El ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, ha encargado la elaboración del Libro Blanco de la Función Docente a José Antonio Marina. Nos encontramos nuevamente ante un proceso de construcción de lo público, de lo común, que asume desde el inicio un rasgo individualizado y personalizado; hasta tal punto que ya se habla más del 'Libro Blanco de Marina' que del Libro Blanco de la Función Docente.
No es nuevo en la historia de la educación, ni en la historia de la educación de España. Sin irnos muy lejos, es lo que ha sucedido con el proceso de elaboración de la LOMCE, personalizado en la figura del exministro Wert; con un producto final escasamente consensuado, cuando no claramente rechazado. En este caso, el nuevo ministro ha tenido más cintura política, si cabe, delegando el proceso en un 'experto', una conocida estrategia de la legitimación de los procesos. La presencia del 'experto' intenta ofrecer una idea de 'neutralidad', asumiendo como verdades de la ciencia o la academia lo que en realidad son 'alternativas posibles' dentro de la construcción de la realidad social y, en este caso, de la construcción de la realidad educativa y de la profesión docente.
La estrategia se completa con el protagonismo mediático del experto encargado de elaborar el Libro Blanco de la Función Docente. No se trata de un debate público. En realidad, como parte de la estrategia del Ministerio, se trata de definir mediáticamente el problema y su solución antes del debate. De esta manera, el debate queda ya demarcado, delimitado supuestamente por el experto contratado. El debate queda reducido a lo que previamente el Ministerio decide que se incluya en él.
¿Dónde están los docentes en este proceso? Se supone que dicho Libro se relaciona con la profesionalización de los docentes. ¿A quién se le puede ocurrir un proceso de profesionalización de la educación donde sus profesionales no estén presentes desde el inicio? Es un verdadero disparate, un error frecuente sobre el cual ya ha advertido la investigación educativa y en el cual viene cayendo de forma reiterada el Partido Popular.
No es suficiente que se nombre a un 'experto' que ha sido profesor de educación secundaria. Tampoco es suficiente que se invite a participar a los demás sectores cuando el debate ya esté definido y enmarcado, instalado por dos vías: 1) la participación mediática del experto que tiene el encargo de este proceso y, simultáneamente, 2) la venta de su libro, procesos que, por ética en la asunción de encargos públicos, nunca se deberían haber mezclado ni confundido.
Los procesos de construcción de lo público -de lo común- deberían asumir rasgos verdaderamente participativos y, en esta tarea específica, con especial protagonismo del profesorado. En cambio, se los ubica como meros espectadores; olvidándose que los docentes son los que sostienen la educación día a día en las aulas, en ocasiones, intentando sobrevivir a las ocurrencias de ciertos 'iluminados'. Una vez más son objeto del análisis y de las propuestas, pero no partícipes directos de ellas. Esto ya se hizo antes y fracasó, es la piedra con la que suelen tropezar muchos políticos y supuestos expertos.
El cambio en educación no se produce con eslóganes, frases simplistas que reducen la complejidad de la realidad educativa. Tampoco se produce ignorando lo que antes otros intentaron; ni desconociendo que hay un saber pedagógico acumulado, a veces no sistematizado, que ha circulado y circula entre muchos docentes y movimientos de renovación. Tampoco se hace apartándose de las investigaciones o desoyendo los debates educativos. Y no es posible hacerlo sin un diagnóstico del problema, de lo que es necesario cambiar.
El cambio se produce con procesos verdaderamente participativos y debates profundos, única forma de construir lo público, lo que es de todos.