Como será Rajoy, o en su defecto alguien del PP presidente del Gobierno, estamos otra vez en el debate de quién se comerá el sapo, sin fijar la mirada larga de cómo rehacer la ilusión después de la oportunidad perdida, el 20D y ahora, de construir una alternativa.
Pero para proyectarnos en clave de futuro creo que como mínimo deberíamos saber qué ha pasado, en qué se ha fallado. Antes de entrar en materia quiero apuntar que lo conseguido no es menor. Es mucha la gente que, sin votar antes, ha votado por primera vez y de forma distinta. La audacia de algunos ha hecho que emerja un espacio impensable hace tan solo unos pocos años. Pero todo esto no quita que debamos hacer un análisis más profundo de lo que ha pasado para proyectarlo en el futuro.
Son muchos los análisis que se han abierto sobre el resultado de las últimas elecciones generales y el no haber cubierto las expectativas. Pero creo que más allá de análisis sesudos, se impone una explicación principal. La expectativa frustrada.
Si analizamos bloque por bloque los resultados, veremos como en el bloque que se mueve entre el centro y la derecha los votos son aproximadamente los mismos que en diciembre del 2015. El argumento del voto del miedo es el que puede haber llevado a que un votante conservador y urbano que se refugió en Ciudadanos haya vuelto al PP. No tanto por el castigo a los de Rivera como por la campaña del miedo que ha hecho que muchos electores hayan recalado en aquellos que garantizaban frenar a Unidos Podemos.
Pero lo más relevante de lo que ha pasado es el comportamiento electoral del denominado bloque progresista. La suma de votos entre PSOE y Unidos Podemos, si lo comparamos con los electores de diciembre, arroja una cifra de más de un millón doscientas mil personas que dejan de votar. Y si el voto del miedo, el impacto del Brexit, ha podido hacer que la gente entre dos opciones –PP versus Ciudadanos, PSOE versus UP– optase por la opción más conservadora, el miedo no explica que tanta gente que se identificó con opciones progresistas haya dejado de ir a las urnas. El miedo sólo hizo que el bloque conservador aumentase en 100.000 votantes. Lo que hizo, a mi entender, que tanta gente se quedase en casa, es la desilusión por la expectativa frustada, por el hecho que el PSOE pactase con Ciudadanos y dijese que esa era la única opción de pacto posible mientras Podemos transmitía que no tenía ganas de pactar. La noche del 20D, y los días posteriores, muchos de nosotros recibíamos felicitaciones. Era posible un gobierno progresista. La visita de Pedro Sánchez a Portugal cogiendo como ejemplo el modelo portugués abrió expectativas. Pero la gestión posterior. La negativa del PSOE a querer explorar ningún escenario con Podemos, así como la percepción, instalada entre mucha gente, de que Podemos no quería gobernar, ha hecho que un nuevo gobierno progresista no apareciese ni posible ni deseado por quienes lo tenían que construir.
La campaña ya sabemos cómo transcurrió. Se habló más de los políticos que de las políticas, en lo que viene siendo una constante de los últimos años. Pero lo que habíamos sufrido especialmente eran las políticas del PP. Y si se quería hacer creíble el Gobierno era hora –si no entonces, ¿cuando?– de discutir de las propuestas para hacer cambiar España. Se puso poco acento en las políticas que debían ser la base para afrontar los principales retos que tiene el país: la lucha contra la desigualdad; la democracia en el marco de relaciones económicas y el debate territorial y la asunción de la plurinacionalidad; dejando grandes vacíos en el debate como el de la precariedad y el marco de relaciones laborales o el debate energético por poner sólo algunos ejemplos.
El PP consiguió que se juzgase más la expectativa que a su Gobierno. Pero alguien podía pensar que esto no sería así cuando se frustró el escenario de cambio, y que no se juzgaría más a las izquierdas que al mismo PP. Los resultados, los sabemos. El PSOE obtiene un resultado aún más bajo: 85 diputados. Y Unidos Podemos no logra movilizar a toda aquella gente que por separado le había dado apoyo, gente que, entre otros motivos, no fue a votar porque entendió que ya les habían dado una oportunidad a los suyos y éstos no la habían aprovechado.
Espero que esta reflexión sirva para algo. Y ese algo es el futuro. El PP es una máquina muy perfecta en el ejercicio del poder. Y no se debe menospreciar su capacidad de regeneración y adaptación. El problema está en que de la misma manera que el Thatcher construyó una hegemonía conservadora en el Reino Unido que ha hecho que la pretendida izquierda tenga que operar en esos parámetros, un PP que perdura no sólo cierra la ventana de oportunidad si no que construye una sociedad escorada en valores y en derechos, en hegemonía cultural, en el terreno de la derecha. Si esto es así, los que hoy se reclaman progresistas tienen una responsabilidad: entenderse.
Creo que hoy, para un proyecto de redistribución de la riqueza y recuperación democrática, la socialdemocracia ha dejado de jugar el papel histórico que jugó y que el actor para reconstruir un proyecto social, democrático y justo tiene que ser diferente. Entiendo y comparto la legítima aspiración del bloque que hoy representa Unidos Podemos de liderar la izquierda. Ese es el reto. Pero el reto tendrá sentido si se da cumplimiento a una obligación política y moral de la política: cambiar las condiciones materiales de la vida de la gente en un momento de desposesión material y democrática sin precedentes.
Soy de los quisiera un gobierno progresista, donde la agenda social estuviese en materia de derechos y libertades pero también en la política económica, y que además liderase una propuesta plurinacional para el Estado. Pero los resultados, más ajustados que el 20D, no dan para esa mayoría –cosa que sí pasaba en diciembre–. Los resultados sí que dan para intentar gobernar desde el Congreso. Sí que dan para el desarrollo de una agenda legislativa que suponga no sólo la fijación de límites para un gobierno del PP, sino la fijación de un objetivo de gobierno real, de transformación, y pese a quien le pese, necesariamente compartido entre los dos grandes bloques de la izquierda que se van configurando.
Es cierto que hoy volvemos a los tiempos lentos tradicionales de la política. Lo escribía Enric Juliana, lo explicaba Pablo Iglesias. Pues bien. En esos tiempos más lentos hay que responder a las necesidades de la gente. Y la necesidad de la gente puede tener respuesta en una agenda legislativa que signifique contrapoder, propuesta, y leyes muy concretas en una orientación muy distinta a la del PP. Quizás sea esta la manera de conseguir que la ilusión de la gente, del pueblo, se recupere.