El Gobierno se juega en la tercera plaza
La ola reaccionaria que recorre Europa no es inevitable. Las coaliciones negativas que gobiernan algunos países europeos se muestran incapaces de ofrecer respuestas a los grandes retos que enfrentamos como humanidad, como la emergencia climática y la reproducción de las desigualdades, y que oculta la descomposición paulatina de un proyecto neoliberal que ya no genera horizontes compartidos.
Lo que llaman ola es, en realidad, una internacional del odio que une, de forma precaria y artificial, el negacionismo climático —el que observa sin preocupación cómo hemos condensado en julio, apenas una semana atrás, los siete días más calurosos en 125.000 años—, el negacionismo democrático —el que justifica y aplaude los ataques contra el Capitolio, en Washington, y el Planalto, en Brasilia—, y el negacionismo igualitario —el que pretende hacernos creer que es natural que el 10% de la población condense el 76% de la riqueza global—.
En este contexto tan complicado, frente al derrotismo de unos y el continuismo de otros, Sumar ha demostrado que no tenemos que conformarnos con resistir, que debemos salir a la ofensiva, que podemos aspirar a ganar el país. La labor de Yolanda Díaz al frente del Ministerio de Trabajo, la mera existencia de un proyecto como Sumar, un soplo de aire fresco en la Europa actual, demuestran que las cosas pueden ser de otra manera.
Sumar aparece así como un doble revulsivo. Lo fue un año atrás, tras su exitosa irrupción en el Matadero de Madrid, renovando las prácticas, ilusiones y posibilidades de un espacio progresista que daba signos de cansancio y desorientación; y lo es ahora, revelándose como la única opción realista para renovar un Gobierno mejor que siga transformando nuestro país.
En estas elecciones históricas hay, en realidad, tres opciones. En primer lugar, la del retroceso a una España gris que protege cobardemente los privilegios de unos pocos y ataca a las mujeres, a las personas migrantes y LGTBI+. En segundo lugar, la del continuismo, la que titubea frente a los poderosos y se conforma con las cosas tal y como son. En tercer y último lugar, la única que plantea un proyecto de país y está dispuesta a dejarse la piel para avanzar hacia un futuro mejor —un futuro que pasa por convertirnos en una potencia verde o resignarnos a ser un desierto gris—.
Sumar es la fuerza que reivindica lo conquistado estos últimos años —la reforma laboral, la subida del salario mínimo, la Ley Trans, la protección de las trabajadoras del hogar— no solo por los resultados obtenidos, sino porque constituyen un excelente punto de partida para lo que es necesario y urgente hacer ahora.
Tras una primera legislatura de reformas necesarias —en ocasiones demasiado modestas— en un contexto marcado por la excepcionalidad, Sumar quiere abrir una segunda fase de democratización de la economía, la vida cotidiana y el Estado, frente a los bancos, las grandes eléctricas y la oligarquía. Para ello, hace falta alguien con firmeza, que haga lo que dice, que cumpla sus promesas, que cuide a los de abajo y obligue a los de arriba a apretarse el cinturón: esa persona, estarán de acuerdo conmigo, es Yolanda Díaz. En un contexto global marcado por el desorden y la incertidumbre, Yolanda es la única capaz de ofrecer certezas, tranquilidad y estabilidad.
Así, en el debate del miércoles noche, marcado por las labores de portavocía prestadas por Abascal a un Feijóo de cuerpo ausente, Yolanda demostró que Sumar es el único voto que va a más: más tiempo libre, más salarios, más derechos laborales, más empleo verde y más democracia económica.
El debate, en realidad, refleja a la perfección la dinámica de estas últimas semanas. En una campaña extraña, que se intentó convertir en una suerte de plebiscito sobre el sanchismo (sic), Sumar ha sido la única alternativa que ha hecho del proyecto y las propuestas sus banderas. Lejos de discusiones de salón entre dos hombres, de mentiras y de zascas, hemos hablado de la poner en marcha una reindustrialización verde, de democratizar los lugares de trabajo, de que pague más quien más tiene, de salir una hora antes de trabajar, de tener alquileres justos y de darle más oportunidades a nuestra juventud con la herencia universal. En resumen: en lugar de recluirse en discusiones entre la clase política, le hemos hablado al país.
En el plano demoscópico, las encuestas nos han mostrado, de forma continua y consistente, que la verdadera batalla de estas elecciones se encuentra en la tercera plaza, que el 23J no va de quién queda primero —con un PP y PSOE que han tocado techo—, sino de quién gobierna. De este modo, el forcejeo entre Sumar y Vox por el tercer puesto se revela, nos dicen, como la disputa decisiva, cuyo vencedor decantará estos comicios del lado de la derogación de lo avanzado o de la conquista de nuevos derechos.
El voto a Sumar, pues, se multiplica: impide que Abascal se siente en el Consejo de Ministros, garantiza que tengamos un nuevo Gobierno progresista y asegura que este Gobierno sea, en definitiva, un Gobierno mejor.
Por ello, es imprescindible que los progresistas de este país nos den a Sumar el empujón necesario para alejar a VOX del Gobierno y garantizar una nueva mayoría de progreso en nuestro país.
Sumar y Yolanda Díaz representan hoy la esperanza —y la única garantía de un Gobierno, un país y una Europa mejor—.
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