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¿Todos iguales frente al coronavirus?

Pacientes y sanitarios del HUC reciben un sentido aplauso a las puertas del centro

Patricia Merino Murga

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La excepcionalidad de lo que estamos viviendo no debe hacernos perder la perspectiva. Esta pandemia tenía precedentes (Ébola, gripe aviar, SIDA…) y expertas en salud llevan años avisando del peligro que suponen las mutaciones víricas y de otros organismos en un mundo globalizado. Los graves desequilibrios ecológicos, sociales, económicos, bioquímicos, psíquicos y políticos que hace décadas asedian nuestro hábitat hacen de esta crisis algo no tan sorprendente e imprevisible.

La situación económica post-corona va a ser difícil, eso lo sabemos todas. Sin embargo, hay quienes llevados por los brotes de solidaridad y buenos sentimientos que esta crisis ha generado, ven indicios de un cambio de paradigma. La idea de que un trauma social pueda ser un punto de inflexión y cambiar el rumbo del capitalismo es recurrente, y se ha dado en crisis anteriores. Desafortunadamente lo que los análisis de Naomi Klein nos han enseñado respecto a cómo el capitalismo encaja este tipo de desastres es justo lo contrario. Lo más plausible sería que la crisis actual sirva para dar aún una vuelta de tuerca más a la disciplina productivista y por lo tanto, a la desigualdad, la vigilancia y el refinamiento de la explotación patriarcapitalista.

Es precisamente por este plausible efecto que las lecturas ingenuas del post-corona me parecen preocupantes, tanto las lecturas 'místico-ecologistas' que confían en un despertar de las conciencias y en el poder de la naturaleza, como otras lecturas menos místicas pero igualmente conformistas. La lectura populista-igualitaria dice “Estamos todos juntos en esta crisis. Unidas vamos a superarla, y de aquí surgirá una solidaridad social reactivada, una sociedad más cooperativa que en el futuro, y mediante la recuperación de lo público, nos conducirá hacia un capitalismo más humano”.

La idea de que “Estamos todos juntos para superar esta crisis” es descaradamente falsa: Unas pasan el confinamiento en casa con jardín, y otras en habitáculos de 30 m2; unos mueren hacinados en residencias, y otros son atendidos en pisos blindados; unos tienen los medios telemáticos para que sus hijas e hijos sigan el curso, y otros no; unas viven con la amenaza de la miseria que se les echa encima y otras tienen seguridad de por vida. El uso enfático de la palabra 'todos' en la lucha contra el coronavirus crea la necesaria ilusión de unidad para combatirlo, pero lo cierto es que esta crisis no nos hace más iguales sino todo lo contrario, las diferencias se han agudizado.

Y si en esta crisis no somos iguales en el eje de clase, tampoco lo somos en los ejes de sexo y de edad. Muchas de las profesiones que están hoy en primera línea frente al virus son oficios muy feminizados: enfermeras, cajeras de supermercado, cuidadoras en residencias, limpiadoras de hospitales y edificios abiertos al público... La crisis del coronavirus supone una desesperada demanda de cuidados dentro y fuera de los hogares; y cuidar aún es mayoritariamente cosa de mujeres. Ojala esta brutal puesta en evidencia del carácter vital de los cuidados sirviera para darles un mayor reconocimiento político, pero nada invita a pensar que vaya a ser así. La realidad es que la desesperada demanda de cuidados por parte del sistema lo que de momento está produciendo es que se pisoteen los derechos de las trabajadoras en Sanidad. La Dirección General de Recursos Humanos y Relaciones Laborales del Servicio madrileño de Salud ha emitido el pasado 12 de marzo una resolución en la que establece regímenes excepcionales para las excedencias, licencias y permisos parentales durante la crisis del coronavirus, de manera que “las Gerencias, con carácter general, denegarán la concesión de cualquier permiso o licencia, así como cualquier tipo de excedencia... cuando las circunstancias concretas que concurran en el centro imposibiliten el mantenimiento de la asistencia sanitaria a la población con los recursos humanos disponibles”.

La resolución solo garantiza que se respeten las primeras 6 semanas obligatorias del permiso materno. Una vez más, como es propio de un sistema patriarcal, son los derechos de las madres y las criaturas los primeros que se consideran revocables. La necesidad de atención y cuidados de las criaturas en sus primeros meses de vida no es menor que las de muchos de los enfermos que el sistema sanitario atiende, pero la Comunidad de Madrid ha considerado que la salud física y psíquica de bebés y madres no es algo que deba proteger. Hay que calibrar bien lo que se está imponiendo a madres y criaturas con esta resolución, porque una separación temprana y forzada puede ser muy perniciosa para ambas en términos de salud, eso que la Constitución dice que debemos proteger en toda la ciudadanía. En cuanto al confinamiento dentro de la caja negra que son las familias, en muchas ocasiones es un caldo de cultivo para violencias y abusos, y quienes más van a sufrir en este tipo de situaciones son niñas y niños. En España, la infancia es la única que de verdad no puede salir de casa en esta crisis. En la mayoría de países europeos donde hay confinamiento, incluidas nuestras vecinas Portugal y Francia, está permitido que los menores den un corto paseo. En España, todos los adultos que quieren, salen: a sacar al perro, al estanco, a comprar (por cierto, hay más varones de lo habitual en el supermercado) o a llevar la compra a su madre.

