Creíamos que habíamos visto ya de todo en el uso ilimitado de la violencia por parte del gobierno de Israel contra sus enemigos: asesinatos en masa en la franja de Gaza –más de 40.000 muertos hasta ahora, casi un 80% niños y mujeres–, negación de alimentos y medicinas a la población civil, destrucción de infraestructuras –incluyendo hospitales y escuelas–, colonos matando impunemente a palestinos en Cisjordania para arrebatarles sus tierras, asesinatos “selectivos” de líderes palestinos o chiíes –sin necesidad de demostrar su grado de culpabilidad y sin considerar las víctimas “colaterales”–, bombardeos a la carta sobre aeropuertos o instalaciones más o menos militares en Líbano, Irak, Siria.
Pero lo sucedido el pasado martes en Líbano, la explosión simultánea de cerca de 3.000 dispositivos buscapersonas o “buscas” – supuestamente todos en manos de militantes de la milicia chií Hizbulá–, supera cualquier previsión o imaginación, para acercarse a las fantasías distópicas de la ciencia- ficción. El resultado: alrededor de 2.800 heridos, y 12 muertos por ahora –entre ellos una niña de nueve años– que podrían ser muchos más porque hay 160 en estado crítico. El miércoles se repitió el ataque, en este caso en walkie-talkies, también supuestamente de miembros de la milicia chií, aunque en menor número, con un balance provisional de nueve muertos y más de 300 heridos. Naturalmente, entre los afectados por ambos ataques habrá milicianos de Hizbulá, pero también otras personas que estaban cerca de ellos –familiares o no– en el momento de las explosiones. A los servicios de inteligencia y militares israelíes esto nunca les preocupa.
Los buscas fueron muy usados en los años 90 del siglo pasado para enviar señales sonoras o pequeños mensajes de texto, que avisaban al usuario de que se tenía que ponerse en contacto con el que se lo enviaba. Como no tienen acceso a internet, se siguen fabricando en pequeña cantidad para aquellos casos en los que no hay acceso a la red, o no se desea pasar por ella. Precisamente los dirigentes de Hizbulá adquirieron la partida asesina en primavera para sustituir a los teléfonos inteligentes, fácilmente rastreables, que estaban permitiendo a las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) localizar sus unidades y batirlas con precisión. Al mismo tiempo compraron también los walkie-talkies, que permiten comunicación verbal entre dos o más usuarios sin pasar por redes telefónicas ni estar conectados a internet
El sistema empleado ha sido probablemente la colocación de una pequeña carga explosiva muy potente en el interior de los aparatos –entre 30 y 40 gramos– y la manipulación de su software para que un determinado mensaje, o una señal electrónica, pusiera en marcha un calentamiento de la batería que hiciera desencadenarse la explosión, o directamente la provocara. Aunque no están conectados a internet, estos dispositivos utilizan radiofrecuencia, y esa ha sido su vulnerabilidad. El Mossad, junto con los servicios de inteligencia de las FDI, han preparado y ejecutado estos ataques masivos, que han hecho más letal el retroceso tecnológico adoptado por la milicia chií que los teléfonos móviles a los que sustituía, invalidando así esta alternativa.
Las informaciones recogidas hasta ahora indican que los buscas serían del modelo AR-924 fabricado por la empresa taiwanesa Gold Apollo, cuya dirección ha emitido un comunicado diciendo que no tiene ni ha tenido ningún intercambio comercial con Líbano y que habían sido fabricados, bajo licencia, por la empresa BAC Consulting KFT, con sede en Budapest, aunque el gobierno húngaro se ha apresurado a desmentir que fueran fabricados en Hungría. En cuanto a los walkie-talkies, al parecer llevaban una etiqueta de la empresa de telecomunicaciones japonesa ICOM, pero aún se desconoce si fueron fabricados allí. El acceso del Mossad al proceso de fabricación de estos dispositivos o a la cadena de suministro para poder manipularlos, ha tenido que contar necesariamente con la colaboración o la connivencia del fabricante o del distribuidor, y con el auxilio de otros servicios de inteligencia occidentales, que serían así cómplices necesarios de este ataque indiscriminado.
Pero sobre todo pone de manifiesto la capacidad de los servicios de inteligencia israelíes para infiltrarse en las organizaciones y milicias hostiles, en este caso en Hizbulá. A un nivel medio-alto, además, porque aquí han tenido que saber cuándo y dónde la milicia chií iba a comprar los aparatos, o incluso puede que sus agentes hayan recomendado a los responsables de la adquisición empresas de fabricación o distribución a las que el Mossad podía tener acceso.
De esta forma, el gobierno de Israel, no solo actúa contra sus enemigos con extremada e indiscriminada violencia –como hace siempre– sino que pone de manifiesto su vulnerabilidad, les demuestra hasta qué punto están en sus manos, asestando así un golpe muy duro a la moral colectiva de la organización, que puede tener efectos demoledores en su cohesión interna, supuestamente sólida –anclada en la religión y en las relaciones personales–, lo que a su vez influirá en la motivación de su militancia y en las posibles nuevas adhesiones. Este impacto psicológico es probablemente más importante que los muertos y heridos, y puede ser el que principalmente se haya buscado con esta acción.
La explosión de los dispositivos electrónicos se produce tras numerosos enfrentamientos fronterizos entre ambas partes, incrementados desde el inicio de la matanza en Gaza, con el lanzamiento de cohetes por Hizbulá sobre el norte de Israel y las represalias israelíes con artillería, bombardeos aéreos o incursiones terrestres limitadas. Y pocos días después de que el gobierno israelí declarara como nuevo objetivo de guerra el regreso de los 60.000 residentes en territorio próximo a la frontera con Líbano, desplazados por la inseguridad de la zona.
