El domingo 14 de abril, en una charleta ante un público cautivo como son las de Nuevas Generaciones del Partido Popular, Esperanza Aguirre expresó varias barbaridades y disparates sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Sus comentarios, que reflejan ignorancia y sectarismo, tenían como objetivo instrumentalizar el pasado para arremeter contra el Partido Socialista. Recurrió a mitos clásicos de los propagandistas franquistas y de los mal llamados revisionistas, junto con otros de su propia cosecha. Mentiras, tergiversaciones y manipulaciones de brocha gorda; el rigor histórico es lo de menos. Precisamente en un artículo mío en este mismo periódico el domingo 14 señalaba los muchos mitos y bulos que siguen circulando sobre la Segunda República. Y las declaraciones de doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Bornos, lo confirma. Esta política jubilada debería leer más y hablar menos. Recordemos que fue ministra de Educación y Cultura entre 1996 y 1999. Media vida llevo trabajando sobre este periodo de la historia de España para que venga esta señora a pretender sentar cátedra, soltando tonterías e ignorando todas las aportaciones recientes de la historiografía nacional y extranjera. El problema es que al final las mentiras se convierten en verdad de tanto repetirlas, como bien sabía Goebbels.
A continuación, voy a hacer algunas puntualizaciones a sus erráticos y maliciosos comentarios. En primer lugar, la Guerra Civil estalló por el golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936. La guerra fue provocada por quienes quisieron la guerra, abortando la primera democracia del país. Aparte de los militares, en la trama civil tuvo un gran papel José Calvo Sotelo y su partido Renovación Española, como demostró Ángel Viñas, con los contratos que firmó Pedro Sainz Rodríguez en Roma el 1 de julio de 1936 con la Italia fascista para comprar material bélico, incluidos hidroaviones (véanse '¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración', de Ángel Viñas. Crítica, 2018, y 'Los mitos del 18 de julio', Francisco Sánchez Pérez, [coord]. Ed Crítica, 2013 y 2019). Ni la democracia republicana fue culpable ni el Partido Socialista responsable. En segundo lugar, los socialistas fueron expulsados del Ejecutivo por el presidente de la República, el conservador Niceto Alcalá-Zamora, ejerciendo de Alfonso XIII y medio, tras retirar la confianza al Gobierno y forzar la dimisión de Manuel Azaña en septiembre de 1933 con el objeto de que se formara un nuevo gobierno sin este y sin los socialistas, no porque perdieran unas elecciones. Los comicios se convocaron con posterioridad, cuando quedó claro que el nuevo Gobierno de Alejandro Lerroux no contaba con el respaldo de la mayoría parlamentaria salida de las urnas de junio de 1931.
La huelga de octubre del 34, que tuvo carácter de revolución en Asturias, no fue el inicio de la guerra civil por más que se empeñen Pío Moa y compañía. Y no se puede confundir un golpe de Estado con una revolución, eso es de primero de lógica. También hay que recordar el contexto internacional y lo que ocurrió en Austria en febrero de 1934 para contextualizar el levantamiento en Asturias, que fue rápidamente sofocado con gran represión por Franco y la Legión. En este sentido recomiendo a doña Esperanza el libro 'Verdugos de Asturias. La violencia y sus relatos en la revolución de Asturias' (Trea, 2020), de Pablo Gil Vivo, una de las obras más recientes que aportan luz a estos trágicos acontecimientos.
Conviene recordar a doña Esperanza que el general Sanjurjo sí dio un golpe de Estado en agosto de 1932 y que hubo un amago cuando, en diciembre de 1935, no se entregó el Gobierno al líder de la CEDA, Gil Robles. En particular, este se resistió a abandonar la cartera de Guerra e incitó a los generales a dar un golpe (9 al 15 de diciembre de 1935). Hubo otro conato, entre el 17 y el 20 de febrero de 1936, tras conocerse el resultado de las elecciones del 16 de ese mes; en esta ocasión, a las presiones de Gil Robles se unieron las de Franco, todavía jefe de Estado Mayor Central, que cursó autorizaciones para la declaración del estado de guerra en varias provincias ('Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936', de Eduardo González Calleja. Alianza, 2011).
Responsabilizar a los socialistas del asesinato de Calvo Sotelo es otra patraña. En su momento las derechas culpabilizaron al Gobierno, presidido por Santiago Casares Quiroga, sin ningún tipo de pruebas. Pero la señora condesa da un giro de guion y manipula nuevamente el pasado con fines políticos actuales: el partido de Casares, Izquierda Republicana, no tiene responsabilidades de gobierno, mientras que el PSOE sí. Por tanto conviene cambiar el responsable y acusar al Partido Socialista de ese asesinato. Total, con la cantidad de dislates que sumaba, uno más no importaba. Achacar a todo el partido la actuación de un militante es cuando menos una osadía. Luis Cuenca Estevas, qué ingresó en las Juventudes Socialistas en 1932, parece ser quien disparó a Calvo Sotelo. Pero Juan Simeón Vidarte no dice que los socialistas organizaran el asesinato, como afirma Aguirre. Además, dudo que ella haya leído a Juan Simeón Vidarte. La detención y muerte de Calvo Sotelo fue una represalia por el asesinato del teniente José del Castillo, miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista y simpatizante socialista, por unos falangistas el 12 de julio. Incluso durante años circuló el mito de que la muerte del protomártir Calvo Sotelo había sido el detonante para que Franco se sumara al golpe de Estado, pero esto es rotundamente falso, pues el día de su muerte, 13 de julio, el avión Dragón Rapide ya volaba hacia Canarias para trasladar a Franco al norte de África.
Yo entiendo que todas estas observaciones a doña Esperanza le pueden parecer zarandajas que no van estropear sus gruesas afirmaciones, que beben de la historiografía franquista, para justificar el derribo del régimen democrático. Además, la nueva experta en historia contemporánea concluyó que no había nada que celebrar en el aniversario de la proclamación de la Segunda República, negando el carácter democrático del régimen y los enormes logros que se consiguieron en apenas cinco años. El objetivo estaba cumplido: demonizar una vez más a la Segunda República y responsabilizar al PSOE de todas las atrocidades posibles. Yo entiendo que a ella le guste más otra cultura política, que para eso milita en un partido político que fundaron seis exministros franquistas. De hecho, el Partido Popular tiene un grave problema con el pasado reciente de España, como demuestran las leyes que está aprobando con sus aliados de extrema derecha en diferentes gobiernos autonómicos donde blanquean la dictadura franquista. Pero no debemos parar de decirlo: basta de manipular y falsear la historia de España y en particular la etapa republicana y de la Guerra Civil.