Pedro Sánchez ha decidido continuar gobernando en España y mucha gente ha respirado aliviada después de cinco días de incertidumbre. Durante este lapso, han proliferado los análisis elucubrando qué haría el presidente ante este pulso que le ha planteado la derecha y la ultraderecha –perdón por el pleonasmo–política y mediática. Pero también ha regresado con fuerza al debate mediático un término que ya conocemos bastante bien en España, el lawfare o guerra judicial. Una práctica que lleva unos años aplicándose a diferentes fuerzas políticas en nuestro Estado, con especial saña en el independentismo catalán y en el partido Podemos, pero que ha tenido en América Latina su laboratorio privilegiado.
Quizás por ello, varios presidentes latinoamericanos que conocen bien lo que es el lawfare, como Lula da Silva, o que atisban lo que puede suponer, como Gustavo Petro, han denunciado sin ambages lo padecido por el presidente español y se han solidarizado con él. También el Grupo de Puebla, conformado por varios expresidentes progresistas latinoamericanos, emitió un temprano comunicado de respaldo a Sánchez. Como en otros momentos históricos, desde América Latina se ha demostrado una claridad meridiana con lo que estaba sucediendo al otro lado del océano, una reciprocidad de la que no puede presumir el presidente español ni muchos de los líderes políticos de este país.
Hay en España una izquierda y un progresismo que sigue sin entender la naturaleza de los conflictos políticos recientes en los países gobernados por la izquierda en América Latina. Ignoran qué intereses representan los distintos actores políticos y cómo los poderes económicos operan en estas sociedades para impedir cualquier mínima transformación social que suponga un mejor reparto de la riqueza. Los poderosos intereses de las empresas españolas en América Latina, amenazados, según algunos documentos publicados en la web del Ministerio de Asuntos Exteriores español, por una ola de “populismos, nacionalismos y soberanismos”, unida a una absurda fidelidad en clave nacional, han provocado que la izquierda española gobernante se haya colocado demasiadas veces en el lado incorrecto de la historia, produciendo, en los últimos años, declaraciones vergonzantes y silencios conniventes. En aras de combatir lo que la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el Caribe tildaba de “revisionismos que cuestionan el papel de España en la región” se ha optado muchas veces por apoyar a las derechas y ultraderechas latinoamericanas opositoras, en detrimento de los gobiernos que defienden la explotación soberana de sus recursos.
Lo que es bueno para el Ibex-35, es bueno para España, nos dicen. Detrás planea la idea de concebir a la izquierda gobernante en América Latina como un escollo para los intereses nacionales españoles (no confundir con los intereses de los nacionales españoles, que es algo muy distinto, aunque se pretenda equiparar). Quizás ello explique, en buena medida, la insuficiente atención prestada en España ante la ofensiva en forma de lawfare contra distintos mandatarios latinoamericanos de los últimos años. La falta de contundencia de Pedro Sánchez y del Gobierno de España, representado por su Ministerio de Asuntos Exteriores, a la hora de denunciar el embate que han padecido, y que siguen padeciendo, las democracias de América Latina cuando están lideradas por presidentes de izquierda y progresistas a los que se busca desestabilizar de una manera muy parecida –e incluso peor– a la que ha experimentado estos días el presidente español, no es un hecho que veamos sólo en el Gobierno de España o en el PSOE. Ciertos medios del progresismo patrio también contribuyen a respaldar indirectamente a las fuerzas de la derecha latinoamericana transmitiendo con frecuencia en los artículos de sus corresponsales en América Latina, o a través de las plumas que ocupan sus tribunas de opinión, la visión de unas clases dominantes poco democráticas y altamente reaccionarias, que son aliadas naturales en España de fuerzas políticas teóricamente antagónicas a la línea editorial de dichos medios.
Por eso, resulta paradójico escuchar a Pedro Sánchez denunciar a la ultraderecha patria, a sus prácticas de perversión de la democracia, sus campañas de intoxicación mediática, sus pulsiones golpistas y su deslegitimación de la izquierda en el Gobierno mientras desde las instituciones españolas y los medios públicos y privados se avala, por activa o por pasiva, lo que estas mismas fuerzas han hecho en otras latitudes, con iguales prácticas y propósitos, contra fuerzas de la izquierda que, insistimos, son en teoría sus referentes internacionales por afinidad ideológica.
Para abordar un problema que, como ha expresado Pedro Sánchez en su entrevista en TVE, no es exclusivo de la democracia española y que atañe a las democracias del mundo, se deberían buscar respuestas colectivas. En ese sentido, quizás haríamos bien en mirar más y mejor a América Latina, no sólo para estar alertas a las prácticas de los poderes fácticos antidemocráticos que irrespetan la voluntad soberana de los pueblos atacando a los liderazgos que han elegido, para poner así fin a proyectos de transformación reformista que en esas latitudes toman visos revolucionarios, sino para aprender asimismo de la intrepidez política que caracteriza a buena parte de la izquierda latinoamericana.
Más allá del lawfare, los golpes de Estado, la inestabilidad política o la existencia de una ultraderecha dispuesta a todo, en América Latina también hay mandatarios valientes que se han atrevido a tocar las teclas de un poder económico que no está dispuesto a ceder ni un ápice por las buenas. Presidentes y presidentas que representan la esperanza de millones de personas, a los que se les ataca tanto por su capacidad de movilización de esa voluntad popular como por desafiar discursivamente a un poder político internacional que quiere seguir sojuzgando al Sur Global. Aprender de América Latina es entender que esa zona del mundo representa hoy, como ayer, la vanguardia de la lucha política y social por la emancipación de los pueblos, la búsqueda de un camino alternativo entre quienes no se conforman con asumir el destino que otros han decidido para ellos. Nunca es tarde para hacer un punto y aparte en la historia y reconocer que se puede –y se debe– aprender mucho de América Latina.