Las gafas de Iglesias y Garzón y el 1-O

Alberto Arregui

Miembro de la Coordinadora Federal de IU —

Es una evidencia que Alberto Garzón y Pablo Iglesias no vivieron como actores la Transición, pero no lo es menos que han vivido, no puede ser de otra manera, las consecuencias de aquel turbulento y frustrante período histórico. El pasado configura el presente, y ellos hacen continuas referencias a ese pasado y, por encima de todo, proclaman a quien quiera escucharles que su propósito esencial es acabar con “el régimen del 78”.

Si por algo les critico es porque esa revolución democrática no puede darse si no se deja claro que es, que se debe convertir en, revolución social. Lo preocupante es cuando ese pasado atenaza, y no encuentro mejores palabras que las de Marx: “Las generaciones muertas oprimen como una pesadilla los cerebros de los vivos”.

Fuimos pocos los que rompimos con la dirección del PSOE y del PCE y rechazamos la Constitución del 78, pero ahora sois muchos, menos mal, los que decís que hay que romper con ese régimen, es una alegría, aunque algunos hayamos tenido que esperar varias décadas para escuchar este mensaje del partido que respaldó a fondo aquel proceso. Permitid al menos que recuerde cuáles fueron los pilares básicos de la Constitución española de 1978.

Por supuesto, el sistema económico capitalista, pero adobado con toda su podredumbre franquista de corrupción, el sistema monárquico como parapeto de las clases dominantes, el aparato del Estado franquista con todas sus cloacas y –espero que estéis de acuerdo conmigo– la negación del derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado español; especialmente de aquellos pueblos, Euskadi y Catalunya, que habían disfrutado de una identidad rayana en la independencia en el período de la República y que fueron conquistados y sometidos por las armas del fascismo.

Con estos antecedentes me sorprende que respecto al referéndum en Catalunya, al ejercicio del derecho a decidir, se han puesto de acuerdo la “nueva” y la “vieja” política, pues la posición expresada por ambos líderes coincide en lo esencial: pretender que el derecho del pueblo catalán a expresarse se decida en Madrid, no en sus plazas, no en su Parlamento. Puesto que sus calles se han llenado de cientos de miles de personas que reclaman su derecho a decidir, puesto que su Parlamento por mayoría ha emprendido ese camino…

Me produce menos extrañeza en el caso del líder de Podemos que nos tiene acostumbrados a inventos que rescatan lo ya inventado hace mucho, pero no comprendo que mi compañero y dirigente, Alberto Garzón, tan perspicaz en otras ocasiones para medir la temperatura ambiente de las reivindicaciones sociales, no haya sido capaz de visibilizar una posición de inspiración marxista, que es su formación política.

Lo que se discute en este momento, sin excluir cualquier otra consideración, es si la población de Catalunya tiene derecho, y debe ejercerlo, a participar en el referéndum convocado, si la autoridad no lo impide, para el día 1 de octubre próximo, para expresar si quiere seguir formando parte del Reino de España o si opta por establecer una República catalana.

Podemos estar de acuerdo con una de las dos opciones o con ninguna y además podemos pensar lo que nos dé la gana acerca de la burguesía catalana o ser aficionados o no a la sardana, pero no es eso lo que está en juego, sino si la mayoría aplastante de la sociedad catalana puede ejercer su derecho a decidir o necesita el permiso de Rajoy, o la aquiescencia de Sánchez, Iglesias o Garzón para hacerlo.

No es necesario remontarse a Lenin, para decir que nadie puede decir que es un comunista, socialista o simplemente un demócrata, y negar el derecho de los pueblos a decidir su propio destino.

Esa es la diferencia cualitativa, no siempre entendida, entre ser independentista o proclamar el derecho a la independencia. De igual manera, quienes defendemos el derecho al divorcio no somos necesariamente partidarios de que todas las parejas del mundo lo ejerzan.

Pero ninguna mujer consciente de sus derechos aceptaría que el divorcio sólo se pueda ejercer por mutuo acuerdo de las partes, o bien que se convoque a todo el vecindario para tomar una decisión democrática. Ni siquiera aceptaría la necesidad de que el divorcio esté reconocido por la ley, como ha sido el triste caso de la dictadura franquista, para ejercer su derecho a separarse, a pesar del alto coste personal que suponía una decisión de ese carácter.

