¿Sabemos a dónde vamos en la guerra de Ucrania?

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Las noticias más llamativas de estos días, como la aprobación definitiva de la ley de amnistía o la condena de Donald Trump en el primero de los cuatro juicios penales a los que se enfrenta, han difuminado la importancia de otra cuya repercusión futura puede ser mucho más importante: la autorización por parte de ciertos países occidentales a Ucrania para que use las armas que le han entregado contra territorio ruso o parte de él.

Ucrania empezó a recibir ayuda militar –armas, equipos militares, y adiestramiento– de países de la OTAN, principalmente EEUU y Reino Unido, en 2014, cuando se estableció en Kiev el primer gobierno antirruso surgido del golpe de estado del Maidán, y después de que Rusia se anexionara Crimea y empezara la guerra del Donbass. Pero fue tras la invasión rusa, febrero de 2022, cuando la ayuda se generalizó a más de 30 países, y fue aumentando progresivamente, hasta totalizar hoy una cifra superior a los 120.000 millones de dólares.

El incremento de la ayuda no ha sido solo cuantitativo, sino cualitativo. Al principio de la guerra solo se proporcionaba equipamiento de campaña y armas calificadas de “defensivas” (aunque matan igual que las ofensivas), es decir que fueran capaces de repeler una ofensiva, pero no de llevarla a cabo. La razón era exclusivamente la prudencia. Se pretendía ayudar a Ucrania a defenderse, pero no se quería provocar a Rusia ni que los dirigentes rusos tuvieran una excusa para generalizar el conflicto y extenderlo a otros países, lo que podría tener consecuencias dramáticas para todos. Poco a poco se fue valorando la reacción rusa ante las entregas de armas cada vez más sofisticadas –misiles contra carro Javelin, antiaéreos Singer, drones Bayraktar– que habían permitido a Ucrania rechazar el acoso inicial ruso sobre Kiev y lanzar, en otoño de 2022, una exitosa ofensiva para recuperar parte del territorio ocupado.

Cuando se vio que la reacción rusa era meramente retórica, los países amigos de Ucrania empezaron a elevar gradualmente la calidad de la ayuda entregando otros sistemas de mayor potencia o considerados ofensivos: carros de combate modernos como el Leopard, artillería de largo alcance como Caesar, lanzacohetes múltiples como Himars, misiles de medio alcance como Storm Shadow, sistemas de defensa aérea como Patriot, además de drones de todo tipo. Estos equipos y otros permitieron al ejército ucraniano no solo defenderse, sino también atacar la retaguardia rusa y su organización logística en el territorio ucraniano ocupado, incluida Crimea, y golpear duramente Sebastopol y parte de la flota rusa. Pero no fueron suficientes para conducir con éxito la anunciada ofensiva de la primavera de 2023.

Kiev pedía elevar todavía más el nivel de la ayuda, en cantidad y en calidad, sobre todo misiles de largo alcance y aviones, y también lo consiguió. Más de 60 unidades del caza F16 han sido comprometidas por Dinamarca, Noruega y Países Bajos, aunque todavía no han llegado o no están operativos, y en abril de este año llegaron a Ucrania los misiles ATACMS en su versión más moderna, con un alcance de 300 kilómetros, lo que les permite alcanzar territorio ruso desde prácticamente todas sus posiciones en la línea de contacto. No obstante, ésta había sido hasta ahora una línea roja, los países donantes de armamento habían dejado muy claro que solo podía usarse en territorio ucraniano, también en el ocupado, pero en ningún caso sobre territorio ruso. Siempre por temor a que Rusia considerara un ataque sobre su suelo con armas occidentales una declaración de guerra de la OTAN y actuara en consecuencia.

El Kremlin ha protestado siempre ante cada entrega de armamento que suponía elevar cualitativamente el apoyo a Ucrania, y particularmente ante la entrega de carros de combate y ante el compromiso de entregar aviones. Y, efectivamente, siempre ha declarado que consideraría un ataque contra su territorio con armas o aviones occidentales como una participación directa en la guerra de los países de origen, amenazando con responder contra ellos, lo que podría dar inicio a una escalada incontrolada. Pero esto no ha impedido que primero el presidente francés Macron –que ha hablado también reiteradamente de mandar tropas a Ucrania–, y después el presidente estadounidense Biden y el canciller alemán Scholz, hayan decidido finalmente autorizar a Ucrania el empleo de sus armas sobre territorio ruso, si bien en el caso de los dos últimos limitándolo al área desde la que está recibiendo ataques Járkov en la reciente ofensiva lanzada por el ejército ruso en esa zona.

Cabe preguntarse en qué piensan estos dirigentes, qué los ha llevado a cambiar de postura. ¿Están tan seguros de que Rusia no va a reaccionar y no va a cumplir sus amenazas? ¿O están jugando con fuego, poniendo en riesgo la seguridad de todos? Por muy poco probable que sea la generalización de la guerra, la magnitud del desastre que se produciría si sucediera –que podría incluir una guerra nuclear– debería ser razón suficiente para que no se tentara a la suerte. Hay que recordar, una vez más, que la I Guerra Mundial se originó de un modo un tanto inconsciente, a raíz de un incidente que nadie previó que pudiera causar el mayor desastre bélico de la historia hasta ese momento.