Como dice Nancy Fraser, la interpretación de las necesidades es una operación profundamente política. En la actual crisis se han tenido en cuenta las necesidades de los perros. También el derecho del señor de 70 años para ir al estanco a comprar sus puros o su tabaco, este es un derecho que no ha sido cuestionado por mucho que su salida sea de alto riesgo, ya que puede acabar en unos colapsados servicios de cuidados intensivos. Ni las fuerzas de seguridad ni los vecinos le van a interpelar en la calle. Sin embargo, en España, una madre que vaya al supermercado con su hija se arriesga a ser insultada e incluso agredida por la Gestapo vecinal, como le ocurrió a una madre de La Coruña a quien le que tiraron huevos desde los balcones. Cuesta entender por qué no existe una prohibición de salida para los mayores, que son quienes tienen el mayor riesgo (el 87% de los muertos tiene más de 70 años) asignando al ejercito la tarea de garantizar su abastecimiento en su domicilios.

Después de Semana Santa miles de personas han vuelto a su trabajo: cogen el metro, pasan 8 horas en contacto con otras... La economía sufriría demasiado si continúa el parón. El gobierno reparte mascarillas en el metro. En el cálculo de riesgos y necesidades de esta crisis, las necesidades de los menores han sido las más rápidamente descartadas por los gestores españoles encargados de interpretar qué necesidades merece la pena atender y cuáles no: las criaturas ni votan, ni producen. En los paritorios de muchos hospitales muy rápidamente se han clausurado los protocolos de atención obstétrica respetuosa de un plumazo, en ocasiones forzando la separación postparto de la criatura y la madre; y el Ministerio de Sanidad ha publicado unas recomendaciones con el revelador título de Manejo de la mujer embarazada y el recién nacido con el COVID 19 en las que no se ha contado con la participación de los colectivos de mujeres como pacientes.

Nos gusta creer en ese 'todos', en la unidad y la solidaridad. El 'todos' como revulsivo del miedo siempre ha sido una muy útil herramienta populista en manos de los políticos. Pero en un país como España con uno de los índices de desigualdad más altos de Europa ese 'todos' carece de significado. Haríamos bien en plantearnos el reto de hacer que sí lo tuviera; porque cuanta más gente haya para la que este virus y los que vengan en el futuro sean el menor de sus problemas, mayor será el riesgo y la inestabilidad (esta vez sí) para todas y todos.

En la lucha contrarreloj contra la desigualdad, parece que el gobierno va a aprobar una muy necesaria renta de emergencia transitoria. Después será necesario mejorar las rentas mínimas vitales, ampliando su presupuesto y dándoles una mayor homogeneidad a nivel estatal. Pero más allá de los parches de urgencia, cuando esto termine tendremos que ser muy cuidadosos con el diseño de las políticas de protección social, porque de ello dependerá la sociedad del futuro en gran medida. En el río revuelto del coronavirus los defensores de una Renta Básica Universal para adultos han vuelto a reavivar la demanda de esta medida como ultrasolución. Hay muchas maneras posibles de plantear una renta básica universal. Y la renta básica para adultos no es en absoluto la mejor política redistributiva posible. Una vez más se trata de una interpretación androcéntrica de las necesidades, supone olvidar de nuevo a la infancia y la dimensión reproductiva, y por lo tanto, reforzar la patriarcal precarización de la crianza, algo que analizo en Maternidad, Igualdad y Fraternidad con más profundidad. La Renta Básica Universal que España necesita es la renta universal para menores, una medida existente en la mayoría de los países europeos desde hace décadas y que sería el modo más eficaz de luchar contra la pobreza infantil y la desigualdad, como ya han señalado numerosas entidades que han estudiado la cuestión.

Construir solidaridad social es un trabajo lento, esforzado y silencioso que se hace en tiempos de 'normalidad', cuando la vida discurre por sus cauces habituales. Para que las cosas cambien y nuestra vida en sociedad y en el planeta sea sostenible y digna para todas, no basta con arrebatos de fraternidad. Es preciso actuar políticamente. Es preciso reflexionar sobre las graves disfunciones que nos han traído hasta aquí: la privatización, precarización y el estrangulamiento de la sanidad pública; la globalización desenfrenada que nos obliga a traer algo tan básico y urgente como mascarillas desde China; la desigualdad rampante; el modelo económico basado en el consumo desbocado; el androcentrismo en las políticas;… todas ellas son dinámicas que arrastramos desde hace décadas. Como ciudadanas con la responsabilidad de reconducir las políticas y a los políticos hacia otro lugar, debemos asumir el trabajo de denuncia de todos los desequilibrios que nos asolan; eso es lo único que podrá encaminarnos hacia otro horizonte, difícilmente podremos evitar nuevas pandemias, ni la desaceleración económica, pero al menos sí podríamos evitar que todo ello nos aboque a escenarios futuros peores.

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