Invertir en arquitectura es invertir en tu salud
Históricamente la arquitectura ha contribuido a la mejora de la salud de las personas, a su confort y a su bienestar físico, mental y social, gracias a la creación de entornos y espacios que propician estilos de vida más saludables y previenen y corrigen los problemas de salud de los usuarios derivados de la vida en la ciudad. El diseño de los ensanches europeos, la aparición de instalaciones de saneamiento y tratamiento de residuos urbanos tras las epidemias de cólera, los encalados mediterráneos con su finalidad antiparasitaria o las recientes mejoras en la ventilación, iluminación y climatización de los edificios son algunos ejemplos.
En conjunto estamos sometidos a un gran número de agentes ambientales que impactan sobre nuestro bienestar. El 80% de los determinantes de salud se encuentran fuera del sistema sanitario, y muchos pueden mejorarse desde las urbes. Por esta razón, el bienestar es inherente al diseño urbanístico y arquitectónico y ha sabido evolucionar junto con los cambios sociales, culturales e históricos y las necesidades de las personas. El resultado es que la arquitectura aporta soluciones de valor a nuestras necesidades biológicas, fisiológicas, fisicoquímicas y también emocionales y mentales, a la par que reduce nuestra huella ecológica.
En la planificación territorial y urbanística existen diversas estrategias que combinan beneficios medioambientales con los de salud. La apuesta por un modelo de movilidad sostenible, por ejemplo, incide directamente en la disminución de la contaminación ambiental y acústica, pero también en la ocupación de la ciudad, promoviendo la movilidad de los habitantes y su actividad física. Asimismo, el incremento de las zonas verdes activas conlleva, por un lado, la absorción de polución, ruido, radiación y regulan la sensación térmica y, por otro, favorece la salud mental y la reducción del estrés.
También son lugares de interacción, cohesión social, desconexión y, sobre todo, espacios que permiten la integración de la biodiversidad en zonas urbanas. Este aspecto es básico para naturalizar las ciudades y hacerlas más resilientes. Cabe señalar que la integración de la naturaleza va más allá del diseño de verde activo en espacios públicos, ya que debería trascender a edificios (cubiertas, fachadas) y acompañarse de un aumento de pavimentos drenantes para mejorar, entre otros factores, el efecto de la isla de calor (el aumento de la temperatura nocturna debido a la actividad humana).
Tampoco podemos dejar de lado la accesibilidad de nuestras ciudades que, más allá de la supresión de las barreras arquitectónicas, debe fijarse en la inclusión visual, auditiva, del habla y también la cognitiva, especialmente necesaria para personas con patologías neurodegenerativas cuya correcta percepción del entorno facilita la respuesta cognitiva de su cerebro. La accesibilidad observa las necesidades de los grupos más vulnerables y los introduce en el proceso de diseño.
Todas las estrategias urbanas deben ir acompañadas de equidad -identificando e interviniendo en los lugares y ámbitos más necesitados- y de una mirada de género, cuidando de las personas que sustentan la vida, independientemente de sus características: niños, ancianos, enfermos, personas dependientes, y no solo beneficiando a la parte productiva de la sociedad. La ciudad de los 15 minutos, que fija este tiempo máximo para realizar las principales actividades diarias, apoya esta mixtura de usos.
Los edificios son grandes activos de salud. Las experiencias de confinamiento vividas durante la pandemia de la COVID-19 han puesto de manifiesto la importancia de cuestiones como la ventilación y la iluminación, entre otros elementos.
La composición del aire es un factor clave. En muchas ocasiones el aire de los espacios interiores está más contaminado que el del exterior debido, entre otras causas, al uso y la falta de ventilación. Es muy importante, por lo tanto, garantizar una óptima ventilación de los espacios interiores; no solo para prevenir la transmisión de enfermedades, sino para disipar otros gases (CO2, CO o gases resultantes de la combustión), sustancias químicas originadas por la actividad o emitidas por productos de limpieza u otros materiales. En paralelo, también debemos de ser conscientes de que el aire interior precisa de una humedad relativa adecuada para garantizar unas buenas condiciones de confort puesto que, un ambiente muy húmedo favorece la aparición de agentes biológicos (hongos, levaduras, bacterias, virus y alérgenos) y un ambiente muy seco, prolifera más el polvo, aumenta la sequedad y picazón de ojos y garganta, además de facilitar la aparición de cargas electrostáticas.
