Más de medio millón de mujeres se manifestaron en Washington contra la misoginia, el racismo y la intolerancia que exhibe Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos, como elemento central de su programa ideológico. No se recuerda otra manifestación de tal magnitud como la celebrada en la capital de Estados Unidos. Sin embargo, para comprender el significado político de esta movilización es preciso contextualizarla históricamente, mirando al pasado, pero también con la vista puesta en el futuro.
La Marcha de las Mujeres de Washington –replicada en otras ciudades con el resultado de un millón y medio de mujeres en las calles de muchos lugares del mundo- tiene precedentes y referentes ideológicos que no conviene olvidar. Se inscribe en la larga lucha de las mujeres por la conquista de la igualdad. Es un eslabón más en la genealogía de las luchas feministas por alcanzar derechos civiles y políticos vinculados a la libertad y a la igualdad.
En 1915 más de 20.000 mujeres desfilaron en Nueva York reclamando el derecho al sufragio; en los años setenta del siglo XX se celebraron decenas de manifestaciones en distintas ciudades del mundo reclamando derechos civiles y políticos; en 1997, en Filadelfia, miles y miles de mujeres afroamericanas se manifestaron exigiendo el fin de la discriminación racial; el 7 de noviembre de 2015 cientos de miles de mujeres reclamaron el fin de la violencia machista en las calles de Madrid. Y estos son solo ejemplos de un movimiento mucho más amplio. La lucha por el sufragio convirtió por primera vez al feminismo a comienzos del siglo XX en un movimiento de masas. En los años setenta, con el feminismo radical, por segunda vez en la historia, el feminismo vuelve a convertirse en un movimiento de masas. Y en el siglo XXI, el feminismo no solo se ha globalizado y extendido por todo el planeta sino que de nuevo ha reaparecido como un movimiento de masas. La Marcha de las Mujeres de Washington no ha surgido de la nada, tiene raíces que han ido creciendo a lo largo de siglos de lucha política y de muchos más de desigualdad.
Sin embargo, también conviene tener presente a propósito de esta marcha no solo la gran capacidad de convocatoria del movimiento feminista, sino también la lucidez política que ha mostrado al comprender que la lucha ideológica entre los sectores progresistas y ultraconservadores en Estados Unidos, y en el mundo, se comienza a librar sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres.
No es una casualidad que la derecha ponga en el centro de su agenda política la lucha contra el aborto, que no es otra cosa que expropiar a las mujeres de la capacidad de decisión sobre su cuerpo y sobre su vida. Lo vimos en España con Gallardón. Y lo volvemos a ver ahora con Trump. El programa de la derecha conservadora es restaurar los códigos patriarcales del pasado, encadenar a las mujeres en los estrechos límites de la familia patriarcal y de la maternidad más opresiva, privarlas de su capacidad de decidir. La lucidez del movimiento feminista ha sido decir 'no' en el momento más oportuno, avisar a los sectores conservadores de la sociedad estadounidense de que no van a permitir que se cuestionen los derechos conquistados. El mensaje ha sido claro: no hay marcha atrás.
Una vez más el feminismo ha estado a la altura de la historia, encabezando la lucha contra el proyecto reaccionario de la derecha más conservadora en Estados Unidos y poniendo de manifiesto la capacidad de aglutinar intereses de colectivos y minorías oprimidas, que no siempre han mostrado la misma solidaridad con las luchas feministas. La legitimidad política del feminismo cada día es más incuestionable. Y la izquierda no debe seguir tratando las vindicaciones feministas como una cuestión secundaria.