El pasado 28 de septiembre, el vicepresidente del Gobierno de la Comunidad de Madrid, el señor Ignacio Aguado, escribía en Twitter: “La imagen que estamos dando ambas administraciones no es la que esperan los madrileños y pido disculpas por ello”. El pasado 9 de octubre, volvía a hacerlo: “Lamentablemente los políticos hemos vuelto a fracasar. Las consecuencias las pagan los ciudadanos”.
No vamos a entrar a valorar la dudosa sinceridad de sus palabras cuando en ellas mete en el mismo saco a “los políticos”, como si la culpa fuera de la política en abstracto y él como vicepresidente no fuera responsable directo del despropósito de las últimas semanas. Pero dando por válidas sus disculpas, parece evidente que, cuando uno reconoce un error, éste debe ir acompañado de un compromiso de reparación. De lo contrario, las disculpas quedan como un gesto de cara a la galería, que quizás alivia al emisor, pero que no ofrece al receptor ninguna garantía de que no se vuelva a repetir en el futuro. Pedir perdón a secas es un paso que se queda corto sin las razones que expliquen el error y la voluntad de corregirlo.
Y los errores no han sido pocos ni menores. La Comunidad de Madrid lleva desde hace semanas siendo el epicentro de la pandemia después de cuatro meses sin hacer nada. Con el sistema sanitario completamente fuera de control, el Gobierno de Ayuso se negó a que los barrios y municipios que consideraban “de los suyos” se sometieran a los mismos criterios que los barrios y pueblos del Sur y el Este de Madrid. Mientras medio mundo tomaba medidas mucho antes y mucho más estrictas, en Madrid se elaboró mal la orden premeditadamente para que los tribunales la tumbara y el Gobierno central se viera obligado a intervenir. Y, con el mismo modus operandi que han usado siempre, han manipulado los datos para meter a los contagiados debajo de la alfombra.
Por si no fuera suficiente, esta semana vamos de camino a otra negociación in extremis. La competición por ver quien hace la rueda de prensa más larga o carga con mayor eficacia la responsabilidad de la toma de decisiones en el de al lado, ha dejado de ser una práctica excepcional para convertirse en una auténtica filosofía de gestión patentada por Ayuso y consentida por Aguado. Lo único seguro es que ninguna de las partes de este gobierno ha alterado su orden de prioridades para situar de una vez por todas la salud en primer lugar. El silencio de Ayuso sobre los rastreadores que faltan o los recursos que necesita la Atención Primaria encuentra un aliado perfecto en el silencio de Aguado.
Con este panorama, y si realmente el señor Aguado está arrepentido con esta situación esperpéntica, si cree que se podría haber actuado antes, si cree que ha sido un error poner palos en las ruedas a las medidas que señala la ciencia, si cree que los madrileños y madrileñas han pagado injustamente la irresponsabilidad y el exceso de cálculo político de unos y otros, le animamos a que sea valiente y pase de las palabras a los hechos. Poner un tuit, mandar mensajes en clave en una entrevista y quedarse de brazos cruzados no evita que el desastre en Madrid se perpetúe.
Estamos convencidos de que en las filas de Ciudadanos, y sobre todo entre sus votantes, cada vez hay más gente que se encuentra incómoda, sin saber muy bien qué pintan sosteniendo a una presidenta como Ayuso. Es evidente que algunos están cansados del maltrato, el ninguneo y el menosprecio, o que incluso les preocupa que el balance de su aportación al gobierno se reduzca a la vergüenza e impotencia. Es comprensible que en Ciudadanos haya quienes no quieran resignarse a pedir perdón de boquilla cada vez que Ayuso se sale con la suya porque esa es precisamente la expresión de la vieja política que tanto critica siempre el señor Aguado: sostener un gobierno a sabiendas de que está tomando decisiones equivocadas.
Nosotros no vamos a tirar la toalla porque, en una situación tan grave como la que estamos viviendo, Madrid no se lo puede permitir. Por eso vamos a ofrecer diálogo para buscar una salida alternativa al caos negacionista de Ayuso, recordándole a Aguado que es él quien tiene la llave para librar a los madrileños del peligro público en el que se ha convertido el ejecutivo de Ayuso. No somos ingenuos, sabemos que nos separa un abismo, pero también sabemos que no debe haber ninguna diferencia que sea más importante que las vidas que se pueden salvar. Es tan sencillo como responder al dilema que él mismo planteó: ser virus o vacuna. Cuando elija vacuna, se habrá disculpado como es debido con los madrileños. Hasta entonces solo no pasará de ser un gesto para la galería.