Se puede comprender el punto de vista de Ucrania, que es la agredida. Si los ataques se lanzan desde territorio ruso y los ucranianos no pueden responder contra el origen de esos ataques, sus posibilidades de rechazarlos se limitan drásticamente. Parece justo que se les permita atacar a quienes los atacan sin respetar fronteras que los otros no respetan. Pero lo más justo no es siempre lo más conveniente, ni siquiera para aquellos a los que se pretende hacer justicia. Ucrania debe comprender que la ayuda militar que recibe tiene un límite, que es precisamente evitar que la guerra escale y se extienda por Europa.

No se trata de egoísmo, es que una generalización del conflicto tampoco ayudaría a Ucrania. En primer lugar, porque dejarían de recibir ayuda, en especial armas y municiones, que los países europeos necesitarían para defenderse a sí mismos, y sin ella su capacidad de resistencia prácticamente desaparecería. Pero, sobre todo, porque una conflagración total sería también desastrosa para Ucrania, que sería la primera en ser destruida si se superaran todos los límites y –sobre todo– si se llegaran a emplear armas nucleares.

Se arguye, por parte de los más belicistas, que es imprescindible que Rusia pierda la guerra en Ucrania porque si la ganara se sentiría demasiado fuerte y toda Europa estaría a continuación en situación de riesgo. Pero puede ser justamente lo contrario. Rusia no está en condiciones ni militares, ni demográficas, ni mucho menos industriales o económicas de enfrentarse a la OTAN, y no lo hará... salvo que se encuentre en una situación de peligro existencial, es decir, a la desesperada. Es precisamente una derrota que pueda poner en peligro al régimen actual, o incluso a la cohesión de la Federación, lo que puede mover a Rusia a ir a una confrontación total, no su victoria, que consolidaría al régimen actual y le permitiría volver a una economía normal. Si Rusia no tuviera armas nucleares el problema no existiría o sería mucho menor, pero las tiene, y más que ningún otro país. Por supuesto, su empleo llevaría a su propio final, pero si ya se enfrenta a él seguramente no tendría reparo en usarlas. ¿Quiere esto decir que hay que abandonar a Ucrania y dejar ganar a Rusia? NO. Quiere decir que hay que mantener la prudencia y evitar poner a los dirigentes rusos ante la disyuntiva de su propia destrucción o de la guerra total, como se ha hecho hasta ahora.

Es de suponer que ningún dirigente occidental –ni siquiera Macron– desean una escalada hacia una tercera guerra mundial, que –insistimos– seguramente sería nuclear. Si esto es así, ¿qué se pretende autorizando a Ucrania a atacar territorio ruso con las armas occidentales? ¿Hay una estrategia detrás de esta decisión, se trata de dejarse llevar por los acontecimientos, o hay una voluntad de seguir escalando hasta ver cuándo y cómo reacciona Rusia? Esta última posibilidad es sumamente peligrosa, porque si Rusia respondiera atacando a algún país de la OTAN, difícilmente se podría ya revertir la situación de enfrentamiento directo.

Atacar territorio ruso no va a capacitar a Ucrania para ganar la guerra a Rusia, como no lo hizo la entrega de carros de combate ni lo hará la entrega de aviones. El problema de Ucrania no es solo de armamento, con o sin limitaciones de uso, es sobre todo de personal. Con una población que es la tercera parte de la rusa, y en gran parte cansada y desmoralizada ante la perspectiva de una guerra larga sin muchas posibilidades de victoria, con combatientes que llevan más de dos años en el frente, sin apenas descansos y sin encontrar un relevo que la recientemente aprobada ley de movilización parece incapaz de proporcionarles –ya que la mayoría de los jóvenes intentan de una u otra manera eludir su reclutamiento–, es difícil que pueda sostener durante mucho tiempo más el esfuerzo de la guerra. . Y no serán los instructores que quiere enviar Macron los que solucionarán este problema.

Es necesario asumir ya que Ucrania puede seguir resistiendo, pero no puede derrotar a Rusia solo con sus propios recursos humanos, como tampoco Rusia parece capaz de derrotar a Ucrania mientras tenga el apoyo occidental ¿Cuál es entonces la estrategia? ¿Qué es lo que los dirigentes occidentales esperan que pase? ¿Que Rusia se canse o agote sus recursos y se retire sin más? Es altamente improbable que eso suceda, porque Rusia –y sobre todo sus dirigentes actuales– se juegan demasiado en este envite. La Unión Soviética se retiró de Afganistán, como también lo hizo la OTAN, pero era un conflicto distinto y lejano. La guerra en Ucrania es existencial para el régimen ruso, no se puede permitir una derrota que implicara –por ejemplo– perder Crimea, porque ese sería su fin.

Estamos donde estábamos, desde hace ya demasiado tiempo: o se va a una guerra total contra Rusia, o se llega a un acuerdo de paz lo menos lesivo posible para Ucrania, o la guerra se prolonga indefinidamente sin que haya una perspectiva real de victoria. Parece que por ahora es esta última opción la única que se contempla, porque una conferencia de paz como la que se celebrará el 15 y 16 de junio en Suiza, sin la participación de uno de los contendientes –Rusia– y probablemente sin la presencia de China, está abocada de antemano al fracaso. Mientras no se hable seriamente de paz con Rusia, con la voluntad de llegar a un acuerdo, las bombas seguirán cayendo, la gente seguirá muriendo, la población de Ucrania seguirá sufriendo... para nada. Porque al final la guerra siempre la pierden todos.