¿Qué le pasa a la derecha española?

Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas —
15 de septiembre de 2021 21:58 h

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Hace unos días, en un programa de televisión, un avezado periodista me preguntó por qué creía yo que no había manera de llegar a acuerdos con el PP, a diferencia de lo que sucedió con la UCD durante la Transición. Hace 15 años escribí un artículo, con este mismo título, explicando por qué la derecha -el PP- estaba tan crispada, tan radical y tampoco entonces había manera de acordar nada, incluso en temas de Estado.

Era la época del “España se rompe”, el presidente -entonces Zapatero- “vendido a ETA”, las elecciones del 14 de marzo de 2004 “las ha ganado con malas artes”, etc. Llegaba a la conclusión de que una versión de la derecha española nunca se había llevado bien, históricamente hablando, con la democracia. No le habían hecho ascos a la dictadura de Primo de Rivera y, casi sin excepción, habían apoyado el golpe militar de 1936. Además, durante muchos años, de manera activa o pasiva, habían colaborado con la dictadura de Franco.

Bien es cierto que a partir de los años 60 se empezaron a manifestar sectores minoritarios de tendencia centrista: monárquicos liberales, demócrata cristianos, social liberales o nacionalistas de derecha que empezaron a soltar amarras del Régimen y, a su manera, a adoptar actitudes de oposición a la dictadura. Expresión concreta de esta actividad fue la reunión, en la ciudad alemana de Munich de junio de 1962, en plenas huelgas mineras de Asturias. En aquel encuentro de la oposición democrática del interior y del exilio -con exclusión del PCE-, participaron personalidades que más tarde jugarían un papel relevante en la transición a la democracia. La dictadura y sus corifeos lo tildaron de “contubernio”, y sus figuras más representativas fueron desterradas a la isla de Fuerteventura. Más tarde, varios de ellos contribuirían a formar lo que sería la Unión del Centro Democrático, con Suárez a la cabeza. Una UCD que representaba la alianza entre los sectores reformistas del régimen dictatorial y personas de convicciones democráticas con vínculos en los sectores más poderosos y dinámicos del capitalismo español e internacional.

Ahora bien, significativamente, los sectores más afines a la dictadura, con Fraga Iribarne a la cabeza, no se integraron en la UCD y fundaron Alianza Popular, con Silva Muñoz, Licinio de la Fuente, López Rodó, Fernández de la Mora, etc; los llamados “siete magníficos”, todos ellos ministros de Franco. Algunos de ellos votarían en contra de la Constitución, otros se abstendrían y Fraga la apoyaría, aunque no así su título VIII, el que se refiere al sistema territorial. En consecuencia, la UCD representaba el centro, partidario de una política de pactos y consensos con la izquierda y los nacionalistas, que no gustaba nada a los sectores más duros y atrasados de la burguesía española, directa heredera del franquismo. La prueba de ello es que, como resultado de las primeras elecciones democráticas, la suma de UCD y AP gozaba de mayoría y, sin embargo, el gobierno Suárez no pactó lo esencial de la Constitución con AP, sino con la izquierda que representaba el PSOE y, en menor medida, el PCE y los nacionalistas. A partir de ahí, los ataques contra la UCD desde sectores económicos, mediáticos y ultras, con apoyo de alguna izquierda oportunista, fueron furibundos. Había que acabar con Suárez y la UCD como fuese, y acabaron con él y con ella. Una historia que está por contar pero que refleja que sus posiciones, en política nacional e internacional, no se compadecían ya con los deseos y aspiraciones de los sectores dominantes del capitalismo español.

Los posteriores intentos de Suárez y otros por revivir una política de centro en el CDS (Centro Democrático Social) fracasaron, pues ya nadie en el campo económico o mediático tuvo interés en apoyarlo. La derecha, después del aplastante triunfo del PSOE en las elecciones de 1982, tuvo que transitar por su larga travesía del desierto, pero ya no a lomos de UCD o CDS, sino de la Alianza Popular de Fraga. Sin embargo, este último tenía un techo por exceso de ligaduras con la dictadura y había que dar paso a personas más jóvenes, aunque no menos conservadoras, y cambiar de marca a partir de 1989. Con el liderazgo de Aznar -que tampoco había votado la Constitución de 1978- y su interminable “viaje al centro”, el ya denominado Partido Popular consiguió aglutinar lo sustancial del voto de centro, huérfano de representación, y mantener en su seno la totalidad del voto más ultra del llamado “franquismo sociológico”.

Muchos se preguntaban cómo era posible que, en un país como España, con su tradición ultramontana, no había un partido de extrema derecha como en Francia, Italia o Alemania. Lo cierto es que sí lo había, pero incrustado en el seno del PP y mientras este se mantuviese en el poder o sus aledaños el imán del pesebre del poder haría su labor. Era evidente, en cualquier caso, que ese PP no era el heredero de las virtudes de la transición, de la centrista UCD con sus tendencias al pacto y al consenso, sino que representaba una derecha mucho más dura, cuya base social entronca con los sectores más atrasados, económica e ideológicamente, de nuestras burguesías.

