De manera recurrente aparecen noticias en los medios sobre Juan Carlos de Borbón, rey de España y jefe de Estado desde 1975 hasta 2014. Lo mejor que le puede pasar a su desacreditada figura es que sean relativas a sus visitas a Sanxenxo para participar en regatas.
Hace unas semanas nos desayunamos con la noticia de que el longevo monarca ha creado una Fundación en Abu Dabi para que sus hijas cobren su millonaria y misteriosa herencia que, en pleno confinamiento por la pandemia de la Covid, su hijo Felipe VI rechazó en una carta dirigida a los españoles para salvar su reciente trono. Casi nadie osó a criticar aquella jugada, hecha cuando los españoles estaban volcados en los muertos de la pandemia; todo lo contrario, no faltaron los palmeros que alabaron el comportamiento “intachable” del nuevo jefe del Estado.
Felipe VI y sus asesores debieron de pensar que los españoles son tontos, y quizás no les falta razón por nuestras tragaderas. Aprovechó la pandemia mundial y que todo el país estaba encerrado en sus casas para no dar ninguna explicación convincente. Pensó que nos iba a engañar, cuando todos sabemos que ese gesto de cara a la galería tenía un efecto meramente simbólico, porque nadie puede renunciar a ninguna herencia en vida. Por otro lado, es curioso que en un régimen político basado en la sangre y la herencia se acepten unas, como el trono, y se renieguen de otras, como la fortuna de dudoso origen del padre.
Desde que su hijo le invitara a marcharse de España en el verano de 2020 para que no entorpeciese más su reinado, y tras sus recurrentes problemas con Hacienda, comisiones estratosféricas e historial de queridas, como decían antes las gentes de bien, no hemos sabido mucho del viejo rey. Recordemos que tras sus cuantiosas regularizaciones fiscales, y debido a su inmunidad legal, no ha sido juzgado como el resto de los mortales, aunque se reconocían los delitos de fraude y ocultación de patrimonio, entre otros. Ha sido investigado, pero no juzgado. Y mucho menos condenado.
Esa es la gran diferencia con todos nosotros, y es a lo que se agarra la derecha mediática para reivindicar su nombre, que el propio interesado ha arrastrado por el fango con sus controvertidas actuaciones. Para estos periodistas cortesanos fue el malvado Pedro Sánchez quien lo echó de su patria, y con las siglas VERDE (acrónimo de 'Viva el rey de España') bordadas en la solapa reclaman su ansiada vuelta porque él no ha hecho nada malo. Curiosamente estos turiferarios no dicen ni una palabra acerca de que fue durante un gobierno del Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, cuando se invitó a Juan Carlos a abdicar, algo que tanto él como la reina consorte siempre habían rechazado.
La verdad es que su vida es propia de un personaje de novela o de serie: niño nacido en el exilio, que a los diez años es separado de su familia para educarse bajo las faldas de un dictador, que no dejaba reinar a su padre. A los dieciocho años mata por accidente a su hermano menor sin mediar investigación. Este príncipe se casa con una griega de sangre real y es elegido sucesor del dictador para disgusto de su progenitor, Juan de Borbón, llegando a reinar en el país del que echaron a su abuelo no por rey sino por ladrón según Ramón María del Valle-Inclán. En realidad, Alfonso XIII, monarca polémico y denigrado por su actuación ante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, se marchó a la Italia fascista abandonado hasta por los suyos, tras las elecciones del 12 de abril de 1931.