Igualmente, es muy distinto opinar acerca de la conveniencia o no de la separación de Catalunya, que acerca del derecho o no a que el pueblo catalán ejerza esa opción. Y la ejerza no de acuerdo a las normas establecidas por Rajoy, con muy mala fe, o por Iglesias y Garzón, con tan buena fe como poco tino, sino como al pueblo soberano le dé la real gana.

Esta es la frase literal que se ha aprobado en la dirección de IU y que respeto pero no puedo compartir: “No obstante, un referéndum unilateral y que no tenga garantías no tendrá en ningún caso el apoyo de IU, además de que naturalmente no es solución ninguna.”

El único argumento que se ha esgrimido es que el referéndum es “unilateral”, y de ello se derivaría que no ofrece garantías, y se nos remite al “país de nunca jamás”, donde un acuerdo con la derecha franquista carpetovetónica sería posible y armonioso, y catalanas y catalanes expresarían sus derechos “de común acuerdo con el PP”, y serían felices y comerían perdices.

Es decir, si llevamos el argumento hasta sus últimas consecuencias, afirmaríamos que la precondición que exigen Pablo Iglesias y Alberto Garzón para validar el referéndum es que lo valide el PP. ¿Os dais cuenta compañeros de a dónde conduce semejante silogismo?

Aunque es superfluo, consideremos la declaración in fine: “No es solución ninguna”. ¡Me encanta semejante argumento! Si la mayoría de la dirección de IU aplicase este argumento a su actividad se disolvería y, tal como he sugerido en alguna ocasión, montaríamos una sociedad gastronómica, que sí que tiene utilidad inmediata.

Compañero Garzón, compañeras y compañeros de la dirección de IU, ¿qué utilidad “alguna” tenía la moción de censura? ¿Qué utilidad “alguna”, la campaña de que no nos jodan la vida? Y así ad infinitum, pues casi nada de lo que hacemos tiene más utilidad que la que pueda tener el referéndum catalán.

Pues desde una óptica de izquierdas buscamos la utilidad mediata, y de ella quizá la más destacable es la de crear conciencia de un problema, de una situación de negación de derechos democráticos y, algo aún más importante, generar conciencia de la propia fuerza, de la capacidad transformadora de la acción común sin la cual no habría ninguna esperanza de transformación social. Si Marx hubiese atendido a ese criterio jamás hubiese formulado la idea más genial de la historia de la psicología de masas: la transformación de la conciencia de clase en sí, a clase para sí.

La empatía es algo decisivo en política, es evidente que solo un preso sabe lo que se sufre en una cárcel hasta sus últimas consecuencias, sólo una mujer comprende hasta los intersticios la condición de vida en una sociedad machista, sólo quienes vivimos la diversidad en cualquiera de sus vertientes sentimos las injusticias cotidianas de esta sociedad brutal edificada sobre los “valores” inhumanos del capitalismo.

Pero para eso nos debe servir el razonamiento, especialmente el método marxista, para tener una empatía solidaria y fundamentada en un deseo de establecer una sociedad que rompa las injusticias por la parte de su fundamento más sólido, el de las relaciones de producción. Pienso en ello cuando leo o escucho a alguno de nuestros dirigentes, de la izquierda, diciendo “si yo fuese catalán, no votaría”.

¡Niego la mayor! Si fueses catalán, compañero Alberto, existiría una posibilidad porcentualmente muy baja de que pensases eso mismo, pues no llevarías puestas las gafas españolas que distorsionan tu mirada sobre el problema. No son sólo las encuestas, son millones de personas en la calle o en cadenas humanas, pero es conveniente tenerlas en cuenta:

No, no tenéis razón, ni Pablo Iglesias Turrión ni mi querido compañero Alberto Garzón, si miráis atentamente encontraréis en un rincón de vuestras gafas una señal de made in spain, y al desprenderos de ellas, quizá, con ayuda de una perspectiva marxista, o al menos democrática, entenderéis que el deseo de la mayoría del pueblo catalán es ir a votar el día 1 de octubre, quizá voto sí, o no, o abstención o nulo. Y quizá, entonces, comprendáis la necesidad que sienten de expresar lo que durante tanto tiempo, por la fuerza, se le ha negado al pueblo catalán: el derecho a decidir.

Y nuestra obligación es defender, por encima de todo, ese derecho, con opiniones pero sin condiciones.