Fobia social: “Rechazo a situaciones sociales en las que el sujeto se expone a la valoración negativa de su imagen”.
A medida que se acerca el primer aniversario de la declaración de pandemia por la OMS, arrecia la nostalgia de los inquisidores que al parecer se han quedado paralizados, como una estatua de sal, en la fecha de la movilización feminista del 8 de marzo.
De tanto mirar atrás, no se han querido enterar de que desde entonces las cosas han cambiado y no solo por el saldo trágico de la enfermedad que ya supera los dos millones y medio de fallecidos en el mundo y cerca de setenta mil en España. Tanto en relación al inicio y la evolución en brotes de la pandemia, en el conocimiento acumulado sobre la misma y en su relación compleja con las decisiones políticas, ya que no es lo mismo la evolución del saber sobre el virus, de su transmisibilidad y letalidad en humanos, de los factores determinantes socioambientales de todo tipo, de las posibilidades reales de mitigación o erradicación, así como de las capacidades de respuesta económica, social y sanitaria.
Hoy, a diferencia de los primeros momentos, sabemos que la zoonosis es contagiosa entre humanos y que, a diferencia de otros virus, lo es tanto en el periodo sintomático como en el asintomático, que su transmisibilidad es superior a la de la gripe pero inferior a la del sarampión, que se transmite por gotículas y por aerosoles, que el ambiente más favorable son los interiores con mala ventilación donde no cuidamos la distancia de seguridad, hablamos alto y nos quitamos la mascarilla como ocurre en la hostelería, los gimnasios o los lugares de culto, y que su letalidad aumenta con la edad, cebándose en particular en los mayores de 80 años, y también con factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes, la obesidad... Al igual que sabemos que algunos fármacos conocidos reducen la mortalidad y que la mayor parte de las vacunas se han desarrollado en un tiempo récord sin precedentes y que las autorizadas por los organismos oficiales de evaluación del medicamento cuentan un altísimo grado de eficacia y seguridad.
Hemos aprendido también que no existen gestiones ejemplares al igual que tampoco ha habido tantas vidas ejemplares. Que la gestión sanitaria tiene luces y sombras, sobre todo en los países que, como España, han marginado tradicionalmente la especialidad de salud pública y epidemiología. Y que si a ello le sumamos los recortes recientes en la sanidad pública y en particular en la atención primaria, la sociosanitaria, los déficits de equipamientos y las carencias en investigación, nuestra fragilidad ante el vendaval de la pandemia estaba más que cantada. Pero sobre todo que las gestiones han dejado de ser ejemplares en la medida que sufrían los sucesivos brotes de la pandemia, primero en los países frugales y luego también en Portugal y Grecia, y que finalmente tales ejemplos se han quedado recluidos en el sudeste asiático y en África, sobre todo por factores geográficos, ambientales, sociodemográficos y de movilidad, más que por sus diferencias en el abordaje sanitario, en el modelo de administración o en el color político de sus respectivos gobiernos.
A pesar de todo lo ocurrido, ha habido incluso quien, adelantándose a los acontecimientos, ha propuesto cambiar la fecha histórica del día de la mujer del día 8 de marzo, por el día de homenaje a los fallecidos en la pandemia, demostrando con ello la amnesia sobre el año vivido, pero sobre todo el sesgo ideológico y el prejuicio antifeminista de su memoria y la voluntad de seguir con la instrumentalización partidista de las víctimas de la pandemia, como ya hicieron en su momento con las del terrorismo.
Y lo promueven los mismos que entonces acusaron al Gobierno de haber retrasado el confinamiento por razones ideológicas ligadas a la celebración de las manifestaciones del 8. Inasequibles al desaliento, vuelven otra vez con el mantra del retraso culpable en relación a la declaración de pandemia de la OMS del 11 de marzo, cuando el decreto de estado de alarma se aprobó casi a continuación el día 14 de marzo, y además en paralelo con la mayor parte de Europa.