Las elites de este país, incluida la prensa, taparon todo, siendo cómplices de hurtar a los ciudadanos el comportamiento poco edificante de su jefe de Estado"
A cambio de limitar los poderes absolutos heredados de Franco, a Juan Carlos se le blindó con la inviolabilidad en la Constitución de 1978. Este hecho explica las muchas tropelías financieras que ha cometido durante su reinado y sus innumerables escarceos amorosos, a pesar de las imágenes oficiales que lo mostraban como un esposo ejemplar. Y las elites de este país, incluida la prensa, taparon todo, siendo cómplices de hurtar a los ciudadanos el comportamiento poco edificante de su jefe de Estado. Desde sus comisiones desorbitadas por ejercer su función como rey y sus negocios con las monarquías sátrapas de Oriente Medio hasta sus escarceos sexuales, que nos ha costado importantes cantidades de dinero público por los gastos en la infraestructura para garantizar sus relaciones clandestinas, así como pagos desorbitados a sus amantes con la connivencia del CNI.
La semana pasada aparecieron en una revista neerlandesa fotos de un o de sus encuentros con la vedette Barbara Rey, famoso affaire que hasta yo de niña conocía por el padre periodista de una amiga, pero mi madre me reiteraba que no dijera nada porque me iban a echar del colegio de monjas.
Obviamente, como todo personaje histórico. Juan Carlos I tiene sus luces y sus sombras, pero ahora sabemos que “el piloto del cambio”, que tuvo un indudable papel en la consolidación de la democracia del país (a falta de que conozcamos los documentos clasificados de aquel episodio), cometió muchos errores que todo el mundo con poder en este país ocultó de manera deliberada,. Empezando por Felipe González, ese jarrón chino que ahora se permite dar lecciones a todo el mundo, incluido al secretario general del su partido, Pedro Sánchez. Cabe recordar que el contexto internacional con la Revolución de los claveles en Portugal y la dictadura de los coroneles en Grecia, aparte de la prioridad por conservar el trono, hicieron también mucho para que Juan Carlos I se decantase por traicionar a Franco, su mentor.
Los libros de historia y biografías de Juan Carlos anteriores a 2012 deben ser revisados. Adolecen de falta de información y carencia de fuentes relevantes y pecan de carácter hagiográfico
Los libros de historia y biografías de Juan Carlos anteriores a 2012 deben ser revisados con rigor. Esas publicaciones adolecen de falta de información, carencia de fuentes relevantes y pecan de carácter hagiográfico. Por ejemplo, todavía nos falta saber mucho sobre la intentona golpista del 23F y su papel, así como sobre las diferentes tramas.
La caída en desgracia de su figura y, nunca mejor dicho, a raíz de su tropiezo en Botsuana en abril de 2012 durante un viaje para cazar elefantes mientras España estaba hundida en la crisis económica, culminó en 2014 en su abdicación tras una operación de Estado, avalada por el PP de Mariano Rajoy el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba. El PSOE, partido histórico con un incuestionable pasado republicano, es el último bastión de la monarquía en 2024. Las derechas y extremas derechas son las más entusiastas del rey en este país, pero sólo sobre estos sectores no se cimenta una monarquía en el siglo XXI–aunque sea parlamentaria, sólo faltaba–.
Las operaciones mediáticas son continuas para blanquear a Felipe VI y a su familia nuclear y a su familia extensa. Da igual el motivo, nunca una crítica. Incluso un programa de supuesto entretenimiento familia como El Hormiguero en Antena 3 ha paseado a la mediática sobrina y nieta, Victoria Federica. Sin estudios universitarios finalizados en un centro privado ni profesión conocida se lució por el plató halagando a su ejemplar familia y para contarnos que le gusta poner petardos en los cigarros y que ha descubierto este verano la fideuá.
La inmensa mayoría de países civilizados eligen al jefe del Estado en procesos democráticos. Y, si tienen casas reales, se les critica con más naturalidad y contundencia. Baste sólo recordar cómo la princesa Kate Middleton, se vio obligada a protagonizar un primer video para comunicar que padecía cáncer tras la lluvia de críticas que arreciaron en el Reino Unido tras su ausencia por enfermedad y la opacidad de información al respecto, dando pábulo a todo tipo de rumores y noticias falsas. No está de más recordar que los Windsor y el resto de las monarquías de la Europa más modernas se aseguraron el trono por su oposición al nazismo. Pero el papel de Alfonso XIII y su entonces príncipe de Asturias, Juan de Borbón, bisabuelo y abuelo del Felipe VI, no jugaron el mismo papel, por mucho que los cortesanos se empeñen. Cada noche oían con satisfacción el parte de guerra del cuartel general de Franco durante la guerra civil, que contribuyeron a propiciar y financiar.
