso sexual de primer orden, sino también la revictimización y el acoso sexual de segundo orden, ya que los tres son dimensiones de un mismo problema y sólo pueden ser superados conjuntamente.
Hasta el curso 2003-2004 las personas que intentaban denunciar iban siendo destruidas una a una. Gracias a los apoyos que llegan de Harvard, Stanford, Cambridge, European Women's Lobby, del feminismo internacional y de las plataformas de aquí contra las violencias de género, un centro de investigación realizó con el Instituto de la Mujer un estudio que hacía imposible continuar manteniendo ese silencio, recibiendo apoyo de parte de la prensa. El Parlamento español recogió sus propuestas y aprobó que las universidades tuvieran que crear mecanismos como las Comisiones de Igualdad y los Protocolos.
Tras ello, los ataques de acosadores y cómplices se dirigen contra ese centro de investigación y también hacia quienes se acerquen a él. En mi caso, cuando quise iniciar el doctorado solicité una beca predoctoral en ese centro, ya que pensaba hacer mi tesis sobre violencia de género. Pasé una primera fase de selección por parte del Ministerio pero requería, en un corto plazo de tiempo, la firma del jefe de departamento. Éste se negó rotundamente sin más explicación que: “El problema es la gente con la que quieres ir” [todo ello entre risas y burlas por parte de los dos profesores que se encontraban en aquella reunión].
El mensaje era claro: cambia de grupo de investigación y no tendrás problemas. A mi directora se la atacaba indirectamente haciendo daño a la más débil, en este caso yo. Y al resto de la comunidad universitaria también le quedaba claro que acercarse a quienes tenían un posicionamiento claro contra la violencia machista tenía consecuencias.
Yo siempre había estado muy implicada en movimientos estudiantiles, pensaba que desde dentro de la institución los organismos pertinentes tenían una gran capacidad de cambio. No dudé en avisar al profesorado de aquel departamento, que pretendía negarme algo que yo había ganado entre otras cosas por mi buen expediente académico, que pondría en conocimiento su abuso de autoridad e injusticia al defensor universitario, así como al rector. Su respuesta “yo me paso por el arco del triunfo lo que diga el defensor y el rector”, la complicidad de algunas personas y la indiferencia de otras, me hizo entender rápidamente el engranaje interno de las universidades que perpetúa la ley del silencio.
Si David quiere luchar contra Goliat que no parta de que el resto de compañeros y compañeras se pondrán del lado de la víctima. Aquellos y aquellas que en las reuniones de departamento y las juntas de facultad, cuando yo explicaba los hechos, miraron hacia otro lado se convirtieron en cómplices.
Aquella beca la perdí, nunca llegó la firma a tiempo. Pero obtuve otra similar que no pudieron negarme, gracias al apoyo del centro de investigación y de movimientos sociales contra la violencia de género. Más de 10 años después aquella experiencia me parece insignificante, hemos seguido sufriendo este acoso de segundo orden por nuestra implicación en la lucha contra la violencia de género en las universidades: insultos en redes sociales; llamadas anónimas donde hemos ido a impartir conferencias, envío masivo de correos electrónicos a profesorado y asociaciones con las que colaboramos… desprestigiando nuestro trabajo, calumniando nuestras vidas personales y profesionales; carteles colgados en las paredes de nuestras facultades con descalificativos hacia nosotras.
No puede entenderse esa realidad sin conocer la crueldad con que los pasillos universitarios se ha tratado, además de a las víctimas (revictimización), a quienes las apoyan. Esa situación contrasta con el lema de la principal orientación científica internacional en este tema: bystander intervention que, en una versión muy libre, podríamos traducir por “Fuenteovejuna todos a una”.
La sentencia que han conseguido tres víctimas de la Universidad de Sevilla, y quienes las han apoyado, es otro punto de inflexión importantísimo. No sólo disminuye la sensación de impunidad de otros acosadores, sino también de quienes les apoyan activa o pasivamente. Es admirable y debe ser puesto de ejemplo el compromiso contra el acoso de todas las personas a lo largo de nuestra historia universitaria han dado pasos hacia la superación de este problema. Como se dijo de la doctoranda en la lectura de la primera tesis sobre este tema en nuestras universidades: el valor de esta actuación es tan admirable que va incluso en favor de las nietas de los acosadores y de las hijas de quienes miran para otro lado.
La directora de la Oficina de Prevención de Acoso Sexual y Atención de la Universidad de Harvard dijo: “Gracias a vuestro trabajo las futuras generaciones de estudiantes y profesorado, sin duda, tendrán una experiencia muy diferente”.