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La gramática del ser humano

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El otoño acaba de llegar de golpe y porrazo, y con él los catarros, que son los catarros de siempre, con sus mocos respectivos, que, menos mal, no son ineluctablemente síntomas del COVID, sino causados, como antes de la pandemia, por el frío. El traicionero virus no se ha ido, ni quizá ya lo haga nunca del todo, y, menos aún, sus rastros de dolor; sin embargo, lo vamos asimilando médica, social, económica y culturalmente. 

Estamos en el camino de recuperar real, y, quizá, completamente la normalidad normal, no aquel simulacro del que hablaban hace meses algunos políticos y otros enterados: “la nueva normalidad”. Pensar en ella ahora da repelús. 

A nuestra esquiva normalidad le ocurre, como advertía Paul Valéry en 1937 a la Académie Française respecto del futuro: ni aún Mefistófeles, con todo lo diablo que es, puede predecir el futuro porque “l´avenir est comme le reste, il n´est plus c´est qu´il était”, el futuro ya no es lo que era. El poeta francés atribuía esta situación patética de no saber ya prever lo que entonces les esperaba, a que el modo tradicional de pensar a partir de la inducción empírica había devenido obsoleto. ¿Conviene, me pregunto, buscar en los vestigios del pasado una tutela para orientarnos en los derroteros en los que estamos inmersos?

Mis alumnos me han ayudado a caerme del guindo, dándole una vez más la razón a mi mujer. Desde el verano, a la vez que a mi alrededor ha crecido una demanda acerca de qué decisiones hay que abordar para reflotar, reorganizar o impulsar empresas, negocios o carreras profesionales, también ha emergido una inquietud personal e intransferible acerca del sentido de lo que hemos vivido, y, por lo tanto, estamos afrontando. Podríamos aventurar que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa; la contradicción es sólo aparente, mientras la paradoja acierta con la inquietud que se palpa alrededor y la desazón que anida en el interior.

Los seres humanos tenemos nuestra gramática; a cada uno nos toca descubrirla, si queremos llegar a ser nuestra versión, llegar a ser el que somos, siguiendo el imperativo de Píndaro a los atletas griegos; porque nadie lo va a hacer por nosotros, mejor que nosotros, si nosotros mismos no lo hacemos.

Hoy, como siempre, dentro del corazón humano hay un deseo profundo de relaciones auténticas e importantes, en las que amar y ser amados con un amor que pueda durar y durar lidera cualquier otro anhelo. Me malicio que los que nos siguen han percibido que los que gastamos canas hemos permitido que las cosas que importan hayan perdido peso específico en el día de cada día, porque seguimos eso, en el guindo.

Se ha abierto paso en nuestro imaginario una idea del amor como estado de enamoramiento constante, con una maravillosa alta tensión de emoción y deseo; aunque muchas veces inadvertidamente desvinculado de agarraderos que aguanten incluso una pandemia; se trata de una pulsión fuertemente subjetiva, no pocas veces autorreferencial, que difícilmente supera las dificultades, incomprensiones o el paso a la normalidad. Como la realidad mide nuestras ideas, el resultado no se ha hecho esperar.

Colgar la validez de lo que nos traemos entre manos del exclusivamente bienestar subjetivo, en un remedo tosco del clásico carpe diem, es dudoso que alimente la capacidad concreta de amar, que es la única causa perdida por el que merece la pena luchar; sin ella, la desesperanza hará más estragos que la pandemia tan arduamente domada.

Surcando la superficie, en la búsqueda de lo que se escapa a los ojos del que quiere ver pero no se atreve, Lady Gaga y Bradley Cooper nos susurran:

Tell me somethin', girl

Are you happy in this modern world?

Or do you need more?

Is there somethin' else you're searchin' for?

….

Tell me something, boy

Aren't you tired tryin' to fill that void?

Or do you need more?

Ain't it hard keepin' it so hardcore?