Un fin de semana de marzo en que en España se celebraron todo tipo de actividades sin ningún límite y que tampoco cuestionaron como el propio congreso de Vox, la feria de arte ARCO, partidos de fútbol internacionales incluso en la misma Italia, viajes, fines de semana, terraceo... para acabar obsesionándose en particular con las manifestaciones feministas al aire libre, que por otra parte se realizaron con casi absoluta normalidad en todo el mundo, incluida la propia Italia.
Son los mismos que después defendieron todo lo contrario, votando no y protestando insistentemente contra las prórrogas del estado de alarma y el confinamiento domiciliario, acusando al Gobierno de pretender en el fondo un golpe de estado autoritario, y arrastrando con ello al conjunto de la derecha a la teoría de la conspiración y a la estrategia de bloqueo.
Vuelven también con la responsabilidad del Gobierno con respecto a la interrupción de la cadena de suministros sanitarios de EPI, test y respiradores, a sabiendas de que ha sido un problema generalizado, en Europa y en buena parte de los países desarrollados, que trasciende pues la gestión de un gobierno concreto y tiene que ver sobre todo con un modelo de globalización neoliberal. Un modelo económico que precisamente ellos defendían y todavía defienden con ardor, que deslocaliza la producción industrial a países como India o China. Una situación de colapso que impedía en un principio su disponibilidad y que obligó más tarde a seleccionar las EPI para los sanitarios de primera fila, así como a restringir los test como medio auxiliar del diagnóstico y el seguimiento de contactos, así como en casos poblacionales muy concretos y dentro de una estrategia epidemiológica.
Los mismos que, más tarde, en el periodo de control y de gestión autonómica de la pandemia, acusaron al gobierno de lavarse las manos, y en algún caso como Madrid, se sumaron primero al negacionismo y luego al obstruccionismo a toda medida restrictiva de la actividad económica y en especial de la hostelería por razones de salud pública, porque consideraban que carecían de base científica y que con ellas solo se buscaba la ruina de la economía española.
En definitiva, que con esta visión retrospectiva de la pandemia parecen no haber aprendido nada de la evolución del conocimiento, y de sus mediaciones con el saber hacer, con las estrategias de salud pública y finalmente con las decisiones políticas desde el comienzo de la pandemia.
Poco importa que hace tan solo unos días una mayoría de ciudadanos haya vuelto a refrendar de nuevo con su voto mayoritario a aquellos que se vieron ante la responsabilidad política de gestionar la pandemia y con ello a descalificar a quienes solo la han utilizado como materia de confrontación y desgaste desde la oposición, negando una colaboración imprescindible.
Tampoco que el propio informe de evaluación independiente encargado por la OMS, con la presencia de dirigentes políticos y expertos, haga referencia a las dificultades burocráticas y financieras del propio organismo internacional en la declaración de alerta y la respuesta rápida que es preciso mejorar. Como también al cisne gris de la incredulidad y el consiguiente retraso generalizado de los estados, así como la preocupación de los gobiernos por hacer compatible la evidencia científica con la sensibilidad social hacia las medidas y la capacidad de recuperación económica en los distintos momentos de la pandemia.
Todo esto forma parte de un morboso aniversario nostálgico del 8 de marzo, más que sobre el año de inicio de la pandemia. Pero lo que llama la atención hasta el escándalo es la inquisición retrospectiva que con los conocimientos y la realidad actual de la pandemia pretende buscar insistentemente la culpa y la criminalización de la gestión de la pandemia, para eludir cualquier colaboración y compromiso.
Además, con pretensiones pseudocientíficas en base a algo de tan poco rigor como es la especulación sobre el ahorro de dolor y muerte que se hubiera producido de haberse anticipado unas semanas las medidas restrictivas ignorando el contexto de entonces, o mediante la aplicación automática de la evidencia científica sin tener en cuenta mediación social alguna, por ejemplo con la panacea de los confinamientos domiciliarios más estrictos, ignorando la experiencia más reciente de medidas menos traumáticas y con menos efectos contraproducentes sobre los más vulnerables, que han llevado a la mayoría de los gobiernos de nuestro entorno a descartarlas.
Porque, mientras la pandemia está en trance de retroceder mediante las medidas de contención y las vacunas, al parecer, la otra pandemia de profetas e inquisidores no piensa descansar. La fobia al 8 de Marzo continúa.