El diseño de la ventilación es paralelo al de las necesidades higrotérmicas, es decir, aquellas vinculadas a la ausencia de malestar térmico. Para conseguirlo, se debe climatizar y ventilar con estrategias que optimicen la calidad del aire interior. Los sistemas de instalaciones y la tecnología deben combinarse con las propiedades físicas de los materiales como la inercia térmica, la acumulación de calor y la higroscopicidad –la capacidad de ciertos materiales de ayudar a regular la humedad-.
La iluminación es otro factor crucial. La luz no solo nos permite entender el espacio, sino que regula nuestro reloj biológico. La luz solar es dinámica, y ese ritmo, calidad e intensidad se debe trasladar a la iluminación artificial para que acompañe nuestros ritmos circadianos. El uso y las actividades que se llevan a cabo en los espacios interiores nos definen las necesidades y características óptimas de iluminación, pero de forma general, se recomienda que en espacios domésticos las luces sean más cálidas, mientras que en espacios de trabajo convienen luces más frías. Conviene recordar que la luz solar es la que nos da una sensación de bienestar óptimo y, desde el punto de vista de la reproducción cromática, el sol reproduce el 100% de los colores, así que las luminarias no deberían reproducir un índice por debajo del 90% ya que pueden cansar a nuestro cerebro.
Otro factor de salud es la relación de nuestro cuerpo desde la óptica de la física y los campos electromagnéticos. Una reciente normativa técnica de aplicación en los edificios ya hace referencia a la protección ante la inmisión de gas radón, tras comprobar que la concentración de este gas radioactivo en el interior de los edificios provocaba, entre otras patologías, cáncer de pulmón. También existen otras relaciones de nuestro cuerpo biológico con las radiaciones comprendidas en las bajas frecuencias.
Cada vez estamos más expuestos a radiaciones electromagnéticas artificiales que pueden generar una afectación biológica. Es cierto que la comunidad científica está dividida sobre cuáles son sus efectos y está fuera de nuestra competencia cuestionar los umbrales sobre los que puede haber repercusiones biológicas. Lo que sí podemos hacer desde la arquitectura es implementar el principio de precaución y establecer criterios para que el diseño de las instalaciones eléctricas y de telecomunicaciones permitan una buena conexión, reduciendo la exposición. Evidentemente no se trata de renunciar a la tecnología, sino de aplicar pautas de diseño, que generen un menor impacto electromagnético, como implementar tomas de tierra en las instalaciones eléctricas de los edificios, diseñar recorridos de cables alejados de las zonas de alta permanencia, ubicar las zonas de descanso protegidas de posibles focos de contaminación electromagnética, etc.
Existen múltiples estrategias de diseño en la edificación para mejorar la salud de las personas. Desde la tipología y distribución bioclimática y cognitiva, hasta el trazado de sistemas de instalaciones, pasando por la elección de materiales y sistemas constructivos que ayuden, con sus propiedades, a garantizar un óptimo ambiente interior. Todo el proceso arquitectónico integra criterios de salud y, más allá de este proceso, cabe resaltar la importancia del uso y mantenimiento de ese espacio.
Los usuarios tienen un papel muy importante en la determinación de salud de sus espacios de vida. Deben saber cómo ventilar, con qué productos limpiar, cómo optimizar la entrada de radiación solar con sus efectos térmicos y lumínicos, qué pinturas, muebles o elementos de diseño pueden ayudar a mejorar las condiciones del ambiente interior, qué pautas de higiene electromagnética deben llevar a cabo, etc.
Con la finalidad de aproximar estos conocimientos a la sociedad, desde el COAC hemos creado seis vídeos de arquitectura y salud dirigidos a la ciudadanía centrados en diversos temas: los contaminantes del ambiente interior, la ventilación, la iluminación, el bienestar emocional, la higiene electromagnética y las propiedades de los materiales. Creemos firmemente en el potencial que tiene la arquitectura para mejorar la salud de las personas y queremos hacer partícipe a la sociedad de esa capacidad. La arquitectura sigue siendo una profesión con una gran función social, y ahora más que nunca debemos resaltar todos los beneficios que puede aportarnos para favorecer nuestra salud y bienestar.
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