Tras la intervención rusa en Ucrania
La intervención rusa en Ucrania está teniendo lugar. De nada han servido las apelaciones a “los principios que articulan la seguridad europea”, al “apoyo entre democracias”, al “compromiso de la sociedad internacional con la integridad territorial y la soberanía política de Ucrania”. Como si los europeos no nos diéramos cuenta de que nos faltaba una pieza (militar) en un puzzle que no entendíamos. Como si estuviéramos, en este siglo XXI, desubicados. Que Ucrania está rendida ante Rusia (por el absoluto desequilibrio de fuerzas entre las partes y por la flaqueza de los apoyos de Kyev - léase, OTAN y UE) tiene un punto de obviedad que, aunque doloroso, no deja de ser cierto. En el corto plazo poca capacidad de acción existe por nuestro lado: presentaremos paquetes de sanciones, realizaremos declaraciones públicas… pero nada ayudará a Ucrania. La voz latina habitual en estas situaciones es “Vae Victis”: “¡Ay de los vencidos!”.
Pensemos en el medio plazo, donde aún tenemos capacidad de acción. ¿Qué debe hacer Bruselas?
Y es que aunque EE UU respondió de manera más suave, Bruselas lo ha hecho firmemente con una primera batería de sanciones económicas. A la vista está que no ha sido tan agresiva como para disuadir a Moscú de atacar, pero celebremos tanto la rapidez y contundencia (para los estándares habituales) de la Comisión Europea y el Consejo como -muy importante por lo novedoso- la decisión alemana de alinearse sin paliativos a la estrategia común vetando la entrada en vigor de Nord Stream 2. Como si Europa poco a poco fuera tomando conciencia de que existe un interés colectivo en materia de seguridad y defensa que está por encima de los intereses legítimos pero estrechamente definidos de sus estados miembros. Es perentorio acelerar ese proceso. ¿Cómo avanzamos desde aquí hacia una política común de seguridad y defensa? ¿Cómo podríamos dar el salto hacia una unión de sangre, que es el implícito detrás de una política de defensa común que trascienda la actual unión comercial y aduanera y, en evolución, fiscal y bancaria?
Y es que en realidad no tenemos tanto conocimiento científico sobre cómo una agrupación de Estados con lazos en materias “blandas” (comercio y sus derivados sectoriales) acaba conformando una Unión de la Defensa. Únicamente dos casos vienen a la mente: la evolución de la Confederación de EE UU en Unión entre 1781 y 1789 y la creación del I Reich alemán alrededor de Prusia tras la guerra franco-prusiana de 1870-1871.
Lo que nos cuentan dichos ejemplos históricos según una teoría de relaciones internacionales es que la aparición de un interés general en materia de seguridad y defensa es casi un salto de fe entre los miembros de una comunidad. Percibir un interés común y ver más allá de los intereses individuales (que Francia y España, por ejemplo, vean más allá de sus preocupaciones de seguridad en el Sahel y observen con atención la frontera con Rusia) no sucede todos los días en política internacional. Solo ocurre cuando se cumplen dos condiciones. Primero, que graves amenazas externas hagan peligrar la supervivencia de los Estados independientes. Segundo, que la mejor respuesta a dichas amenazas la puede dar un centro de gobierno federal que, sin embargo, carezca de los medios necesarios. En esas ocasiones se genera un cúmulo de emociones (inseguridad, miedo ante la amenaza, necesidad y urgencia) sobre el que articular un discurso movilizador en pos de la integración. En el caso estadounidense, la amenaza por el norte de una reconquista británica de las trece colonias generó la sensación de que los artículos de la Confederación no eran suficientes y que una revisión constitucional que permitiera a Washington recaudar impuestos, endeudarse y alistar a un ejército era necesaria si se pretendía sobrevivir al ataque constante de Londres. En el segundo caso, sabemos ahora con detalle que, buscando trascender la Confederación Germánica hacia un estado alemán en torno a Prusia, Bismarck jugó hábilmente con París, la engañó para que declarase la guerra (a través del incidente en el balneario de Bad Ems) y, con la amenaza francesa en el consciente colectivo, aglutinó una unión de armas alrededor de Prusia que, tras las victoria, se tornaría en Estado alemán.
Identificar, agitar y vehiculizar los sentimientos colectivos no sólo es una estrategia para ganar elecciones sino también para dar los pasos tácticos en pos de un proyecto político tan ambicioso como eran los dos anteriores. En realidad esa razonamiento no nos debiera ser extraño a los europeos, que observamos que Bruselas se ha construido a salto de crisis, desde el Acta Única Europea para reactivar nuestras economías durante la estanflación de los 80s hasta la reciente crisis de deuda soberana para avanzar en la unión fiscal y bancaria.
Tengo para mí que ese es el caso que hoy nos ocupa. En Ucrania no hemos sido capaces de actuar militarmente en la defensa de la integridad territorial y la soberanía política de un país frontera. Nos faltan herramientas, nuestro hasta ahora socio principal, Washington, confirma con palabras y hechos que no lo va a hacer por nosotros y los intereses particulares de los Estados Miembros no dan paso todavía a un interés general bastante evidente: que debemos mantener influencia y cierta capacidad de acción en nuestro vecindario.
La intervención de Moscú en Ucrania generará un cúmulo de sensaciones en Europa: estupor, angustia y, muy probablemente, miedo. No desaprovechemos ni esta crisis ni este estado de opinión para crear capacidades y estructuras militares que necesitamos. Ni para avanzar en conformar una identidad europea donde existe un interés general en materia de seguridad y defensa cada vez más palpable. Confirmemos la creación de una fuerza de intervención de 5.000 efectivos bajo mando directo de Bruselas desplegable por mayoría cualificada y no por unanimidad. Empecemos a imaginar un nuevo NextGenEU —por ponerle un nombre— que dote de recursos al desarrollo de una base industrial europea de la defensa que ya empieza a estar delineada (mejorar interoperabilidad, rellenar los huecos de capacidades críticas, etc.). Dejemos de lado la adquisición de material militar fuera de la Unión si soluciones netamente europeas están disponibles (como es el caso hoy en el debate de si optar por el Futuro Sistema Aéreo de Combate Europeo o adquirir el caza estadounidense F35). Son algunos ejemplos prácticos de hacia dónde galvanizar la energía que recorre Europa.
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