Impostergable acción colectiva en relación al clima
Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…
Tendremos la capacidad de lograr el mundo que deseamos si tenemos el valor de emprender un nuevo comienzo.
Desde hace décadas -no me canso de repetirlo- han sido múltiples las comunidades, especialmente la científica, que han llamado la atención sobre la necesidad de un cambio radical en la gobernanza mundial, indicando la urgencia de una acción conjunta a escala global a través de un multilateralismo democrático ponderado y eficiente, que permitiera, además, resolver los conflictos por la fuerza de la razón en lugar de seguir haciéndolo, desde el origen de los tiempos, por la razón de la fuerza. “Si quieres la paz, prepara la guerra”: este perverso adagio ha sido puntualmente seguido por el poder absoluto masculino que ha tenido en sus manos las riendas del destino común a través de los siglos… hasta hoy mismo en que se invierten diariamente -lo repetiré mientras no se resuelva- más de 4.000 millones de dólares en armas y gastos militares, al tiempo que mueren de hambre y pobreza extrema miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad.
A pesar de innumerables alarmas y llamamientos, la gobernanza neoliberal plutocrática sigue adoptando medidas claramente insuficientes y parciales, cuando se necesitan muy enérgicas, urgentes y conjuntas. Los grandes consorcios siguen acumulando beneficios inmensos y anonadando a la gente en lugar de ser los primeros impulsores del cambio y del despertar ciudadano. Y las “grandes potencias” no cesan -a pesar de expresar tímidamente su apoyo a las medidas ecológicas y a la aplicación de la Agenda 2030- de aumentar las inversiones en armas y gastos militares, subrayando las diferencias con las “potencias enemigas”, en lugar de hacer, al menos, una pausa de emergencia para la acción unida y a escala global que es imprescindible para no deteriorar la habitabilidad de la Tierra.
En el “otoño esperanzador ”de 2015, con el presidente demócrata Barack Obama en la Casa Blanca, fue posible adoptar los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Resolución para “transformar el mundo” en la Asamblea General de las Naciones Unidas, para la urgente puesta en práctica de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Era especialmente relevante y oportuna porque, ¡al fin!, incorporaba a la ciudadanía mundial, consciente de la gravedad de la situación, a la acción adecuada y responsable para las generaciones venideras. Pero, a los pocos meses, llegó el insólito Donald Trump a la presidencia norteamericana con todos los supuestos hegemónicos del partido republicano y declaró -eso sí, con gran vivacidad y presteza- que no pondría en práctica los acuerdos de París ni la Agenda 2030… Y silencio. El resto del mundo, silencio. La Unión Europea, otrora fuente y referente de solidaridad, democracia y multilateralismo, incapaz de oponerse, porque para adoptar resoluciones, a veces de gran calado, se requiere unanimidad... ¡y la unanimidad es la antítesis de democracia!
Es prudente que existan mecanismos apropiados de defensa, pero sin olvidar la defensa de los habitantes de esos territorios tan bien protegidos. Las Naciones Unidas señalan con acierto cinco grandes prioridades: alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, educación para todos a lo largo de toda la vida, cuidado del medio ambiente. No me canso de repetir que este nuevo concepto de seguridad humana es el que ahora, sin más tardanza, debe prevalecer. Buena parte de los grandes problemas globales quedarían resueltos: las migraciones forzadas, el impacto de las catástrofes naturales, la generalización de la ignorancia…
Nos encontramos en un momento de inflexión. Es necesario que todos nos manifestemos para constituir las auténticas democracias que son precisas a escala local y global. Las crecientes desigualdades sociales, el deterioro del medio ambiente, la debacle cultural, conceptual y moral... claman por una modificación radical de las tendencias actuales. Hay momentos en que es preciso hacer realidad, con imaginación e intrepidez, lo que se juzga indebido por los anclados en la inercia, en insistir en aplicar viejos remedios para nuevas patologías. Los líderes actuales dan muestra de un cortoplacismo irresponsable. Todo buen gobernante debe tener en cuenta, en primer lugar, los procesos que pueden conducir a daños irreparables. Se trata de una cuestión de conciencia, de solidaridad intergeneracional. Millones de mujeres y hombres de toda la Tierra deben gritar que no van a consentir que se alcancen puntos de no retorno, de lesiones irreversibles en el entorno ecológico que afecten sin remedio la habitabilidad del planeta.
Los compromisos “no vinculantes” de la reunión en Glasgow el año pasado -¡qué oprobio, qué desvergüenza!, si no son vinculantes no son compromiso- permitieron que se perdiera la gran oportunidad que supuso Glasgow en la incertidumbre y desesperanza, porque es evidente que buena parte de la ciudadanía consciente ve desaparecer las últimas posibilidades de enfrentar y reconducir la situación presente. ¿Quedarán todos estos sabios llamamientos una vez más arrinconados en los anaqueles y mente de los gobernantes?
Ahora es apremiante ser plenamente consciente de los retos globales, algunos irreversibles, que se ciernen sobre la vida humana. Ahora no podemos ser espectadores impasibles de lo que acontece, sino que es preciso actuar con diligencia.
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