Los monárquicos desestabilizaron y conspiraron contra la democracia republicana desde el primer minuto. Financiaron a Falange Española y fueron decisivos en la compra de material bélico para el golpe de Estado del 18 de julio mediante los contratos romanos del 1 de julio 1936. Pedro Sáinz Rodríguez, futuro ministro de Educación Nacional de Franco, catedrático de Bibliología de la Universidad Central y miembro destacado del partido alfonsino Renovación Española, estampó su firma en estos documentos, donde una empresa interpuesta vendía armamento del régimen fascista de Benito Mussolini por valor del más de 300 millones de euros al cambio actual, según analizó y publicó el profesor Ángel Viñas en 'Los mitos del 18 de julio' (Francisco Sánchez Pérez, coord., Crítica, 2013 y 2019). Por tanto, las gestiones y la fortuna de esos Borbones contribuyeron de manera decisiva a la llegada de bombas y demás pertrechos italianos a España para utilizarse contra el pueblo que tanto decía amar en la carta que dirigió Alfonso XIII a los españoles antes de partir a Cartagena para iniciar su exilio dorado en 1931. Incluso Juan de Borbón se presentó dos veces voluntario ante las autoridades franquistas, que no le dejaron participar en la contienda apelando a sus responsabilidades. Obviamente, el objetivo era recuperar el trono a cualquier precio y se suponía que la guerra era una garantía, pero Franco no fue tan compresivo con sus planes y no dejó reinar al anciano Alfonso XIII poco antes de morir ni, por supuesto, a su hijo. Pero esa es otra historia.
Juan de Borbón, sin trono ni patria, tuvo que redecorar su vida, adoptando el traje de férreo opositor al dictador, aunque aceptó entregarle a su hijo varón a los 10 años para que se educase con él
A partir de entonces, sobre todo desde 1945, Juan de Borbón, sin trono ni patria, tuvo que redecorar su vida, adoptando el traje de férreo opositor al dictador, aunque aceptó entregarle a su hijo varón a los 10 años para que se educase con él. Desde Estoril, el nuevo domicilio de los Borbones, en el país vecino dominado por la dictadura de Salazar, emprendió una política errática para ejercer sus derechos dinásticos en España. Aparte de los designios de Franco, su personalidad poliédrica tampoco ayudó, como retrató mi añorado y querido Julio Aróstegui, uno de los mejores historiadores contemporaneístas de este país de los últimos 50 años, en su excelente biografía 'Juan de Borbón' (Arlanza, 2002), que, extrañamente, ha pasado demasiado desapercibida, quizás porque no gustó demasiado a los poderes fácticos del país.
Por último, hemos conocido que el rey está preparando una autobiografía con el título 'Reconciliación', dictada a una periodista francesa amiga, que ya escribió una hagiografía de él. La justificación es que le están “robando” su historia, cuando en realidad nos debería dar muchas explicaciones sobre sus robos y hurtos al pueblo español en forma de dinero, de información sobre el 23F y del plebiscito sobre la forma de Estado, que nos burló, según reconoció el propio Adolfo Suárez en una grabación a Victoria Prego en privado.
Estoy segura de que los mismos sectores que han afirmado que la actuación de Juan Carlos “el campechano” no fue adecuada, pero que respondía a un comportamiento personal y gritaban viva Felipe VI, cuando llegue el turno de Leonor comentarán lo mismo si se ha descubierto algún delito del padre. Todo lo que sea para mantener el trono. Lamentablemente para la historia de este país, se han soportado demasiados comportamientos personales poco ejemplares desde Felipe V, el primer borbón reinante de la dinastía.