Un día de finales del verano de 2019, empaqué mi vida en un viejo Nissan Altima y conduje por todo el país desde San Francisco hasta Waterloo, Iowa, para trabajar por la elección de la entonces senadora Kamala Harris como presidenta. Después de cuatro años de una presidencia de Trump que despojó de derechos a los más marginados de este país, me impulsó su visión de que “la justicia está en la boleta electoral” y que cada individuo debería tener garantizados sus derechos fundamentales y tener la oportunidad de prosperar.
Con el tiempo me uniría a la administración Biden como designada política en el Departamento del Interior de Estados Unidos, deseosa de aplicar los valores que tanto me inspiraron de la campaña de Harris. Esos mismos valores me llevaron a convertirme en mayo en la primera política judía nombrada en renunciar a la administración Biden en protesta por el apoyo incondicional del presidente al ataque de Israel a Gaza. Ahora, Harris está preparada para ser la candidata demócrata que se enfrentará a Donald Trump en noviembre.
Dimití debido a la desastrosa política de Joe Biden en Gaza, proporcionando apoyo financiero y diplomático al ejército israelí para masacrar, castigar con el hambre y expulsar por la fuerza a innumerables palestinos en Gaza.
Como miembro del personal de la administración, escuché informes de que Harris y su personal presionaron al presidente de los Estados Unidos para que adoptara una política sobre Gaza que fuera más humana y alineada con el derecho internacional, pero que sus peticiones fueron rechazadas. Vi a la Harris por la que viajé a Iowa para su discurso en Selma convertida en el primer alto funcionario de la Administración pidiendo un alto el fuego, aun cuando me decepcionó que fuera sólo por seis semanas. Se dijo entonces que eso fue un esfuerzo del equipo de Biden para suavizar su discurso. Es vergonzoso que Biden se negara a escuchar a Harris o a la mayoría de los estadounidenses. Ahora que Biden se hace a un lado, Harris tiene la oportunidad de trazar su propio camino en Israel y Palestina.
Durante meses, la mayoría de los demócratas estadounidenses, incluidos los judíos, han apoyado un alto el fuego duradero y un acuerdo de rehenes entre Israel y Hamás. Harris debe dejar claro que apoya el uso de la influencia del Gobierno estadounidense para poner fin al derramamiento de sangre y reunir a las familias. Una forma clara de hacerlo es apoyando un embargo de armas ofensivas para el ejército israelí, una política planteada por Biden antes de que finalmente reculara y diera luz verde a la devastadora invasión terrestre de Rafah por parte de Israel.
Una vez que termine el brutal ataque de Israel contra Gaza, una presidenta Harris podría comenzar una nueva era en que Estados Unidos utilizara el sentido común diplomático y la presión financiera para lograr una solución política a largo plazo que ponga fin al sistema de apartheid de Israel sobre los palestinos y garantice la equidad, la justicia y la seguridad para palestinos e israelíes por igual.
Al diferenciarse de la política fallida de Biden, Harris tiene la oportunidad de reconstruir una coalición para derrotar a Trump que incluiría a progresistas, jóvenes y árabes americanos, entre otros.
Más de 700.000 demócratas votaron sin compromiso (especie de voto en blanco) en las primarias en protesta por el apoyo de Biden a la guerra de Israel contra Gaza. Son una parte crucial de la coalición necesaria para que los demócratas ganen en estados indecisos como Michigan, Georgia y Minnesota. Las políticas que estos votantes exigen son ampliamente populares entre los demócratas y los estadounidenses en general. Incluso la mayoría de mi propia comunidad, los judíos americanos, apoya condicionar los envíos de armas a Israel.
Harris debe iniciar una nueva era en la política estadounidense hacia Israel, no sólo porque sea lo correcto, sino porque es a la vez lo popular y lo políticamente inteligente. ¿Qué mejor manera de llamar la atención sobre el autoritarismo de Trump que Harris rechace rotundamente todo autoritarismo en el extranjero?
Harris no ha cumplido en ocasiones sus promesas de hacer justicia. Como fiscal, puso tras las rejas a consumidores de drogas no violentos y procesó a padres por la ausencia de sus hijos a la escuela. También ha mantenido estrechos vínculos con el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (Aipac), el lobby de derecha financiado principalmente por donantes republicanos que ha respaldado a quienes niegan las elecciones y a extremistas antiaborto. Si Harris habla en serio acerca de “poner la justicia en la boleta electoral”, debe comprometerse a poner fin al encarcelamiento masivo y al procesamiento excesivo en este país y rechazar la agenda derechista de Aipac como presidente. Si hace ambas cosas, tiene la oportunidad de conseguir un número récord de votos que le permita derrotar a Trump en noviembre.
El 20 de enero tengo la esperanza de que tome posesión la primera mujer presidenta, una que tuvo éxito porque dejó de jugar con el centro supuestamente móvil y, en cambio, abrazó a toda la coalición del Partido Demócrata, incluidos progresistas, votantes jóvenes y árabe-estadounidenses. Para ganar esta lucha, Harris debe adoptar una postura clara contra el apoyo incondicional al ejército israelí. Debe esforzarse por servir al pueblo estadounidense y escuchar a la mayoría de los estadounidenses que piden el fin del status quo de violencia y allanar el camino hacia una igualdad, justicia y libertad genuinas para palestinos e israelíes.