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Franco, ¿siempre Franco?

Acto organizado por el Movimiento Católico Español en Madrid en memoria de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera.
7 de enero de 2025 22:21 h

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Es imposible saber si a Franco le hubiera gustado que cincuenta años después de su nada glorioso fallecimiento los españoles le recordasen como lo hacen hoy: divididos. Probablemente no le hubiese quitado el sueño. Durante su “glorioso reinado”  ya hizo todo lo posible para que tal recuerdo le agradase. No en vano mantuvo a su país, la no menos gloriosa España, profundamente escindida. A pesar de las toneladas de alabanzas, eclesiásticas incluidas y no en último término,  siempre se imaginó, o hizo como si tal lo sintiera, que había sido enviado por la divina Providencia para salvar a la PATRIA. De aquí que esta, al menos en su parte “buena”, debería estarle eternamente agradecida, es decir, hasta el final de los tiempos. 

Es inútil que una gran parte de los historiadores y una amplia gama de otros científicos sociales saquemos a la luz sus pecados (que la siempre agradecida Iglesia Católica Apostólica y Romana se empeñó –y, en parte, se empeña en ignorar–). No hay que olvidar que una secta que de ella abjuró lo declaró “santo” y que la Institución como tal jamás lo ha condenado (como tampoco condenó, salvo con la boca pequeña, a otros regímenes totalitarios o seudototalitarios con tal de que fueran suficientemente pro-occidentales.  Es lo que se llamaba y se llama Realpolitik.

Ahí están unos cuantos acudiendo a la justicia secular (a su vez impregnada de añoranzas patrias) para mantener enhiesto el pabellón de la única religión posible en un “desecrado” valle próximo a Madrid. O la extraña renuencia a regar de su agua sagrada los innumerables campos en que yacen las víctimas de la guerra civil y de la dura postguerra. ¡Por algo sería que recibieron el castigo que merecían!

A los cincuenta años del fallecimiento de la cabeza de un régimen corrupto hasta la médula, que el Gobierno promueva una serie de actos para acercar a las nuevas generaciones la reconstrucción de amplios aspectos de su tiranía es altamente loable. Si bien todavía quedan muchos aspectos por descubrir, es, sin embargo, lo suficiente para llevar a una parte de la eterna derecha española a escandalizarse. ¡Todos hicieron barrabasadas! A otra cosa, mariposa. 

Lo que es singular del caso español es:

—la tardanza con la que se aborda la enseñanza del pasado a las nuevas generaciones.

—la infradotación en los medios necesarios, materiales y humanos, para la transmisión por la escuela pública, concertada o privada. 

—el mantenimiento de la ambigüedad ante las distorsiones del pasado que a través de los medios sociales difunde, por lo general, la derecha. 

En nuestro caso conviene señalar que lo anterior se apoya ahora en ejemplos extranjeros. El alemán, el italiano e incluso el francés. Todos ellos han tenido sus pasados repelentes. Y en todos ellos se oscurece lo que no concuerda, al parecer, con el pulso del tiempo. En el alemán, parece que ya está en vías de agotamiento la aberración del hitlerismo. En Italia el gobierno ha acogido a numerosos representantes de las fuerzas que no estuvieron en el origen de la Constitución. En Francia se sigue evocando a los héroes de la Résistance, pero cada vez más con la boca pequeña. 

Malos ejemplos que la ultraderecha patriótica española se enorgullece de seguir y aplicar a su caso. Cierto es que todavía no han recuperado a sus descerebrados Führer , Duce o equivalente (salvo por una minoría que deambula por el estrecho sendero que marca la Constitución), pero todo se andará. Ya Mr. Musk, que sabe de historia alemana lo que servidor de la ugandesa, no tiene inconveniente en insultar a los líderes socialdemócratas y de la CDU. Es decir, los años negros siguen proyectando sombra sobre nuestro devenir, en España y en Europa, con escasas excepciones. 

¿Por qué los españoles deberíamos ser diferentes? En mi modesta opinión, por una razón esencial. Todos los países europeos occidentales pasaron, con la interesada ayuda norteamericana, por la experiencia de los “treinta gloriosos”. En España, no los hubo ni por asomo. Es cierto que a partir desde los años sesenta en ella se produjo un (demasiado retrasado) crecimiento económico. El consentimiento hubo que extraérselo a Franco con los útiles de los sacamuelas medievales y, en particular, gracias a la enajenación a Estados Unidos de dimensiones considerables de la soberanía nacional. Todavía se desconocen las negociaciones que a ello llevaron. Tengo la sospecha que ni siquiera la tan demorada renovación de la Ley de Secretos Oficiales (la única disponible data de 1968) le hincará el diente. 

¿Acaso seremos los historiadores y demás investigadores españoles menos afortunados que nuestros colegas extranjeros? ¿Tendremos otra “razón de Estado” diferente de la de Alemania, Francia, Reino Unido?

También desde este punto de vista una posibilidad en la mano del Gobierno en la celebración de la recuperación de la democracia estriba en acelerar la apertura de los archivos que todavía permanecen inaccesibles.

Un colega y amigo y servidor, bien conscientes de ello, ofreceremos a finales de este nuevo año una demostración de lo que todavía puede hacerse para explicar la victoria de Franco en una guerra medio civil, medio internacional, que la mayoría de nuestros colegas no ha explorado.  A la mayor gloria de la Historia con mayúscula.

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