El gobierno israelí ha amenazado reiteradamente con lanzar una guerra total en Líbano –como en 1982– que en este caso podría, según el ministro de defensa Yoav Gallant, llevar el país, que un día fue llamado la Suiza de Oriente Medio, “de vuelta a la Edad de Piedra”. Hasta ahora, Washington ha conseguido usar su influencia para detener este ataque que podría provocar una guerra regional a gran escala –desde Siria hasta Yemen– y en la que podría verse involucrado Irán, la mayor potencia que aún queda en la región hostil a Israel. Sin olvidar que en la frontera hay una fuerza de paz de Naciones Unidas, UNIFIL, con la misión de interposición entre ambos contendientes, comandada por un General español, de la que forman parte más de 10.000 militares de 50 países, entre ellos 16 de la Unión Europea, que inevitablemente se vería afectada en caso de un ataque israelí masivo a Líbano.
Aunque este ataque no se produzca por ahora, la previsible respuesta de Hizbulá y la subsecuente represalia israelí mantendrán la tensión militar en la zona, sin descartar que Irán podría responder también –o al menos facilitar e impulsar a la milicia chií libanesa a que lo haga– ya que su embajador en Beirut fue también herido en las explosiones. Es difícil que la situación en esa frontera cambie, y a medio plazo, el gobierno de Israel podría decidirse a emprender una acción más amplia sobre Líbano, especialmente si Donald Trump vuelve a acceder a la presidencia de EEUU, después de las elecciones de noviembre, desafiando las posibles consecuencias a las que antes nos referíamos.
Israel demuestra con este ataque que puede golpear a sus enemigos donde y como quiera, incluso con métodos insospechados hasta ahora. Sigue así la que ha sido su política de defensa desde que se proclamó independiente: la disuasión mediante la represalia. Si alguien le hace daño debe saber que recibirá un daño 20 o 40 veces superior. Pero más allá de su falta de la mínima ética o humanidad, permitiendo la masacre de niños y civiles inocentes, los dirigentes israelíes deberían asumir ya que ese sistema no funciona. Del mismo modo que los reiterados ataques a la franja de Gaza desde 2007 no impidieron los atentados del 7 de octubre, tampoco las invasiones de Líbano de 1978, 1982 y 2006, han impedido a Hizbulá seguir atacando el norte de Israel. Al contrario, ambas organizaciones han ido creciendo en efectivos y capacidad militar. Las represalias israelíes alimentan una espiral loca de violencia que no conduce a la paz sino a más muerte y más dolor por ambas partes.
Esa política de destrucción sin límites, dirigida por el gobierno israelí más ultraderechista de la historia ante la pasividad del mundo, no va a tener éxito. Basta mirar a la historia. Cayó el estalinismo, a pesar del gulag y las purgas. Cayó el régimen de los jemeres rojos en Camboya, a pesar de los asesinatos en masa. Cayó el apartheid sudafricano, a pesar de la terrible represión que había desatado. Y caerá el régimen genocida y racista israelí, que tanto daño está haciendo, no solo a sus enemigos, sino a sus propios ciudadanos y a sus defensores. La violencia nunca es la solución y los va a llevar, antes o después, al desastre como pueblo y como estado, si no son capaces de promover una transición pacífica hacia un escenario de entendimiento y cooperación con el mundo árabe –también con el chií– que incluya el respeto a los derechos y voluntad de los palestinos.
Pero mientras esto sucede –o no–, nadie va a devolver la vida a esos muertos, a los que mueren cada día en Gaza, en Cisjordania, a los que murieron el martes en Líbano, a esa niña que probablemente acompañaba a su padre en su casa o en una actividad familiar. Tampoco a los judíos que murieron el 7 de octubre, o antes o después, por culpa del enfrentamiento. El mundo occidental, tan civilizado y democrático no hace nada por impedir esta carnicería, nadie quiere pararle los pies a este gobierno israelí criminal, incluso algunos países europeos le apoyan sin condiciones por una mal entendida culpabilidad histórica, que les está llevando a facilitar y absolver un crimen similar al que ellos abominan.
Muchos estados occidentales, sobre todo ciertos sectores políticos, parecen muy preocupados por lo que ocurre en Venezuela, donde habría 2.000 presos políticos, y estaría en peligro la sagrada democracia, mientras asisten impávidos al asesinato de decenas de miles de niños, mujeres, ciudadanos corrientes, masacrados sin piedad por Israel, no para prevenir otros ataques terroristas –que se repetirán probablemente con más furia como consecuencia de la represión israelí– sino por venganza, racismo, deseo de que todos los árabes desaparezcan, mueran o se vayan de un territorio que consideran propio y exclusivo.
Se ayuda con decenas de miles de millones, armamento, tecnología, apoyo mediático y político a Ucrania, donde la agresión rusa ha causado menos muertos civiles en tres años, que Israel en Gaza en uno, y se sanciona duramente al invasor ruso. Pero Israel puede invadir Gaza o el Líbano cuando quiera, destruir lo que quiera, matar a quien quiera. Impunidad absoluta, al menos hasta que su gran valedor, su padrino, EEUU decida otra cosa. Nunca hay que perder la esperanza, pero a veces este mundo da mucho asco, la verdad.