Tras la finalización de la II Guerra Mundial, el control de los alimentos dejó de ser una prioridad en las relaciones internacionales, ya que la modernización del sector, así como el auge del comercio, permitieron acabar con las hambrunas en Occidente e iniciar una época de excedentes alimentarios, sobre todo en la Comunidad Económica Europea. Al mismo tiempo, con el inicio de la Guerra Fría, gran parte de los esfuerzos internacionales se centraron en el dominio de la tecnología, de la industria militar y del tercer mundo.
En los últimos años, la situación ha cambiado y la agricultura y la pesca se han convertido de nuevo en una cuestión prioritaria para gran parte de los Estados. En el nuevo orden mundial, el control de los alimentos vuelve a ser clave debido, fundamentalmente, a dos cuestiones. Por una parte, el cambio climático está provocando un descenso de las zonas fértiles en la superficie terrestre. Esta problemática se hace evidente en las regiones que ya tenían un déficit hídrico importante. El caso más significativo es África, donde el avance de la desertificación está provocando hambrunas y movimientos migratorios (esto último será otro de los grandes retos de la sociedad en los próximos años). Cada vez hay menos zonas cultivables y una parte importante de los alimentos acaba exportándose al norte global. En España, el incremento de las temperaturas y el descenso de las precipitaciones también están generando problemas en ciertas producciones agrícolas. Este año, por ejemplo, la sequía en la primavera ha reducido enormemente la producción de cereal y la de ciertas frutas como melones y sandías. La consecuencia de toda esta coyuntura es que los países del norte global están tratando de anticiparse a los posibles problemas del futuro y su principal objetivo es garantizar a su ciudadanía que los déficits de productos agrícolas nacionales no provocarán escasez de alimentos. Esta solución pasa por controlar o adquirir productos agrícolas o pesqueros cultivados en terceros países.
Por otra parte, la desglobalización, acelerada por la pandemia y por la Guerra en Ucrania han supuesto un cambio importante en las relaciones entre los Estados. Gran parte de los gobiernos del norte global han establecido como prioridad la “autonomía estratégica” no solo en energía, industria o política exterior, sino también en agricultura y pesca. Si los estados no garantizan una correcta alimentación de sus ciudadanos, no se puede cumplir ninguna de las otras autonomías. La actual relevancia de la PAC y de la PPC en la UE muestran que la cuestión alimentaria vuelve a ser un aspecto fundamental para todos sus países miembros.
Todo ello está provocando que la agricultura y la pesca se conviertan en un elemento clave de las relaciones internacionales en el nuevo orden mundial que se está definiendo. Cada vez se están produciendo más luchas por el control de los espacios de producción agrícola. El país que más se está preocupando por esta cuestión es China debido a que su enorme población contrasta con las escasas zonas cultivables en su territorio nacional (únicamente el 12% de su territorio). Ante esta situación, el Gobierno de Xi Jinping ha organizado dos líneas de actuación. En primer lugar, está tratando de convertir ciertos desiertos en zonas cultivables a través de una alteración de los ecosistemas. Y, en segundo lugar, están llevando a cabo una estrategia internacional para aumentar el control de los recursos en el sur global, lo cual está alterando enormemente los equilibrios internacionales. El Estado chino ha aumentado los acuerdos económicos con países de América Latina. Destacan los convenios firmados recientemente con Brasil, referidos a la carne porcina y al maíz, y con Uruguay para la exportación de soja. Indirectamente, la entrada de China en los mercados agrícolas de América Latina está permitiendo de manera progresiva sustituir el dólar por el guan en el comercio internacional. Al mismo tiempo, en la última década, China ha comprado una gran cantidad de tierras fértiles en África. En 2011, según Afrique Expansión, este país asiático disponía de 2,8 millones de hectáreas en R.D. Congo, Mozambique, Tanzania y Camerón. Además, China está aumentando el control del mar de China, lo cual ha sido denunciado por sus países vecinos, como Filipinas, pues no solo supone una sobreexplotación de los recursos marinos, sino que también supone un mayor control de esas aguas desde el punto de vista militar y geopolítico.
A pesar de que el caso chino es el más significativo, el resto de los países del mundo también se encuentran en esa pugna por el control de los recursos alimentarios, lo cual está alterando el sistema de las relaciones internacionales. El ejemplo más evidente se encuentra en el continente africano. En los últimos meses, numerosos grupos de pescadores locales han denunciado los acuerdos de pesca de sus países con la UE, China o Rusia. Estos dificultan que los pescadores nativos, con embarcaciones manuales tradicionales, accedan a los recursos pesqueros, lo que perjudica a las economías familiares costeras africanas y también a la alimentación de sus sociedades. Además, favorece la presión migratoria hacia Europa, otro de los retos del futuro, tal y como ya se ha comentado. La actividad pesquera, tal y como ha mostrado recientemente el Foro Económico Mundial, puede convertirse en un foco de conflicto comparable a los enfrentamientos por el control del petróleo.
En definitiva, esta nueva geopolítica de la alimentación está empezando a vislumbrar dos problemas para el futuro. Por una parte, el incremento de las hambrunas y las diferencias entre el sur y el norte global. En esa línea, el Coordinador General del Instituto para el Desarrollo de Sudamérica (IDRS) ha advertido de que la “despensa del mundo”, refiriéndose a América Latina, “está empezando a pasar hambre” debido a la presión internacional por el control de los recursos. En esa misma dirección, diversos foros mundiales, como la FAO, la OMC o el FMI han pedido a la comunidad internacional luchar conjuntamente para frenar la crisis de seguridad alimentaria actual. Calculan que 349 millones de personas sufren inseguridad alimentaria.
Por otra parte, todo ello está aumentando la tensión mundial por el control de los recursos, lo cual está alterando los equilibrios internacionales. El lenguaje del poder occidental actual ha retomado la vieja idea del regeneracionismo de Joaquín Costa: sin despensa, no hay progreso. El problema actual es que, en muchas ocasiones, lograr esa despensa tiene un coste alto en las relaciones internacionales, en el cambio climático y en el equilibrio alimentario mundial.