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Ser de izquierdas

Óscar Puente

Alcalde de Valladolid y portavoz de la Ejecutiva del PSOE —

No se han apagado los ecos del intento fallido de formar un gobierno de coalición o alcanzar un acuerdo de gobernabilidad para España entre el PSOE y Unidas Podemos y ya regresan las descalificaciones de siempre hacia los socialistas en torno a nuestra condición de hombres y mujeres de izquierdas. Jamás entenderé esa obsesión por una parte de la izquierda en erigirse en la única y en la verdadera, pues ese diagnóstico excluyente es contradictorio con el deseo, manifestado al mismo tiempo, de querer gobernar con alguien a quien se desprecia y con quien no se comparte los mismos o parecidos objetivos políticos. Por otro lado, si solo es de izquierdas quien milita o simpatiza con Unidas Podemos, habrán de reconocer que la izquierda ocupa un espacio muy minoritario en la sociedad española, hoy apenas el 14 %, y deberían de dejar de hablar ya en nombre de la “gente”, pues a quien realmente representan no es a la gente, sino a la “minoría”.

Desconozco la trayectoria vital y personal de esos que se dicen de izquierdas y que me niegan a mí el carnet de izquierdista todos los días en las redes, incluido el señor Maestre, colaborador de este diario, que me augura un paso por las televisiones equiparable al de Joaquín Leguina. Pero sí sé cuál es la mía. Milito en el PSOE desde 1990. Contaba entonces con 21 años. Antes que yo militaba en él mi madre, y antes que mi madre lo hizo mi abuelo en la época de la República. Esa militancia le costó la cárcel, circunstancia esta en la que tuvo suerte, pues iba en el camión camino del paredón cuando un amigo lo bajó de él y la pena se le sustituyó por la de prisión, prisión en la que estuvo tres años y donde recibía una paliza semanal y manguerazos de agua fría en el patio de la penitenciaría en pleno invierno de Valladolid. Cuando salió de la cárcel, cojo como consecuencia de las torturas, lo expulsaron del ayuntamiento que hoy presido privándole de su condición de funcionario y lo dejaron en la calle con una mano delante y otra detrás. Nadie sabe las penurias que pasó mi familia para salir adelante en aquellos tiempos difíciles y señalada como estaba por la militancia política de mi abuelo.

Hoy, mucho después, yo presido un ayuntamiento que ha remunicipalizado el agua, único de España que lo ha hecho, enfrentándome a un lobby que ha llevado a cabo una campaña de desprestigio político y personal contra mí sin precedentes. Abrimos los comedores escolares a los 15 días de llegar al Gobierno mientras que los dirigidos por la verdadera izquierda solo buscaban excusas para no hacer lo que habían prometido. Los niños en mi ciudad viajan gratis en transporte público hasta los 12 años y a partir del 1 de enero lo harán hasta los 16. Mi ayuntamiento tiene la política de preservación del medio ambiente y salud pública más estricta y ambiciosa de España, una política de vivienda que ha multiplicado por 20 el parque público que nos encontramos al llegar al Gobierno. Invertimos en los colegios públicos en nuestra ciudad, sin competencias en materia educativa, más que la administración autonómica en toda la comunidad. Hemos dado un giro a la percepción que se tenía de Valladolid con una política cultural y de promoción de la ciudad sin parangón en España. El gasto social en el Ayuntamiento de Valladolid se ha incrementado un 40% respecto al que nos encontramos. Y sí, gobierno en coalición con otra formación de izquierdas, pero formada por gente seria, con trayectoria en los movimientos sociales y vecinales y que no descubrió la calle antes de ayer, coalición que ha recibido el refrendo de la “gente” que le ha otorgado mayoría absoluta a su suma y de la que ha desaparecido Podemos, que se quedó sin representación a la primera de cambio tras haber tenido tres concejales en su primer y único mandato.

Pues bien, a pesar de mi pasado, mi militancia y mis decisiones como gobernante, tengo que soportar de militantes, simpatizantes y de algunos políticos de Unidas Podemos que ni yo ni mis compañeros del PSOE somos de izquierdas, que la izquierda son ellos.

Son los mismos que durante años me llamaron casta, término en desuso, pues quienes lo utilizaban han pasado a formar parte de ella con una rapidez asombrosa. Son los mismos que en 2011 me chillaban a la entrada del pleno que no les representaba, pero voy camino del segundo mandato al frente de mi ciudad por decisión democrática de la “gente”, salvo, claro está, que quienes me votan a mí no sean “gente”, mientras que ellos han desaparecido de las instituciones en solo cuatro años. Perdieron sus tres concejales, el diputado nacional, el diputado provincial y los dos parlamentarios autonómicos que tenían. Ahora no tienen a quién representar.

Cuando el señor Iglesias pasó de vestir de Alcampo y vivir en Vallecas a residir en una vivienda con parcela de 2000 metros y piscina, algunos respiramos con alivio. Por fin iba a ser compatible intentar vivir, con tu sueldo ganado decentemente, lo mejor que pudieses y, al mismo tiempo, defender la igualdad y la justicia social. No lo crean. A mí me siguen mandando la foto de Felipe en el yate como prueba de que no somos de izquierdas, olvidando que entre el Felipe de la chaqueta de pana y el del yate mediaron 30 años y que entre el Iglesias de Vallecas y el de Galapagar han pasado solo cuatro. A este ritmo no me lo quiero imaginar a la de edad de González.

Me gustaría que me explicasen los que no me reconocen como hombre de izquierdas, cuál ha sido la aportación de la verdadera izquierda a las conquistas sociales de este país. En qué superan mi compromiso, mi trayectoria, mi dedicación y mis logros o los del partido al que pertenezco, quienes llegaron a los ayuntamientos de España con la denominación de origen “del cambio” y que han tenido un paso tan efímero como autodestructivo. Muchas veces digo que la historia de la izquierda en este país está llena de cainismo y se repite cíclicamente. El ejemplo de lo sucedido en la ciudad de Madrid nos avisa de que hay una izquierda cainita, para regocijo de la derecha, no solo con el PSOE sino consigo misma.

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