En una reciente entrevista para el célebre podcast del tal Joe Rogan, Trump dejó caer que podría haber vida en Marte, y que él poseía cierta información secreta al respecto: “No hay razón para no pensar que Marte y todos esos planetas no tienen vida”.
La contundente victoria del expresidente y convicto, ganando de largo el 5-N el voto popular sobre su rival Kamala Harris, acentúa la sensación de fin de época. Al final, en el 5-N a Kamala y los Demócratas les falló casi todo: el Cinturón del Óxido (Pennsylvania) y el Cinturón del Sol (de Georgia o Carolina del Norte a Arizona y Nevada). Solo resisten la Costa Este y Oeste, de Nueva York a San Francisco, como siempre.
¿Sorpresa? En realidad, las numerosas encuestas previas (Pew Research, Gallup, The Economist, NYT / Siena) no mintieron del todo. Quizá, una vez más, la dificultad de salirnos de los propios moldes de análisis - y de ignorar nuestros deseos de buenos europeos –no nos ha permitido ver algunos signos evidentes que apuntaban al desastre para los Demócratas. Por ejemplo: que solo un 40% de norteamericanos aprobaban la gestión de Biden antes de su recambio, y solo 28% creen que EEUU camina en la dirección correcta. O que una mayoría de ciudadanos se identifican más con las propuestas principales de los Republicanos - en economía, inmigración, seguridad, o identidad– que se han acabado imponiendo a la defensa de la democracia y el derecho al aborto.
¿Y ahora qué? Los Padres fundadores –especialmente James Madison– se cuidaron de establecer un sistema de controles entre los distintos poderes para evitar la tiranía de un nuevo Monarca. La Constitución de Estados Unidos de 1787 y sus veintisiete enmiendas posteriores están para eso. En la historia de EEUU, en momentos excepcionales de guerra o de cambios profundos, el gobierno federal creció mucho o el liderazgo del presidente eclipsó algo al resto: FD Roosevelt o Ronald Reagan. Pero quizá nadie acumuló hasta ahora tanto poder –y legitimidad, aunque algo perversa– como va a tener este 47 presidente de los EEUU.
El sistema norteamericano funciona como un péndulo que a veces te puede cortar la cabeza. Ahora, los tres poderes parecen estar del lado MAGA-Republicano, para terror de los ancestros. O sea, el ejecutivo, el legislativo –el Senado y quizá la Cámara de Representantes– y el Judicial –especialmente el Tribunal Supremo–. Aquí, tres juezas (mujeres) tendrán que hacer frente a seis magistrados que han favorecido la carrera de Trump y los Republicanos desde 2020 hasta hoy., con la inestimable ayuda del exlíder mayoría del Senado Mitch Mac Connell. En junio de 2022 la mayoría conservadora revocó la histórica sentencia de Roe v. Wade (1973) de protección federal del derecho al aborto como derecho constitucional. Peor aún, a primeros de julio pasado, en plena campaña electoral, el Tribunal concedió de manera vergonzante la inmunidad al candidato republicano, amparándose de manera dudosa en una cláusula de la enmienda 14 referente a la inhabilitación por insurrección. ¿Qué será lo siguiente?
Hay ya un cuarto poder bajo la sombra de Trump: los medios tradicionales y las redes sociales. Silicon Valley se ha metido a hacer política partidista sin hacerle ascos al “autoritarismo”. Tecnólogos libertarios como Elon Musk se han puesto del lado del trumpismo, Jeff Bezos de Amazon –nuevo propietario del Washington Post– cancela un editorial en favor de los Demócratas. El contraste no puede ser mayor con los pioneros en la primera globalización de la década de los 90 como Bill Gates de Microsoft, abanderando de la lucha contra el cambio climático o los derechos reproductivos. Terreno abonado para la desinformación de unos y otros, las teorías conspirativas, y demás.
Se ha terminado un ciclo de “progresismo global” desde Obama hasta Biden, que junto a logros –feminismo, lucha contra cambio climático– ha dejado algunas promesas incumplidas: mayor desigualdad (el índice de GIni supera en casi 10 puntos al de socios europeos). O un orden internacional a la vez hipócrita (dobles raseros a la medida de Occidente: Gaza y Ucrania: ahí están los 300.000 árabe-estadounidenses de Michigan) e impotente en la aplicación del derecho internacional.
Entramos en un nuevo ciclo político extraño, híbrido, algo entre muy democrático –las elecciones del 5-N han sido impecables– y muy neofascista. Con Trump, EEUU no se va a replegar a un aislacionismo. Pero sí va a ser un orden más fragmentado, en los márgenes de las organizaciones multilaterales. Partidas de cartas a dos, o tres, con Xi, Putin, Von der Leyen, con Alemania, o con la internacional nacional-populista de Orban, De Wildeers o Le Pen. Trump intentará aprovechar su ventaja de grandullón.
Las tiranteces con la UE están a la vuelta de la esquina. Ahí están el buy American de la Ley de Reducción de la Inflación; o el déficit comercial de EEUU con Europa que supera los 130.000 millones de dólares. Las tarifas a las importaciones continuarán. Posiblemente, con China habrá guerra comercial y tensión, pero sin llegar a las manos: te doy Taiwán si rebajas tus subvenciones a los chips y tu industria. Al fin y al cabo, esto es un negocio, y los números son lo primero. Pero hay algo que desconcertará aún más a los nostálgicos del liberalismo: las guerras se terminarán. Trump será el caudillo de la paz mundial.
Por supuesto, como es necesario, numerosos líderes europeos, Xi Jing Pin o Putin, han felicitado al mandatario. Todo esto es algo desconocido de lo que no sabemos gran cosa. Como Trump dijo al final de aquella entrevista, refiriéndose a Marte: “Tal vez sea vida de la que no sabemos nada”.