Es interesante observar cómo a partir de los gobiernos del PP, primero Aznar, después Rajoy, se inicia un proceso paulatino de desindustrialización del país, un abandono de pretensiones en el campo del I+D+i y un crecimiento vertiginoso de sectores de baja productividad, pero de rentabilidad rápida, en ocasiones especulativa, como el inmobiliario, el ocio, la banca etc. La apuesta estratégica del gobierno Aznar por el sector de la construcción -todo terreno es edificable- está en el origen del boom inmobiliario, el flujo financiero hacia ese sector y la desinversión en sectores de innovación industriales. Esta deriva del capitalismo español dice mucho de la evolución y posición actual del PP. Por ejemplo, es interesante constatar que en dos de las comunidades de España más importantes en desarrollo industrial -Cataluña y Euskadi-, el PP no tiene casi representación. Es obvio que en este hecho ha influido el factor nacionalista, pero eso no lo explica todo, pues Ciudadanos -partido de centro- llegó a ser el primer partido de Cataluña, posición que el PP nunca alcanzó, ni tampoco fue capaz de recoger el voto perdido a raudales por la formación naranja en las últimas autonómicas catalanas.

Así, a partir del momento en que VOX se desgaja del PP con fuerza, que en Cataluña se acredita su irrelevancia y los partidos de la burguesía catalana se echan al monte, el PP tenía dos opciones: o girar al centro con el fin de recuperar el voto de Ciudadanos e intentar llegar a una solución en el tema catalán, o girar todavía más a la derecha, competir con VOX y reagrupar al conjunto de las derechas. Escoge esta segunda opción no porque sea, desde la óptica política democrática, la más lógica y beneficiosa para España, sino porque en su opinión es la que responde mejor a la evolución del capitalismo español, como parece haber demostrado, de momento, el resultado de la señora Ayuso en Madrid.

Porque, aparte de los gruesos errores cometidos por una parte de la izquierda, no se debería olvidar la composición del tejido productivo y del empleo en la capital de España, con una industria que representa menos del 9% de la riqueza, una construcción alrededor del 7% y unos servicios que son el 84%. Y un empleo en el que, entre el comercio, la hostelería y el transporte suman 1.071.704 empleados, de los 2.840.000 que ocupan los servicios. A partir de este escueto mapa sociológico, se comprende mejor por qué el mensaje simplista del PP madrileño tuvo tanto éxito en las condiciones de la pandemia.

Por desgracia, la parte mayoritaria de la izquierda no entendió la nueva situación. No era cierto que no existiera contradicción entre salvar vidas o mantener los negocios/empleos, por lo menos a corto plazo. Y el PP capitalino escogió lo segundo, sobre todo porque los que se morían eran los viejos, que ni trabajan ni mantienen los negocios, salvo excepciones. Ante la brutalidad de la opción había que vestirla de alguna manera, y se escogió la más falsa, populista y demagógica, pero efectiva: la “libertad”, como otras veces se elige a la “patria”. “Libertad frente a socialismo…. luego comunismo”. Es decir, el concepto de libertad reducido a su versión más pedestre y elemental: poder tomar cañas e ir de copas, la “cultura del botellón”, moverse y consumir, como si todo eso no se pudiese hacer igual en una dictadura.  Cuidado con el sentido de la libertad/ liberalismo que se está abriendo paso en España y en otros lares. Una auténtica regresión al viejo adagio de “dejar hacer, dejar pasar, el mundo camina por sí mismo”, origen de todos los desastres de las últimas décadas. El “no me diga lo que tengo que hacer”, ¿tampoco que es malo fumar o drogarse o no vacunarse? O bajar los impuestos como todo programa político, pues “el dinero está mejor en el bolsillo de la gente”, aunque ello suponga que la mayoría de la gente no tenga un duro en el bolsillo para disfrutar de una sanidad, educación o pensión decentes, salvo que se las proporcione el Estado vía impuestos.

Un liberalismo tóxico que consiste en poder explotar al máximo al productor, hacer dinero en rama, aumentar la desigualdad hasta la infamia y, por lógica, constreñir el poder de los sindicatos, que ponen trabas a la “libertad de empresa”. El Madrid pepero/ayusista, que se presenta como ejemplo de futuro -un “trumpismo” a lo castizo-  es la comunidad autónoma que más muertos ha tenido por el Covid-19; donde las desigualdades son más acusadas; en la que menos se invierte en sanidad y educación por habitante; donde más han aumentado los precios de los alquileres; en la que los puestos de trabajo son más precarios y se ha arrasado con las industrias.  ¿Cómo es que en Madrid la derecha tiene tanto éxito y durante tanto tiempo? No es la primera vez que esto sucede en la historia.

Porque cuando se deja que la ignorancia y la desinformación imperen; no se explican bien las cosas; la izquierda se divide o se distrae en temas “colaterales” que le importan una higa al personal sufridor, o se olvida de lo que le interesa de verdad a su base social, se impone el “vivan las caenas” en versión posmoderna. ¿Acaso no conviene pensar por qué en los barrios más pobres de la capital se vota menos que en los más pudientes? Por eso es tan decisivo, si no queremos que se repita lo de Madrid en toda España, que nos centremos en lo esencial, sin distracciones ni jeremiadas. Esto es acabar con la pandemia con eficacia, vacunando sin vacilar todo lo que se mueva, y utilizando los fondos europeos con suma diligencia y probidad, para darle la vuelta a nuestra economía, haciéndola industrial, productiva, innovadora, científica, digital y medio ambiental. Es la única manera de superar de una vez la cutrez de una parte sustancial de nuestro capitalismo, base y sustento de lo peor de nuestra derecha patria. Porque si alguien cree que con el capitalismo que impera en demasiados lugares vamos a tener una derecha moderna a la europea, está equivocado.